El primer suplemento dominical del periódico que en un inicio se llamó El Nacional Revolucionario, dirigido por Basilio Vadillo y que funcionó como órgano del Partido Nacional Revolucionario, arrancó en 1930 con el título de Suplemento dominical de El Nacional Revolucionario. "Crónicas. Novelas. Cuentos. Historietas". José Santos Chocano fue autor de una sección fija: "Las mil y una aventuras", que apareció con el subtítulo de "El libro de mi vida" o "El panorama de mi vida". Otro colaborador permanente fue Francisco L. Urquizo.
En 1931, el suplemento aparece con el título de El Nacional Dominical. En la sección "La vida literaria", que consta de ensayos, crítica y poesía, colaboran autores como Ortega y Gasset, Santos Chocano, Amado Nervo, José Asunción Silva, Genaro Estrada, Ramón del Valle-Inclán y Samuel Ramos. Este suplemento, en el que también aparecen nombres como los de Mariano Azuela, Mauricio Magdaleno y Arqueles Vela, cambia de título el 8 de marzo de 1936, cuando aparece como Suplementos de El Nacional. En ese mismo año se publica la convocatoria del Concurso Permanente de Cuentos Mexicanos. La votación se efectuaba mensualmente y la temática tenía que ser de tesis revolucionaria o de interés literario. Los cuentos ganadores se publicaban en el suplemento y el periódico obsequiaba a sus suscriptores un volumen compuesto con los cuentos premiados durante el año.
En 1937 aparece Luis Cardoza y Aragón como director de Suplementos de El Nacional. En 1938, el suplemento entra en receso y hacia finales de año se publica con el título Suplementos culturales de El Nacional. Se incluyen secciones como "Versos de ayer" o "Versos de hoy".
En abril de 1947 se integra un nuevo suplemento dominical de El Nacional: Revista Mexicana de Cultura, dirigido por Fernando Benítez, quien pronto es sustituido por Guillermo Ibarra. El suplemento a veces consta de números dedicados a un tema o a un autor en especial. Durante los años cincuenta destacan algunas secciones fijas, como "Cosas de mi pueblo", por Ermilo Abreu Gómez; "Las letras y las artes" y "Alacena de minucias", ambas por Andrés Henestrosa; "El teatro", por Antonio Magaña Esquivel; "Los libros", que tuvo a diversos autores a su cargo, como María Elvira Bermúdez y Salvador Reyes Nevares, y "La vida cultural", que tendrá larga duración, por Raúl Ortiz Ávila y Fedro Guillén. Esta sección estará después a cargo sólo de Fedro Guillén.
En 1957, el suplemento cambia de título a Suplemento semanario de El Nacional, con Salvador Calvillo Madrigal a la cabeza. En 1962, el suplemento cambia nuevamente de título a Suplemento dominical, a cargo de Salvador Pruneda. En 1964 reaparece el título de Revista Mexicana de Cultura, esta vez bajo la dirección de Joaquín Fernández de Córdoba, quien sigue en la dirección en 1968, cuando, en su quinta época, ha pasado a llamarse Suplemento cultural.
En su sexta época (1969-1976), bajo la dirección de Juan Rejano, el suplemento se ha vuelto a llamar Revista Mexicana de Cultura. En 1976, Rejano sale de la dirección y se incorpora Antonio Serna como director artístico. Luego Alberto Dallal ocupa el cargo de coordinador. Con estos cambios se inicia la séptima época. En 1980, con Raúl Segura Procelle, se inicia la octava época. Posteriormente desaparece el nombre del director.
En 1983 se incorpora al periódico el Suplemento del sábado, cuyo contenido es también cultural, a veces con temas monográficos. Su duración fue breve, pero reaparece en 1989. Con algunos recesos, se prolonga hasta 1994, por lo que El Nacional fue de los pocos diarios con dos suplementos culturales durante el fin de semana.
En 1989 se anexa al periódico el suplemento sabatino Lectura. Revista de libros, con información bibliográfica. A su vez, el diario lanza la revista literaria Textual*. Un año después desaparece la Revista Mexicana de Cultura y es sustituida por un nuevo suplemento dominical: El Nacional dominical, dirigido por Fernando Solana Olivares y Raúl Trejo Delarbre. Más tarde aparece Carmen Corona del Conde como coordinadora. Para 1993, el suplemento ha cambiado nuevamente de título, esta vez a Dominical, dirigido después por Rafael Pérez Gay.
A finales de 1994 se suspendieron los suplementos de El Nacional, en cuyas páginas colaboraron algunos de los autores más representativos de la cultura mexicana de los últimos sesenta años.
A finales de 1997 hizo su aparición una nueva época del suplemento sabatino Lectura. Palabra, Letra, Memoria, dirigido por Enriqueta Cabrera y coordinado por Edgardo Bermejo. A diferencia del suplemento anterior del mismo título, aquí también se incluyen artículos de difusión cultural y ensayos. Hasta mediados de 1998, este suplemento ha publicado 42 números.
El origen de la literatura cristera es el conflicto y la persecución religiosa impuesta por el presidente Plutarco Elías Calles a mediados y finales de los años veinte, por lo que, en general, ha adquirido más valor documental que artístico, aunque en algunos casos el valor documental se ve disminuido por la pasión del autor.
Gran parte de las obras sobre este tema fue escrita por autores que apoyaban la causa de los cristeros. Por ello, su ideología es católica y en ocasiones se vincula con una narrativa de corte contrarrevolucionario. Algunos textos se consideran también costumbristas y en su conjunto aparecen como una derivación de la Narrativa de la Revolución*.
Los principales exponentes de esta tendencia son Jorge Gram, Fernando Robles, Claudio Álvarez, Jesús Goytortúa Santos, Carlos María de Heredia, Luis Rivero del Val, Jaime Randd, Severo García y, dentro del ala anticristera, José Guadalupe de Anda.
El primer autor cristero en sentido estricto es Jorge Gram, seudónimo del sacerdote David G. Ramírez, quien escribió una serie de novelas en defensa de esta causa. La primera, llamada Héctor (San Antonio, Texas, 1930), es considerada por muchos críticos como una obra claramente contrarrevolucionaria. El autor llega a alterar hechos históricos para favorecer al movimiento. Luego siguieron La guerra sintética (1935), Jahel (1935), donde ataca a todo aquél que se oponga a la iglesia, La trinchera sagrada (1948) y Rebelde (1955).
Una postura ideológica semejante tuvo "Spectator", seudónimo de Enrique de J. Ochoa, testigo presencial de los hechos, capellán militar y autor de Los cristeros del volcán de Colima; escenas de la lucha por la libertad religiosa en México, de 1926 a 1927, cuya primera edición fue una traducción al italiano en 1933.
Fernando Robles habla del movimiento cristero y de la persecución religiosa en dos novelas. Ambas fueron publicadas en Buenos Aires, durante el exilio del autor. La primera es La virgen de los cristeros (1934), donde denuncia el abuso de quienes usan la bandera de la Revolución para atacar a los católicos. La segunda, El santo que asesinó (1936), es una biografía novelada de José de León Toral, quien, bajo el disfraz de un retratista, asesinó a Álvaro Obregón en el restaurante La bombilla, de San Ángel en 1928. En 1957, se publicaron las memorias de María Concepción Acevedo y de la Llata, conocida como la Madre Conchita, mujer inocente a quien León Toral, sometido a toda clase de torturas, delató como partícipe del plan.
Una novela sobre los problemas y la persecución religiosa en Veracruz después de los "arreglos" con los cristeros en 1929 es Tirano y víctimas (1938), firmada por Claudio Álvarez, nombre que, según algunos, es un seudónimo. En ese mismo año se publica ¡Ay Jalisco... no te rajes! o la guerra santa, del jalisciense Aurelio Robles Castillo, obra que, por describir sobre todo problemas sociales y políticos, se considera también como manifestación de Literatura de contenido social*.
Jesús Goytortúa Santos no tuvo conexión directa con los cristeros. Ganó el Premio Lanz Duret* en 1944 con Pensativa, novela cristera (1945), obra que compuso basándose en los relatos de sus amigos que sí estuvieron en la lucha. Lo mismo hizo Alberto Quiroz, de Guanajuato, en su novela Cristo Rey o la persecución (Mérida, 1952).
El sacerdote Carlos María de Heredia fue autor de una novela retrospectiva sobre los cristeros, En el rancho de San Antoñito (1947). Allí enaltece a quienes dieron su sangre por Cristo Rey. En la portada del libro, reza el subtítulo: "novela cinematográfica de costumbres mexicanas". Un autor jalisciense conocido como Jaime Randd, seudónimo del dr. Jesús Medina Ascensio, publica durante ese mismo año, en Michoacán, su obra más renombrada, la novela Alma mejicana. También dio a la luz algunos cuentos con la misma temática: "Camino perdido", publicado en Ábside*, en 1959, y "El indio que no supo callar".
Miembro de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, Luis Rivero del Val escribió la novela Entre las patas de los caballos, diario de un cristero (1953), que trata sobre la Asociación Católica y la persecución religiosa. Su autor perteneció también al grupo Daniel O'Connell (uno de los más activos en la lucha por la libertad religiosa).
De Nayarit es Francisco López Manjarrés, que narra la historia de un muchacho que se une a los cristeros y resulta muerto en una batalla: Pancho Villanueva, el cristero (1956). Un año después, el tabasqueño Severo García, de familia campesina indígena, da a conocer El indio Gabriel, sobre un joven propagandista del Apostolado de la Oración y su asesinato en 1930. Esta obra es también manifestación de la Narrativa indigenista*. Su título original era: Apuntes sobre la persecución religiosa en todo el municipio de Macuspana y muy particularmente en el pueblo de San Carlos. El título de El indio Gabriel le fue dado por la Editorial Jus al publicarla en 1957. También es digna de mención la novela Las brígidas de Montegrande o los cristeros de Colima, por J. Figueroa Torres.
Quizá la obra más conocida sobre el movimiento cristero sea la novela Los cristeros, la guerra santa en los Altos (1937). Su autor, José Guadalupe de Anda, originario de los Altos de Jalisco, fue diputado y senador en la época de Calles y su posición era contraria a la lucha cristera. Los bragados (1942) es la continuación de Los cristeros y persiste en sus ataques al clero.
Entre las obras sobre este tema, cabe mencionar también Federico Reyes, el cristero (1941), de Rafael Bernal, escrita en verso libre; Por Dios y por la patria; memoria personal del periodo de persecución religiosa en México, bajo el gobierno del general Plutarco Elías Calles (1945), de Heriberto Navarrete; Capítulos sueltos o apuntes sobre la persecución religiosa en Aguas Calientes (1955), del canónigo Felipe Morones, y Memorias de Jesús Degollado Guízar, último general en jefe del Ejército Cristero (1957).
Durante los años sesenta surgen otras manifestaciones de esta tendencia; por ejemplo: Antonio Estrada, con Rescoldo. Los últimos cristeros (1961) y Heriberto Navarrete, con El voto de Chema Rodríguez; relato de ambiente cristero (1964). Sin ser novela cristera, Recuerdos del porvenir (1963), de Elena Garro, toca también el tema. En 1970, Alicia O. De Bonfil publica una recolección de canciones, corridos e himnos del movimiento cristero: La literatura cristera. En 1990, Ezequiel Mendoza Barragán saca a luz Testimonio cristero; memorias del autor, presentado por el historiador y ensayista Jean Meyer.
Uno de los últimos libros sobre el tema, la Antología del cuento cristero, escrito por Jean Meyer, se publicó en Guadalajara en 1993. Su autor, de origen francés, compuso uno de los mejores ensayos sobre los cristeros: La Cristiada (tres tomos, 1973-1975) y Coraje cristero (1981).
Por último, cabe mencionar un dato curioso: el primero de enero de 1928, los ideólogos cristeros promulgaron una Constitución política de la República Mexicana cuyo objeto era sustituir a la Constitución de 1917. Consta de 242 artículos. Vicente Lombardo Toledano la publicó íntegra y comentada en 1963, bajo el título de La constitución de los cristeros.
NARRATIVA DE LA POSREVOLUCIÓN
NARRATIVA DE LA POSREVOLUCIÓN
Esta literatura surge una vez concluido el movimiento revolucionario, cuando ya no es una presencia tan inmediata y sólo se reconstruye o se evoca. Se considera que es después de 1940 cuando se crea una situación literaria nueva, con obras que conservan muchos temas de la Narrativa de la Revolucion*, pero donde el aspecto social permanecía como telón de fondo y pretexto para tratar problemas metafísicos o sicológicos. En este sentido, en cuento “El fusilado” (1919) (en La sonata mágica), de Vasconcelos, podría considerarse como un antecedente lejano, ya que al autor le interesa más la exposición de una filosofía espiritualista y de un idealismo esteticista. Adalbert Dessau considera, sin embargo, que después de 1940 surge la primera etapa de “neutralización” de la novela de la Revolución. Se trata de lo que en México en su novela, John Brushwood llama "La novela del ser y el tiempo", aunque este autor incluye también obras de la Narrativa indigenista* o manifestaciones de la Literatura de contenido social*.
Algunos críticos consideran que la narrativa de la posrevolución incluye también aquellas obras que no tratan sobre el conflicto armado, sino sobre sus consecuencias. De hecho, la Novela política* La sombra del Caudillo (1929), de Martín Luis Guzmán, toca el tema de la lucha por el poder en una etapa casi inmediatamente anterior a la creación del Partido Nacional Revolucionario, donde las grandes masas ya no participan como protagonistas de una contienda civil.
En general, es a partir de los años cuarenta cuando el escritor mexicano utiliza las técnicas de la novelística moderna (James Joyce, Franz Kafka, William Faulkner, el existencialismo francés, etc.) que, además de innovar en las estructuras narrativas, le dan al relato dimensiones metafísicas y psicológicas que no presentó la narrativa de la Revolución.
Los principales exponentes posrevolucionarios son Agustín Yáñez, José Revueltas, Juan Rulfo, Miguel N. Lira y Carlos Fuentes. También puede considerarse dentro de esta tendencia a Mariano Azuela, aunque sólo con una de sus novelas: Nueva burguesía (1941), y a Martín Gómez Palacio, quien, en su novela El potro (1940), presenta a cuatro ex revolucionarios que se reúnen para recordar sus andanzas.
Agustín Yáñez da a conocer en 1947 su novela más importante, Al filo del agua. Esta obra, además de considerarse experimental por su técnica, en la que utiliza, entre otros elementos, el monólogo interior, es valiosa por las situaciones anteriores al movimiento armado revolucionario que se nos presentan. Trata sobre el temor, la religiosidad, la hipocresía y la falta de libertad propiciada por la iglesia en un pueblo del Bajío. Otros textos de Yáñez dentro de esta perspectiva son La tierra pródiga (1960) y Las tierras flacas (1962).
Un autor muy ligado a la Literatura de contenido social*, quien sufrió años de prisión por sus convicciones políticas, es José Revueltas. En 1943 publica El luto humano. Con una técnica influida por William Faulkner es, según algunos críticos, la primera novela mexicana que describe la realidad nacional utilizando novedosas estructuras narrativas. Los personajes se hallan sumidos en la tragedia y en la angustia metafísica, sin que una Revolución pueda hacer nada por ellos. Otros textos de Revueltas son Los muros de agua (1941) y Los motivos de Caín (1957).
Influido también por las nuevas técnicas narrativas, Juan Rulfo es autor de la novela de ambiente rural Pedro Páramo (1955), llena de símbolos y con una estructura atemporal, una gran calidad lírica del lenguaje y una profundización en el interior de los caracteres. La obra se desarrolla en Comala, pueblo habitado por muertos, donde todos son hijos del cacique Pedro Páramo. En esta novela es notoria la visión trágica y metafísica unida en perfecta armonía con una técnica depurada.
Héctor Raúl Almanza, incluido también en Literatura del petroleo*, plantea el significado de la Revolución en Detrás del espejo (1962). Como en Mientras llega la muerte (1958), de Miguel N. Lira, y La muerte de Artemio Cruz (1962), de Carlos Fuentes, se rememora la Revolución a través de un personaje. El conflicto bélico ha dejado de ser una presencia y se vuelve tema de una visión retrospectiva.
En La muerte de Artemio Cruz se utiliza una técnica que utiliza tres narradores (en primera, segunda y tercera persona), y nos ofrece una visión al mismo tiempo individual y retrospectiva de la Revolución. La región más transparente (1958), también de Fuentes, escandalizó a los lectores conservadores de la época. Con una estructura que nos recuerda a John Dos Passos, describe la vida de la ciudad de México y la influencia de la Revolución. El personaje Federico Robles es un antiguo revolucionario convertido en millonario.
Una novela de Fuentes que retoma la época y el ambiente del movimiento revolucionario es Gringo viejo (1985). El protagonista de la narración, Ambrose Bierce (1842-¿1914?), desapareció en México durante el conflicto. Gringo viejo vuelve al tiempo de la Revolución, donde hallamos dos de los temas principales en la novelística de Fuentes: el fracaso revolucionario y el desencuentro de culturas.
Durante la década de los cincuentas, el cuento adquiere una importancia que no había tenido antes. Libros como Confabulario (1952), de Juan José Arreola, que no ignora el mundo externo a pesar de ser una manifestación de la Literatura fantástica*, El llano en llamas (1953), de Juan Rulfo, y Los días enmascarados (1954), de Carlos Fuentes, marcan el surgimiento de una nueva narrativa cuyos antecedentes inmediatos se encuentran en Yáñez, Rubén Salazar Mallén y Efrén Hernández, entre otros.
En 1964, Jorge Ibargüengoitia publica Los relámpagos de agosto, parodia de las novelas de la Revolución.
NARRATIVA DE LA REVOLUCIÓN
NARRATIVA DE LA REVOLUCIÓN
Corriente de carácter épico y social heredera de la tendencia realista y de la crónica, que sincretiza historia y literatura. Surge durante el conflicto armado, iniciado el 20 de noviembre de 1910, y se inspira en la lucha revolucionaria. Consta de dos etapas principales: aquellos textos que hablan de la fase de la lucha armada y aquellos que tocan la lucha de clases y las consecuencias inmediatas del conflicto. Hay obras que se refieren a la lucha armada en sí y otras que abordan el tema de la lucha por el poder entre políticos o las consecuencias de la Revolución. Estas últimas pueden considerarse también dentro de la corriente llamada Narrativa de la posrevolución*. Además, hay obras que toman partido por la Revolución (también llamadas “Novelas revolucionarias”) y otras que la critican.
La narrativa de la Revolución tiene sus antecedentes próximos en títulos como La bola (1887), de Emilio Rabasa; Tomóchic (1893), de Heriberto Frías, que critica severamente el régimen de Porfirio Díaz; El caudillo (1909), de Salvador Quevedo y Zubieta; Madero-Chantecler, una sátira contra Madero, de José Juan Tablada (1910), y en la obra de teatro La venganza de la gleba (1905), de Federico Gamboa.
Las dos primeras narraciones –consideradas a menudo como bocetos- escritas sobre este tema, son de Ricardo Flores Magón: "Dos revolucionarios", publicado el 31 de diciembre de 1910, en su periódico Regeneración, y "El apóstol", del 7 de enero de 1911. Entre 1910 y 1916 se publican anécdotas diversas sobre la Revolución, como las del periodista Alfonso López Ituarte, quien edita en 1913 una obra sobre Zapata: El Atila del sur. Novela histórico-trágica, con narraciones, fantasías, sucedidos y documentos auténticos. Zapata de relieve en la pelea, en el hogar, en sus madrigueras y excursiones. Este autor luchó con Madero y después, en 1914, combatió en Veracruz contra la ocupación de los marines norteamericanos. Producto de esta última experiencia es su novela Satanás. Novela histórica con el relato de la invasión de Veracruz y el conflicto con la Casa Blanca (1914).
En 1911 aparecen dos novelas que, aunque no tratan específicamente sobre la lucha revolucionaria y están más vinculadas a una Literatura costumbrista*, se ubican dentro del contexto de la Revolución: La majestad caída o la Revolución Mexicana, de Juan A. Mateos, sobre el declive del régimen porfirista, y Andrés Pérez, maderista, de Mariano Azuela. Aparece también la obra histórica Porfirio Díaz, de Ireneo Paz. El mismo autor publica su novela Madero, en 1914, año en que también aparece la segunda novela de Mariano Azuela, en la que utiliza el contexto de la Revolución para expresar sus críticas sociales: Los caciques.
De 1912 a 1914 se editó la primera revista literaria surgida dentro del periodo revolucionario: Nosotros*, que dio a conocer textos de algunos miembros del Ateneo de la Juventud*, pero también de jóvenes autores, como Gregorio López y Fuentes.
En un sentido estricto, se considera a Los de abajo, escenas y cuadros de la Revolución, de Mariano Azuela, como la primera novela de la Revolución, y a su autor como el iniciador de este tema en la literatura mexicana. Se publicó por vez primera como folletín entre octubre y diciembre de 1915, en el periódico El Paso del Norte, de El Paso, Texas. Sin embargo, la novela permaneció casi ignorada durante una década. En ese mismo año surge la Generación de 1915, también conocida como la de Los Siete Sabios*, y se publica el primer libro de Martín Luis Guzmán, el ensayo La querella de México.
El órgano oficial del primer gobierno revolucionario, el periódico El Mexicano, convocó a un concurso de cuento en 1916, pero sólo premió cuentos de Literatura colonialista* e ignoró dos cuentos sobre la Revolución que había enviado Francisco Monterde: "El mayor Fidel García" y "Lencho". Entre ese año y 1924 pocos escritores se ocupaban de la Revolución. Agustín Loera y Chávez y Julio Torri iniciaron la publicación de una serie de cuadernos llamados Cvltura*, el esfuerzo más duradero por unificar la cultura en medio del caos social y político.
De este periodo destacan Sangre y humo o el tigre de las Huastecas (1918), de K. Lepino; el cuento "El fusilado" (1919), de José Vasconcelos, incluido en La sonata mágica; las novelas Las moscas (1918), Domitilo quiere ser diputado (1918) y Las tribulaciones de una familia decente (1918), de Azuela; La fuga de la quimera (1919), de Carlos González Peña, que se desarrolla durante la rebelión maderista, y Fuertes y débiles, de José López Portillo y Rojas (1919). Aparece también la única novela de la Revolución de Diego Arenas Guzmán: El señor diputado. Además, Azuela publica su ensayo “La novela mexicana”, en el que exige al escritor que baje de su “torre de marfil” y se enfrente con la realidad; exalta la novela decimonónica Astucia, de Luis G. Inclán, así como el ejemplo de Máximo Gorki en Rusia, y ataca la postura de poetas como Enrique González Martínez al cuestionarse: “¿Acaso no es en los momentos de suprema angustia cuando el alma del pueblo está empapada en lágrimas, y sangrando todavía, cuando las lumbreras de nuestros hombres de letras escriben libros que se llaman Senderos ocultos, La hora del Tiempo, El libro del poco amor?” No obstante, la polémica que trató de iniciar Azuela no prosperó.
El periódico El Universal Ilustrado, que tiempo después será decisivo para la creación y el fomento de la narrativa de la Revolución, inicia su vida en 1917. El 31 de mayo de ese mismo año, sale a luz un artículo anónimo sobre la Revolución titulado: "El zapatismo desaparece", en la sección La actualidad política, de la revista Pegaso*.
En la revista México Moderno*, Martín Luis Guzmán publica, en el tercer número, el único texto que alude a la Revolución, aunque de modo indirecto: "Luz y tinieblas".
Domingo S. Trueba da a conocer Cuentos trágicos (1921), donde, haciendo uso del realismo, describe aspectos bélicos de la Revolución.
En 1923, Miguel López de Heredia da a conocer su obra Junto a la hoguera crepitante. Azuela, por su parte, cambia de temática en sus novelas. Es el año de la muerte de Francisco Villa, y Rafael F. Muñoz, en colaboración con Ramón Puente, publica su ensayo Francisco Villa, biografía rápida (publicada como Pancho Villa, rayo y azote en 1955).
En 1924, el jalisciense Miguel Galindo da a la luz pública una obra sobre la Revolución: A través de la sierra, diario de un soldado. Aparece también el texto periodístico Pancho Villa, una vida de romance y tragedia, de Teodoro Torres. Xavier Icaza publica Gente mexicana, que consta de tres relatos, de los cuales los dos primeros, "Unos nacen con estrella" y "La hacienda", son cuentos sobre la Revolución.
Como ya se dijo más arriba, en sentido estricto se considera a Los de abajo, escenas y cuadros de la Revolución (1915 y 1916), de Azuela, como la primera novela de la Revolución. Recién escrita, esta obra se publicó en el periódico El Paso del Norte, de El Paso, Texas, pero fue ignorada por la mayoría de los lectores en México. Tuvo que transcurrir una década para que Los de abajo fuera considerada como documento literario importante y se publicara, a manera de folletín, en el periódico El Unviersal a partir de 1925. Desde entonces la Revolución se convierte en el tema literario por excelencia. Los miembros del Estridentismo* colaboraron en la difusión de Los de abajo con la publicación de la obra como libro en 1927. (Véase Polémica: 1925*). También en 1927 Martín Gómez Palacio –autor irónico- publica El mejor de los mundos posibles, que trata a la Revolución como un movimiento injusto y desordenado.
A partir de 1926, Martín Luis Guzmán publica en La prensa, de San Antonio, Texas, en La opinión, de Los Angeles, y en El Universal, de México, una serie de relatos por entregas, que dos años después, en 1928, conformarán el libro El águila y la serpiente, publicado en España, donde su autor vivía exiliado.
En 1928 aparece El feroz cabecilla, cuentos de la revolución en el norte, de Rafael F. Muñoz. La ya clásica novela La sombra del caudillo, de Guzmán, se publica originalmente por entregas que se prolongan hasta 1929, en El Universal, de México; La Prensa, de San Antonio, y en La Opinión, de Los Angeles. Esta obra se editará en España como libro en ese último año, y en 1938 la dará a conocer, en México, Editorial Botas*. La versión autorizada de La sombra del Caudillo es un tanto distinta a la versión periodística, pero ninguna de las dos versiones se refiere ya a la lucha armada popular: sus personajes son políticos que se pelean por el poder.
También en 1929 Mariano Azuela da a conocer un cuento de la Revolución: "La nostalgia de mi coronel". Un año después el general Francisco L. Urquizo publica una serie de relatos bajo el título De la vida militar mexicana (1930) y Agustín Vera da a conocer su novela La revancha.
En 1931 se publicaron varias obras sobre el tema: Rafael F. Muñoz saca a luz ¡Vámonos con Pancho Villa!, intensa obra donde el bandolero es dibujado con toda su carga de crueldad; Nellie Campobello publica Cartucho, relatos de la lucha en el norte de México; Gregorio López y Fuentes da a conocer Campamento, y Francisco L. Urquizo, que participó en la Revolución, rememora esos tiempos en su novela Tropa vieja. En 1932, Azuela publica La luciérnaga, que tiene como contexto las repercusiones de la Revolución y los primeros años del callismo; esta novela fue editada posteriormente en España. También en este año aparecen las novelas Apuntes de un lugareño, de José Rubén Romero, y Tierra, de López y Fuentes, obra que abarca todo el conflicto, principalmente el movimiento zapatista y el problema agrario. Dos años después, este autor publica su última novela sobre la Revolución: ¡Mi general!; José Rubén Romero, una obra sólo relacionada con este conflicto social, Desbandada, y Rafael F. Muñoz, Si me han de matar mañana. Jorge Ferretis, en 1937, da a luz su novela satírica Cuando engorda el Quijote, en la que se muestran los cambios de actitud de los nuevos revolucionarios. Ese mismo año Alfonso Taracena, en su novela Los abrasados, narra sus experiencias revolucionarias. En 1941, Rafael F. Muñoz publica una “novela de aprendizaje” (cuyo protagonista es un adolescente que en este caso vive la etapa del levantamiento de Pascual Orozco): Se llevaron el cañón para Bachimba. Cabe señalar que en 1974 se publicaron los cuentos completos de Muñoz, bajo el título Relatos de la Revolución.
Las Memorias de José Vasconcelos, consideradas, por su tema, como novelas de la Revolución, aparecen entre 1936 y 1939, en cuatro tomos: Ulises Criollo, La tormenta, El desastre y El proconsulado. Un quinto tomo, La flama: los de arriba en la Revolución, historia y tragedia, aparecerá como obra póstuma en julio de 1959. En 1936 aparece también Mi caballo, mi perro y mi rifle, de José Rubén Romero, y El compadre Mendoza, novela corta de Mauricio Magdaleno. Entre 1938 y 1940, Martín Luis Guzmán publica los cuatro primeros libros de las Memorias de Pancho Villa, escritas como si Villa fuese su autor; en 1951 se publica el quinto libro y aparecen en un solo volumen El hombre y sus armas, Campos de batalla, Panoramas políticos, La causa del pobre y Adversidades del bien. En 1940, Bernardino Mena Brito publica Paludismo, novela en la que se describe con horror la lucha armada en la selva.
Entre algunas otras obras de la Revolución poco conocidas, cabe mencionar: La ruina de la casona, novela de la Revolución por Esteban Maqueo Castellanos; En tierra de sangre y broma, novela histórica contemporánea (1921); México manicomio (1927), sobre la época de Carranza, y México marimacho, novela histórica revolucionaria (1933), de Salvador Quevedo y Zubieta; Infancia campesina, álbum de los doce años (cuadros del campo y de la Revolución Mexicana), por J. Níñez Guzmán; El bandolero de la Huasteca potosina, novela histórica, política y revolucionaria (1936), por Segundo Valdés; La monja de la Revolución (1939), de Ricardo L. Vázquez; ¡Yo también fui revolucionario!, de José María Dávila; Los fariseos, novela revolucionaria de la vida real fronteriza (1939), por Juan C. Galván; La vida que yo viví, novela histórico-liberal de la Revolución Mexicana, por Mariano Gómez Gutiérrez, y Bajo el fuego (1947), de María Luisa Ocampo.
No debe confundirse narrativa de la Revolución con literatura de tema revolucionario o Literatura de contenido social*. Si bien ambas modalidades son producto de la Revolución de 1910, la primera, que se expresa con los géneros del cuento y, sobre todo, de la novela, no necesariamente es revolucionaria en su contenido; el tema es la Revolución mexicana o alguna de sus facetas, pero en muchos casos se trata de una literatura desencantada con los resultados de la lucha. Sólo cuando las condiciones sociales fueron más estables se dio la literatura revolucionaria, que no excluye necesariamente a la primera y cuyo punto de partida es el mismo conflicto. Estas obras aprueban con optimismo la lucha revolucionaria y la exaltan. Están incluidas más bien dentro de la literatura de contenido social e incluyen las pretensiones de socializar la literatura. Algunas obras son al mismo tiempo de la Revolución y revolucionarias. Frente a este tipo de obras surgió también una narrativa contrarrevolucionaria, representada en parte por algunas obras de la Narrativa cristera* y por una literatura reaccionaria ante los cambios producidos por la Revolución. También surgió la Literatura colonialista que, según algunos críticos, pretendió evadirse de los temas de la Revolución.
Entre los autores de novelas de la Revolución y a la vez revolucionarias (por su contenido), destacan: Jorge Ferretis, con Tierra caliente, los que sólo saben pensar (1935), sobre el inicio de la Revolución y el villismo; Mauricio Magdaleno, con El resplandor (1937), y José Mancisidor, con En la rosa de los vientos (1941) y Frontera junto al mar (1953). Una obra interesante por su visión sobre las mujeres que intervinieron en la lucha armada es La negra Angustias (1944), de Francisco Rojas González. Tres años después, Miguel N. Lira publica La escondida. (Véase también Novela histórica*)
La narrativa indigenista parte del problema del indio como ente segregado y explotado por los grupos dominantes, y por esto constituye una manifestación de protesta social, económica y política. Su antecedente literario más claro es una novela romántica peruana de 1889: Aves sin nido, de Clorinda Matto de Turner, donde se presenta, en su cruda realidad, la explotación que el poder jurídico, el poder político y el poder eclesiástico hacen del indígena. Más tarde, el Modernismo* vio en el indio un elemento exótico. En cambio, gracias a las tendencias nacionalistas que produjo la Revolución, en México se lo empieza a valorar en su contexto actual, de tal modo que las obras indigenistas pretenden presentarlo tal como realmente es.
En su mayoría, la narrativa indigenista está relacionada con la Literatura de contenido social*. El escritor encuentra su inspiración en los indígenas para hacer fuertes denuncias sociales, hurgar en la identidad nacional o aspirar a la justicia.
Dentro de esta literatura hay varias tendencias que no necesariamente se excluyen. Así, cuando se hace hincapié en los temas mítico-poéticos propios de las etnias, puede estar presente también el tema social y político. La perspectiva mítico-poética incluye las leyendas, mitos y sincretismos religiosos, entre otros elementos. Dentro de la tendencia política se habla de sublevaciones indígenas o de aspectos relacionados con los sistemas políticos. Quizá la tendencia más fuerte dentro de la narrativa indigenista sea la social: el modo de vida, las costumbres y tradiciones, así como el contacto con grupos blancos, son temas importantes.
En México, esta literatura se empieza a perfilar con claridad después de la Revolución y, tal como ocurre con la Narrativa cristera* o con la Literatura del petróleo*, se desprende de la Narrativa de la Revolución*.
Los principales exponentes de narrativa indigenista son Antonio Mediz Bolio, Eduardo Luquín, Andrés Henestrosa, Gregorio López y Fuentes, B. Traven, Miguel Ángel Menéndez, Ermilo Abreu Gómez, Mauricio Magdaleno, Ramón Rubín, Ricardo Pozas, Francisco Rojas González, Rosario Castellanos y Eraclio Zepeda.
En 1922 se empieza a perfilar una línea clara de narrativa indigenista. En ese año, el yucateco Antonio Médiz Bolio publica La tierra del faisán y del venado, sobre los mayas. Un año después, Eduardo Luquín escribe la novela El indio (1923). Sin embargo, es a partir de los años treinta cuando esta tendencia cobra auge. El oaxaqueño Andrés Henestrosa publica Los hombres que dispersó la danza (1929), donde recrea cuentos y leyendas de los zapotecas.
Con el cardenismo, la literatura de este tipo toma aún mayor importancia. En 1936, se publica La montaña virgen, de Enrique Othón Díaz, y Puente en la selva, de B. Traven. Quizá la novela más famosa de este último autor sea La rebelión de los colgados (1938). En 1949 publicó La carreta, también de tema indigenista.
López y Fuentes es autor de dos novelas importantes sobre el tema: El indio (1935), donde nos presenta la situación de los nahuas del centro de México antes y después de la Revolución, y Los peregrinos inmóviles (1944), sobre un grupo indígena que abandona la hacienda donde estaba esclavizado. Miguel Ángel Menéndez publicó en 1941 con Nayar, sobre los indios coras y su carácter como pueblo en la sierra del Nayar.
El yucateco Ermilo Abreu Gómez compuso varias obras representativas de la tendencia indigenista, como Héroes mayas (1942), que consta de tres relatos, de los cuales el mejor logrado es "Canek", escrito en 1940. Los otros dos relatos son “Zamná” y “Cocom”. También es autor de las novelas Quetzalcóatl. Sueño y vigilia (1947) y Naufragio de indios (1951), que se desarrolla en Yucatán durante la época de Maximiliano. Además, publicó La conjura de Xinum (1958), prologada por el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, y que trata sobre los levantamientos indígenas en Yucatán durante la llamada guerra de castas ocurrida en la segunda mitad del siglo XIX.
Mauricio Magdaleno nos habla, en El resplandor (1937), de una comunidad de otomíes que habita en San Andrés de la Cal, Estado de Hidalgo, en condiciones de miseria. Sus temas centrales son la explotación del indio, la política y la pobreza, aunque también aparece la Revolución de 1910. El sinaloense Ramón Rubín compuso El callado dolor de los tzotziles (1948); El canto de la grilla (1952), sobre los indios coras; La bruma lo vuelve azul (1954), sobre los huicholes, y Cuando el Táguaro agoniza (1960), que se desarrolla en Sonora. Rubín es también autor de la obra Cuentos de indios, publicada en dos tomos entre 1954 y 1958.
Francisco Rojas González, de Guadalajara, describe aspectos de la vida de los indios seris de Sonora en Lola Casanova (1947), pero su libro más conocido es El diosero (1952), que incluye trece cuentos, de los cuales diez tratan sobre comunidades indígenas segregadas.
El antropólogo Ricardo Pozas da a la luz Juan Pérez Jolote, biografía de un tzotzil (1947), sobre la región del Chamula. Se trata de un relato en forma autobiográfica, que combina elementos antropológicos y literarios para narrar la vida de un indígena con personalidad y valores propios que tiene que abandonar su comunidad para ganarse la vida. El texto de considera como el inaugurador del llamado "ciclo de Chiapas", que incluye textos como Los hombres verdaderos (1959), de Carlo Antonio Castro, así como obras de Rosario Castellanos y Eraclio Zepeda.
La escritora chiapaneca Rosario Castellanos es quizá la mayor representante de esta tendencia. Incursionó con gran éxito en una narrativa indigenista cuya principal veta es la relación antagónica entre indios y blancos. Sus novelas más representativas son: Balún Canán (1957), que se desarrolla en Chiapas durante el régimen de Lázaro Cárdenas y donde es importante el tema político, y Oficio de tinieblas (1962), que trata sobre los tzotziles. De la misma autora es Ciudad Real (1960), libro de diez relatos sobre la desigualdad entre indios y ladinos en San Cristóbal de las Casas.
José Revueltas, autor también de Narrativa de la posrevolución* y de Literatura de contenido social, publica en 1944 Dios en la tierra, libro que, entre sus varios cuentos, contiene dos de tema indigenista: "Barra de Navidad" y "El dios vivo". Posteriormente, en Dormir en tierra (1960), incluye un cuento indigenista: "El lenguaje de nadie".
En 1947 surgen otras obras de esta tendencia: el tlaxcalteca Miguel N. Lira publica Donde crecen los tepozanes, sobre los indios de su estado; Magdalena Mondragón, nacida en Torreón, da a la luz Más allá existe la tierra, que nos muestra algunas comunidades indígenas luchando contra la explotación y la miseria; Armando Chávez Camacho compone la novela Cajeme (1948), donde recoge elementos del mundo indígena de Sonora; su protagonista es un indio pima, aunque también intervienen los yaquis y mayos, y nos pinta la lucha de estos grupos contra los yoris (blancos); se publica Nimbe-Leyenda de Anáhuac, de Rodolfo González Hurtado y La Guelaguetza, de Rogelio Barriga Rivas, donde, además de los elementos regionalistas, aparecen algunos problemas sociales y económicos de los zapotecos de Tlacolula. Este último autor recibe el Premio Lanz Duret* en 1951 por su novela indigenista La mayordomía. Publicada al año siguiente, narra la historia de un pueblo zapoteca de Oaxaca. Concha de Villarreal gana el mismo premio en 1953 con la novela Tierra de Dios (1954), que relata la problemática de un grupo maya de Yucatán desplazado de sus tierras ejidales.
En 1959 sale a la luz Benzulul, colección de ocho cuentos de Eraclio Zepeda, de los cuales tres son los más representativos de la narrativa indigenista y recrean el mundo chiapaneco; se trata de "Benzulul", "Vientooo" y "Quien dice la verdad". Por su parte, Ramón Pimentel Aguilar se basa en las investigaciones que sobre los tarahumaras hizo el profesor Francisco M. Plancarte, del Instituto Nacional Indigenista, para escribir su novela La Tarahumara, sierra de los muertos (1960), que narra las tragedias ocasionadas por la intromisión del hombre blanco en las sierras de Chihuahua.
En 1986 Jesús Morales Bermúdez vuelve sobre el indigenismo con Memorial del tiempo y Ceremonial. En 1990 se publica la novela Desiertos intactos, de Severino Salazar, donde se retrata a los indios chichimecas como habitantes de los páramos zacatecanos.
Otras novelas indigenistas son: Trópico (1946), de Rafael Bernal; El gran consejo (1949), de Bernardino Mena Brito; La nube estéril (1952), de Antonio Rodríguez, cuya acción ocurre fundamentalmente en dos pueblos del Valle del Mezquital; Fruto de sangre (1958), de Rosa de Castaño, sobre la marginación de un pueblo indígena de Zacualtipán, en el Distrito Federal; La culebra tapó el río (1962), de María Lombardo de Caso, novela corta que recrea el mundo de un niño que vive la miseria en la comunidad indígena de Yanchib, y una obra situada en Chiapas cuyo protagonista es un tzeltal: Los hombres verdaderos, de Carlo Antonio Castro Guevara, quien escribió además "Che Ndu, ejidatario chinanteco", sobre una etnia que habita en el noreste de Oaxaca.
Cabe mencionar también El indio Gabriel (1957), de Severo García, considerada también como manifestación de la narrativa cristera, y algunas novelas de tema indio, por ejemplo Moctezuma, el de la silla de oro (1945) y Moctezuma II, Señor de Anáhuac (1947), ambas de Francisco Monterde, así como El tesoro de Cuauhtémoc (1955), de Luis de Oteyza
La narrativa policiaca mexicana surgió en la década de los cuarenta. Algunos autores consideran que la revista Selecciones Policiacas y de Misterio, fundada por Antonio Helú en 1946, es el antecedente que dispuso la atmósfera propicia para el desarrollo de la novela policiaca en el país.
Antonio Helú, además de cultivar el género, lo fomentaba. Como director de la revista, integró comentarios críticos propios, notas y datos biográficos de los autores, lo cual constituye una antología policiaca y de misterio. Además, con Adolfo Bustamante escribió una comedia de detectives titulada El crimen de los Insurgentes: comedia policiaca en tres actos (1951). En los años cincuenta Editorial Novaro* lanzó la serie “Policiaca y de misterio”, donde Helú publicó su libro de cuentos La obligación de asesinar (1957).
Se ha considerado como iniciadores de este género a Rodolfo Usigli, a Rafael Bernal y al catalán Enrique F. Gual, llegado a México a raíz de la guerra civil española.
La novela de Rodolfo Usigli, Ensayo de un crimen (1944), a decir de algunos críticos, rebasa las cualidades de las grandes novelas policiacas. Esta novela se acerca más al campo de lo criminológico que al de la obra policiaca típica.
Rafael Bernal es considerado el primer escritor policiaco apegado al género en México. Publicó varios relatos, novelas cortas y tres obras largas: Un muerto en la tumba (1946), Su nombre era la muerte (1947), y la mejor de sus novelas: El complot mongol (1969), que conjuga el tema de espionaje con la figura del antihéroe. Integra la novela negra y la novela de espionaje.
Enrique Gual publicó novelas policiacas que se desarrollaban en países europeos: El crimen de la obsidiana (1942) y El caso de los Leventheris (1945). En 1946 salió a la luz su primera novela ubicada en México: Asesinato en la plaza, obra de ambiente taurino. Al año siguiente publica La muerte sabe de modas (1947). En 1947 aparece también El caso de la fórmula española.
María Elvira Bermúdez incidió en el género policiaco con una novela larga: Diferentes razones tiene la muerte (1953). Se trata de un libro de corte clásico. La acción se desarrolla en una quinta de Coyoacán. Armando Zozaya, que aparece ya en esta novela, será el detective en varios relatos de la autora. Además, María Elvira Bermúdez escribió cuentos con este tema y contribuyó a la historia y a la crítica de la novela policiaca con la producción de numerosos ensayos.
En la década de los cincuenta, Margos de Villanueva publicó una novela corta titulada 22 horas (1955). Juan Miguel de Mora publicó algunas novelas policiacas: Desnudarse y morir (1957), Amarse y morir (1960), La muerte las prefiere desnudas (1960). Este autor se inclinó por la violencia que no escatima los menores detalles sobre violaciones y hechos sangrientos.
René Cárdenas Barrios publicó Narcotráfico S.A. (1977), novela que incide con mirada crítica y severa en la situación del consumo y comercio de estupefacientes. De Rosa Margot Ochoa se encuentra publicada Corrientes secretas (1978).
Entre los setenta y ochenta aparecen también como escritores de este género Paco Ignacio Taibo II, José Zamora, Rafael Ramírez Heredia. Paco Ignacio Taibo II (nacido en España y naturalizado mexicano) ha sido considerado como el gran exponente de la novela policiaca de las últimas décadas en México. En 1977 publicó Días de Combate. En este libro aparece Héctor Belascoarán, detective protagonista de casi todas sus novelas. Cosa Fácil (1977) es su segunda novela. En 1981 publica No habrá final feliz, considerada una de las mejores de su producción. Este escritor también ha publicado: Días de combate (1986), Sombra de la sombra (1986), La vida misma (1987), Arcángeles (1988), Regreso a la misma ciudad bajo la luna (1989), Amorosos fantasmas (1990), La lejanía del tesoro (1992), con la que obtuvo el Premio Planeta-Joaquín Mortiz 1991-1992, y La bicicleta de Leonardo (1993), entre otras. Ha obtenido tres veces el Premio Hammett para la mejor novela policiaca escrita en castellano, entre otros. Paco Ignacio Taibo II produce desde 1988 la "Semana negra", de Gijón, Asturias, en la costa norte de España, una celebración de la literatura policiaca a la que acuden anualmente miles de personas.
Rafael Ramírez Heredia publicó En el lugar de los hechos (1976) y más tarde Trampa de metal (1979), novela que ofrece los lineamientos de la técnica de pesquisa. También publicó Muerte en la carretera (1985) y La jaula de Dios (1989).
Francisco A. de Icaza publicó Extraña enemiga (1979), que gira en torno de un asunto de secuestros. José Zamora ha publicado El collar de Jéssica Rockson y Desdémona en apuros, ambas de 1980. El héroe de sus novelas tiene un carácter distinto: es inspector. El propio Zamora lo llama "el Maigret mexicano".
Otro autor que ha cultivado el género policiaco en México es Rolo Diez, escritor y periodista, nacido en Argentina y radicado en México desde hace más de 15 años; es co-creador del estilo "Argen-Mex", que surgió de la experiencia de los exiliados argentinos en México. Ha publicado: Los compañeros (1987), Vladimir Illich contra los uniformados (1989), Paso del tigre (1992), Una baldosa en el valle de la muerte (1992), Paso y voy y Gatos de azotea (1993), y Luna de escarlata (1994), con la cual ganó el Premio Hammett 1995.
Algunos escritores han contribuido tangencialmente, con obras importantes, a la literatura policiaca. Es el caso Vicente Leñero, con Estudio Q (1965), y Jorge Ibarguangoitia, con Las muertas (1977) y Dos Crímenes (1979). También es considerada dentro de la narrativa policiaca la novela de Carlos Fuentes, La cabeza de la hidra (1978).
Otras novelas sobresalientes son El crimen de las tres bandas (1945), de Rafael Solana; La muerte empieza en Polanco (1987), única novela del poeta y narrador del exilio Jomi García Ascot; El rumor que llegó del mar (1986), de Eugenio Aguirre; Crimen sin faltas de ortografía (1986), de Malú Huacuja; El alamacén de Coyoacán (1990), de Alicia Reyes; Sin partitura (1990), de Mauricio-José Schwars; Los amores de una mujer decente (1991), de Guillermo Zambrano y Morena en rojo (1994), de Myriam Laurini, autora nacida en Argentina y radicada en México.
También forma parte de esta categoría la novela colectiva El hombre equivocado, escrita en 1988 por Marco Aurelio Carballo, Joaquín Armando Chacón, Gerardo de la Torre, Hernán Lara Zavala, Vicente Leñero, David Martín del Campo, Silvia Molina, Aline Petterson, Rafael Ramírez Heredia, Bernardo Ruíz y Guillermo Samperio.
En los ochenta y noventa publicaron novelas policiacas autores como Ana María Maqueo, Amelia Palomino (1989); Guillermo Zambrano, Los crímenes de la calle del Seminario (1987) y Los secretos de El Paraíso (1994); Víctor Ronquillo, La muerte se vista de rosa (1994); Gerardo Porcayo, Ciudad espejo, ciudad niebla (1997) y Gabriel Trujillo, Mezquite road (1995).
Uno de los más jóvenes autores de novela policiaca es Juan Hernández Luna. Ha destacado por sus temas y estilo. Ha publicado: Quizás otros labios (1994), Tabaco para El Puma (1996), con la que obtuvo el Premio Hammett 1997, y Tijuana dream (1998)
DIRECTOR: Pablo Martínez Del Río
DOMICILIO: Francisco I. Madero 1, despacho 48, México, D.F.
PERIODICIDAD:
El único número de esta revista apareció en medio de las luchas revolucionarias de México a principios del siglo XX. Se pretendía que apareciera bimestralmente, pero el segundo numero nunca vio la luz.
En la única entrega de la revista colaboraron autores pertenecientes al Ateneo de la Juventud* y al Posmodernismo*. Cabe mencionar a Alfonso Cravioto, Manuel de la Parra y Enrique González Martínez, que iniciaron la edición con poemas; Mariano Silva y Aceves colaboró con una traducción del latín al castellano de "Las vísperas de Venus”. Se incluyeron páginas de prosa del Marqués de San Francisco, Antonio Caso, Pedro Henríquez Ureña, Carlos Díaz Dufoo Jr., Julio Torri, Anastasio G. Saravia, Pablo Martínez Del Río y Xavier Icaza; este último vinculado a una literatura preocupada por crear conciencia nacional a raíz de los acontecimientos recientes.
En la revista también apareció una carta sobre la invasión de Bélgica, además de ensayos y notas bibliográficas y de carácter filosófico.
Se publicaron exclusivamente artículos inéditos y se rechazaron los textos de contenido político o religioso.
La presentación viene acompañada por una viñeta de Saturnino Herrán que representa a un navío antiguo con fondo de nubes
[Sociedad. Ciencia. Literatura (1978- )]
DIRECTOR: Enrique Florescano
REDACCIÓN: Héctor Aguilar Camín, Adolfo Castañón y Julio Frenk
DOMICILIO: Prado Norte 450, México, D.F.
PERIODICIDAD: mensual
Con ilustraciones
Publicación del Centro de Investigación Cultural y Científica A.C. El primer número apareció en enero. La revista tiene como objetivos lograr vinculaciones y ser punto de enlace entre diversas disciplinas que la especialización separa. Pretende ser un foro donde se expresen problemas de índole científica, tecnológica, económica, histórica, política y literaria, y establecer de tal modo nexos entre las áreas de interés.
Las cuatro secciones que dan inicio a la revista son "Cabos sueltos", con notas de interés diverso; "Minimalia", que posee comentarios, información crítica de libros, así como artículos de índole literaria; "Por entregas", donde se comenta el contenido y alcances de algunas revistas o de algunos de sus números, y "Pie de imprenta", con información bibliográfica. Algunas de estas secciones, como "Cabos sueltos" o "Minimalia" perdurarán hasta fechas recientes, pero se irán agregando y desapareciendo otras.
En sus primeros números, el "Consejo Editorial" se divide en tres rubros: "Sociedad e Historia", "Ciencia" y "Literatura y Artes" (luego sólo "Literatura"); este último, a cargo de Antonio Alatorre, José Joaquín Blanco, Carlos Monsiváis y Yolanda Moreno. Recientemente, el "Consejo" ha estado compuesto por colaboradores como Roger Bartra, Hermann Bellinghausen, José Joaquín Blanco, Julio Frenk, Carlos Monsiváis, Ángeles Mastretta, Jean Meyer y Elena Poniatowska.
En el número 11, Héctor Aguilar Camín se convierte en subdirector. En el número 38 pasa a ser "Director editorial". En el número 13, del año 2, de enero de 1979, la revista reduce su tamaño, y en abril de 1981 se convierte, por algún tiempo, en ejemplar exclusivo para suscriptores del periódico Unomásuno. Enrique Florescano sale en enero de 1983 y Héctor Aguilar Camín se convierte en director. En septiembre de 1985, la publicación cambia de domicilio a Mazatlán 119, colonia Condesa, en la ciudad de México.
Hay números dedicados a un tema especial; por ejemplo, el número 9 gira en torno al movimiento estudiantil de 1968. En la sección "Cabos sueltos" aparece una cronología de los hechos y en "Minimalia" comentarios sobre algunos de los ensayos, testimonios y libros de Literatura del 68* que se publicaron hasta ese año. En el número 120, de diciembre de 1987, aparece la edición especial de aniversario y lleva por título "Fin de milenio"; contiene textos de "Cien autores", entre los que cabe mencionar a Luis Cardoza y Aragón, Edmundo O' Gorman, Fernando Benítez, Jaime García Terrés, José de la Colina, Juan Bañuelos y Jaime Augusto Shelley. El número 121, de enero de 1988, lleva por título general "Pensar el 68" y está dedicado al movimiento estudiantil. El número de junio de 1990 reúne una serie de crónicas sobre la ciudad de México y lleva por título "La crónica de un día cualquiera"; en ella, 50 autores cuentan las horas y lo que acontece durante ellas.
El 27 de abril de 1995 la asamblea de accionistas de Nexos decidió nombrar a un nuevo director: Luis Miguel Aguilar, y se estableció una subdirección con facultades ampliadas, a cargo de Rafael Pérez Gay, quien también fungirá como director de la Editorial Cal y Arena*, vinculada a esta revista. En el número de junio de 1995 se retira el nombre de Aguilar Camín. Jesús García Ramírez aparece como gerente. El coordinador de Cuaderno de nexos es Rolando Cordera. A partir de este número, Nexos sufrirá cambios en su concepción y propósitos. Se incluirán nuevos temas, propios del siglo XXI, como la bioética, la informática y el espacio cibernético en la vida cotidiana. También se anuncia que a partir del siguiente número se incorporarán nuevos miembros al Consejo Editorial, entre los que cabe destacar a Carlos Fuentes, Silvia Molina y Juan Villoro, y se hace un reconocimiento a Héctor Aguilar Camín, quien fue director de la revista desde enero de 1983 hasta mayo de 1995. Hasta 1998 Luis Miguel Aguilar continúa como director. Rafael Pérez Gay funge como Subsecretario General
[Gaceta de Cultura. (1959-1989)]
DIRECTOR FUNDADOR: Germán Pardo García
DIRECTOR: Carlos Pellicer
DOMICILIO: Avenida Guatemala 96, México D.F.
PERIODICIDAD: mensual
Con ilustraciones
El primer número de Nivel apareció en enero de 1959, y desde sus inicios estuvo dirigida por Germán Pardo García y Carlos Pellicer. A partir de septiembre de 1960 y hasta el término de la publicación, Pardo García recibiría el crédito como único director.
La publicación contó con tres épocas. La primera concluyó en diciembre de 1962. La segunda, que presentó una nueva numeración, dio inicio en enero de 1963. La tercera y última época comenzó en 1982 y concluyó en 1989; mantuvo la numeración de la época anterior e incluyó en la portada el nombre de Manuel Soriano Ojeda como editor. Hacia 1983, la publicación incluyó también una lista de Subdirectores -integrada por Carmen de la Fuente, Luis Enrique Sendoya y Aristomeno Porras- y de Editores Honorarios, entre quienes se encontraban Porfirio y Fernando Loera Chávez.
Durante sus treinta años de vida, la revista presentó el mismo esquema, aunque los títulos de las secciones cambiaron en varias ocasiones a lo largo de las tres épocas. Cada entrega abría con un ensayo dedicado a algún poeta mexicano que a veces se complementaba con notas y comentarios de otros escritores, así como con la publicación de fragmentos de la obra del escritor analizado; en su interior casi siempre se daba un espacio importante al cuento, a la poesía y a las artes plásticas tanto nacionales como latinoamericanas en general. También se incluía con cierta regularidad una sección de entrevistas y encuestas sobre algún tema relacionado con la cultura o el arte, así como reseñas, notas y comentarios bibliográficos.
Algunas de las secciones importantes de la primera época son "Libros", que más tarde fue sustituida por "Bibliográfica" (a cargo de Raúl Leyva); "Los Hechos y la Cultura", a cargo de Ramón Xirau (apareció con cierta regularidad y más tarde quedaría bajo la responsabilidad de Gabriel García Narezo); "Novelistas Mexicanos", escrita por María Elvira Bermúdez; "Las ventas de Don Quijote", en la cual Jesús Arellano realizaba una revisión de la literatura mexicana; "Los Hechos y la Cultura en Venezuela", a cargo de Dionisio Aymará, y "Los Hechos y la Cultura en Colombia", escrita por Álvarez D’Orsonville. Estas cuatro últimas secciones continuaron durante la segunda y tercera épocas, pero a cargo de otros colaboradores.
En la segunda época sobresalen las secciones "Entre libros", de Emmanuel Carballo; "Entrevistas de Nivel", a cargo de distintos colaboradores; "Libros de México y otros", por Dolores Castro; "Los Olvidados", escrita por Miguel Bustos Cerecedo, y "Los Hechos y la Cultura en Ecuador", de Ileana Espinel. Hacia el fin de la segunda época y durante la tercera, estas secciones se ampliaron a Canadá, Argentina, Francia, Estados Unidos y otros países.
Nivel contó con la colaboración de las principales plumas tanto nacionales como extranjeras y en ella participaron dibujantes, fotógrafos y artistas plásticos de renombre internacional. La publicación mantuvo siempre el formato tabloide y cada entrega variaba en el color de la impresión
DIRECTORES: Francisco González Guerrero y Rafael López
JEFE DE REDACCIÓN: Felipe J. Espinosa
DOMICILIO:
PERIODICIDAD: irregular
Nosotros -homónima de una revista argentina- aglutinó a muchos de los colaboradores de Savia Moderna* y Revista Moderna*. Reflejaba un cruce de generaciones: los escritores que habían pertenecido al Ateneo de la Juventud* (Antonio Caso, Alfonso Reyes, Julio Torri, Martín Luis Guzmán, Ricardo Gómez Robelo, Enrique González Martínez, Rafael López, Manuel de la Parra, Roberto Argüelles Bringas, Carlos González Peña), los modernistas de la segunda etapa (Amado Nervo, Rubén M. Campos, María Enriqueta, José Juan Tablada), la generación de los encargados de Nosotros (Francisco González Guerrero, Gregorio López y Fuentes, Rodrigo Torres Hernández) y la que se desprendería de la labor educativa del dominicano Pedro Henríquez Ureña (Manuel Toussaint, Antonio Castro Leal, Basilio Vadillo, Juan Chargoy Gómez, Conrado Abundes, Froylán González, Antonio Vázquez del Mercado).
Dentro de un contexto de lucha revolucionaria, el poeta Francisco González Guerrero tomó la iniciativa de crear la publicación con un objetivo educativo y literario.
Inicialmente, Nosotros constaba principalmente de material pedagógico: la mayoría de sus colaboradores eran maestros y estudiantes normalistas. Con el paso del tiempo, el objetivo del comienzo fue cediendo su lugar a material eminentemente literario. Su principal patrocinador fue Joaquín Casasús.
Los trabajos entregados debían ser inéditos y se seleccionaba el material muy cuidadosamente. En las primeras páginas de cada número se publicaban textos de poetas consagrados, además de sonetos del grupo organizador de la revista, ensayos y transcripciones de conferencias, entre otras cosas. La publicación no estaba dividida en secciones y su tono era sobrio y culto, aunque no deja de tener un toque de sentimentalismo juvenil. La influencia del grupo del Ateneo de la Juventud deja huella en los textos.
Se publicaron, además, los libros de poesía de dos de los redactores de la revista: La siringa de cristal, de Gregorio López y Fuentes, y Por la senda sonora, de Rodrigo Torres Hernández.
Impresa primero en los talleres del Colegio Salesiano de Santa Julia, en Tacuba, los últimos números se formaron en la imprenta de la Secretaría de Comunicaciones, gracias a la intervención de Rafael López, en ese entonces secretario particular del titular de esa dependencia y protector de la revista. El número 10 fue el último y quedó inconcluso. La mayoría de los colaboradores se mantenían aislados por la situación inestable del gobierno y esto provocó el cierre de la revista. A pesar del contexto poco favorecedor en que surgió, Nosotros fue conocida y estimulada en el exterior y se mantuvo en contacto con escritores de otros países de América Latina
Durante el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) y, sobre todo, de Luis Echeverría (1970-1976), hubo en México movimientos guerrilleros que fueron poco a poco aniquilados. Tras la masacre en Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, que hizo surgir la llamada Literatura del 68*, emerge también una serie de novelas sobre los movimientos guerrilleros. Este tema, ligado a la Novela política*, se inicia en los años setenta.
El tema literario de la guerrilla en México tiene sus antecedentes en las novelas de carácter épico-social del siglo XIX, pero también en obras del siglo XX, pertenecientes a la Narrativa de la Revolución*, a la Narrativa de la posrevolución*, a la Narrativa cristera* o a la Literatura de contenido social*.
En los años setenta, el tema de la guerrilla cobra sus dimensiones actuales y explícitas -épicas y literarias- con algunas novelas de Juan Miguel de Mora, como La fórmula (1971), primera obra que en literatura nacional se hace sobre guerrilla urbana y donde se mezcla realidad y ficción. Dos años después, René Avilés Fabila incursiona también en el tema, con un libro de cuentos donde hace énfasis en la temática político-social: Nueva utopía (y los guerrilleros). En 1975, De Mora publica otra novela sobre la guerrilla: Gallo rojo, y tres años después, También los niños, sobre el terrorismo. Jorge Aguilar Mora da a conocer su novela Cadáver lleno de mundo. Del mismo año es El infierno de todos tan temido, donde Luis Carrión Beltrán plantea tema y personajes guerrilleros.
En 1980, Salvador Castañeda publica una novela que narra las penurias de un guerrillero caído en prisión: ¿Por qué no lo dijiste todo?, con la que ganó el Premio de Novela Juan Grijalbo*. Al año siguiente, sale a la luz una crónica novelada sobre la vida del guerrillero Lucio Cabañas: Ejerció de guerrillero, de Carlos Bonilla Machorro, y en 1982 una novela sobre guerrilla urbana: La sangre vacía, de Rubén Salazar Mallén, donde también se retrata a la Liga Comunista 23 de Septiembre. Entre las últimas novelas sobre el tema se encuentran, de 1990, Guerra en el paraíso, de Carlos Montemayor; de 1992, La guerra de Galio, de Héctor Aguilar Camín y, de 1995, La lotería de San Jorge, de Álvaro Uribe
Este tipo de obras, en general de carácter realista, se basa en determinados hechos históricos y los ficcionaliza, los transforma en material literario. La historia llega en forma amena o artística al público no especializado. Estas novelas pueden usar la biografía o las memorias y el personaje o los personajes principales son hombres o mujeres que participaron en episodios de la historia del país. Los antecedentes decimonónicos de la novela histórica en México son Juan Díaz Covarrubias, con Gil Gómez, el insurgente, o la hija del médico, novela histórica mexicana; Juan A. Mateos, con El cerro de las campanas, sobre Maximiliano, y Heriberto Frías, con Tomóchic (1893), sobre una masacre cometida en 1892 por las tropas porfiristas, y cuya última versión apareció en 1911.
En 1902 se publican los Episodios Nacionales Mexicanos, relato anecdótico de nuestras luchas y de la vida nacional desde 1851 a 1861, recogido y puesto en forma amena e instructiva por el Lic. D. Victoriano Salado Álvarez. Esta obra monumental, que consta de varios volúmenes, se refiere, entre otros temas, a la administración de López de Santa Anna, a la Reforma, la Intervención, el imperio de Maximiliano y al periodo de Porfirio Díaz.
Con la Revolución Mexicana, en 1910, el género cobrará auge y en ocasiones se asociará con la Narrativa de la Revolución*. En 1915, Ireneo Paz da a conocer su novela Madero. Durante las primeras décadas del siglo XX se publican numerosas novelas históricas. Uno de los autores más prolíficos y reconocidos de novela histórica es Salvador Quevedo y Zubieta, con obras como La camada, novela histórica mexicana (1912), En tierra de sangre y broma, novela histórica contemporánea (1921), México manicomio, novela histórica contemporánea (1927), sobre la época de Venustiano Carranza, y México marimacho, novela histórica revolucionaria (1933).
En 1928, Martín Luis Guzmán publica El águila y la serpiente, episodios del México revolucionario, con personajes auténticos y ficticios. La sombra del Caudillo (1929), también de Guzmán, ficcionaliza y mezcla dos hechos distintos de la historia nacional: la rebelión delahuertista (1923-1924) y el asesinato del general Francisco Serrano, candidato de la oposición en 1927.
Publicada por vez primera con el título de Mina el Mozo (1932), la biografía Javier Mina, héroe de España y de México está más cercana de la investigación histórica que de la ficción literaria. En Muertes históricas, publicada primero con el título de Muertes paralelas (1938), Guzmán narra los decesos de Porfirio Díaz y de Venustiano Carranza. Del mismo año es Filadelfia, paraíso de conspiradores, basada en un personaje histórico, el español Diego Correa. Febrero de 1913 (1963), cuyo protagonista es Madero, podría, según Emmanuel Carballo, figurar como el segundo volumen de Muertes históricas.
La primera novela del veracruzano José Mancisidor, La asonada (1931), trata sobre el levantamiento del general Escobar en 1929. En 1933, Roque Estrada publica Liberación, novela histórica contemporánea. A su vez, el general Manuel W. González rememora los acontecimientos de la época de la Revolución y los utiliza en una serie de cuentos impresos en dos tomos bajo el título de Con Carranza, episodios de la Revolución Constitucionalista (1913-1914). El general Francisco L. Urquizo, que participó en la Revolución, rememora aquellos tiempos en su novela Tropa vieja (1931).
Artemio de Valle-Arizpe también incursionó en el tema histórico, con obras como Historias de vivos y muertos (1936), Andanzas de Hernán Cortés y otros excesos (1940) y su novela La güera Rodríguez (1951), que se desarrolla durante los últimos años del virreinato.
Leopoldo Zamora Plowes publica en 1945 una novela sobre el dictador Antonio López de Santa Anna: Quince uñas y Casanova, aventureros. Patricia Cox es autora de novelas históricas y de biografías noveladas. Entre las primeras destacan Batallón de San Patricio (1954), El enemigo está adentro (1956), que complementa la anterior, y una novela sobre la independencia: Maximiana (1957). Entre las segundas, José Rodríguez Alconedo (1955), Cuauhtémoc, Juana Inés de la Cruz y Leona Vicario (1967) y El secreto de Sor Juana (1972).
En 1943, Rodolfo Usigli publica una obra dramática que él califica como “pieza antihistórica”: Corona de sombra, sobre la época de Maximiliano. Le siguen Corona de fuego, “primer esquema para una tragedia antihistórica americana” (1960) y Corona de luz, sobre la vigen de Guadalupe, “comedia antihistórica en tres actos” (1963). Los dramas “antihistóricos” de Usigli, más que del estudio pormenorizado de la historia, provienen de un impulso fundamentalmente poético, creativo.
La década de los cincuenta dio algunas novelas históricas, como Naufragio de indios (1951), de Ermilo Abreu Gómez, que se desarrolla en Yucatán durante la época de Maximiliano. El mismo autor publica en 1958 La conjura de Xinum, prologada por el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, que trata sobre los levantamientos indígenas en Yucatán durante la llamada guerra de castas ocurrida en la segunda mitad del siglo XIX.
Desde los años setenta, la novela histórica no sólo tiene un afán totalizador, sino que experimenta con la lengua y con la estructura. El escritor se preocupa también por revisar la historia para recrearla de un modo distinto al del realismo. Entre otras obras de temas históricos cabe destacar: Quemar las naves (1975), Noche de independencia (1978), Vida y tiempos de Juan Cabezón de Castilla (1985), Memorias del Nuevo Mundo (1988), y la obra dramática Moctezuma (1981), todas ellas de Homero Aridjis; Gonzalo Guerrero (1980), de Eugenio Aguirre, sobre un episodio poco mencionado de nuestra historia; Intramuros (1983), donde se aborda la llegada de los inmigrantes españoles, y Este era un gato (1988), que trata sobre la invasión norteamericana al puerto de Veracruz, ambas novelas de Luis Arturo Ramos; Madero, el otro (1989), La noche de Ángeles, El gran elector, la obra dramática El jefe máximo (1987) y Nen, la inútil (1994), sobre la llegada de los españoles al nuevo mundo, de Ignacio Solares; Noticias del imperio (1987), sobre la época de Maximiliano, de Fernando del Paso; Ascensión Tun (1981) y La familia vino del norte (1987), ambas de Silvia Molina; La campaña, de Carlos Fuentes; una obra sobre los filibusteros: Somos vacas, somos puercos (1991) y Llanto, novela imposible (1992), ambas de Carmen Boullosa; La huella del conejo (1991) y La saga del conejo (1993), las dos de Julián Meza; Tinísima (1992), biografía novelada sobre Tina Modotti, de Elena Poniatowska (tema en el que, por cierto, ya había incursionado Víctor Hugo Rascón Banda en su obra de teatro Tina Modotti, estrenada en 1983), y una obra que recrea el imperio de Iturbide, La corte de los ilusos, Premio Planeta-Joaquín Mortiz* 1995, de Rosa Beltrán
En estas obras, el escritor se compromete con la política actual del país, ya sea para explicar alguna situación determinada o para satirizar, protestar o denunciar hechos como la violencia política, la corrupción, la infiltración de grupos extranjeros en el país, la manipulación o el chantaje de los políticos, las amenazas o torturas del régimen, así como el anhelo por una situación mejor. Se encuentra íntimamente ligada a la Literatura del 68*, a la Novela de la Guerrilla* y a la Novela histórica*, entre otras manifestaciones.
Tras la Revolución de 1910, este tipo de obras cobra un gran auge. En 1911, Florencio D. Palacios publica La púrpura de mi sangre, novela político-histórica sensacional. Cinco años después, Roberto Villaseñor saca a la luz El separatismo en Yucatán, novela histórica política mexicana.
Según el crítico Emmanuel Carballo, La sombra del Caudillo (1929), de Martín Luis Guzmán, es la primera gran novela política mexicana. Sin embargo, ya antes se habían escrito obras que incluían el tema político. Emilio Rabasa lo había tocado en novelas como La bola, La gran ciencia (ambas de 1887) y El cuarto poder (1888). Mariano Azuela escribió también una serie de obras de tema político, como Los caciques (1917), Domitilo quiere ser diputado (1918), Tribulaciones de una familia decente (1918) y, compuesta en 1928, aunque publicada hasta 1937, El camarada Pantoja, que trata sobre los prevaricadores y lidercillos políticos. Adalbert Dessau la clasifica dentro del "Ciclo anti-callista de Mariano Azuela".
Pero La sombra del Caudillo seguirá estando entre las mejores novelas políticas de México y durante mucho tiempo fue, sin lugar a dudas, la mejor. Los hechos de esta obra ocurren en el México posrevolucionario y denuncia la ambición de poder que produce el fraude electoral. En su versión periodística, la novela incluía capítulos que fueron suprimidos en la versión autorizada, entre ellos, los que luego saldrían a la luz pública como una obra aparte: Axkaná González en las elecciones, publicado como libro en 1929 con el título de Aventuras democráticas.
Sobre el oportunismo político y la corrupción, destaca Acomodaticio, novela de un político de convicciones (1943), de Gregorio López y Fuentes.
Tras la masacre de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, no sólo surge la literatura sobre el 68, sino que la novela vuelve con énfasis a la preocupación política y social. En El gran solitario de palacio (1972), René Avilés Fabila presenta con ironía la dictadura de un presidente a quien se le hace una cirugía plástica cada sexenio para que se perpetúe en el poder.
En Maten al león (1969), Jorge Ibargüengoitia nos otorga una versión irónica de la novela latinoamericana sobre la dictadura.
Carlos Fuentes escribe La cabeza de la hidra (1978), novela con importantes elementos políticos, relacionada con la llamada Literatura del petróleo*. Juan Miguel de Mora incursionó también en la novela política, con obras como La rebelión humana (1967), Otra vez el día sexto (1967), publicada en 1980 con el título Y la tierra desaparecerá, Érase una vez un presidente (1976), El emperador (1978), Todesblock, pabellón de la muerte (1980) y ¿Traicionará el presidente? (1982), sobre la injerencia de la CIA en la política mexicana. Los relatos de Roberto López Moreno que aparecen en Yo se lo dije al presidente (1981), tratan sobre la injusticia y el abuso de poder. También se abordan estos temas en Mal de piedra (1981), de Carlos Montemayor. En Batallas en el desierto (1981), José Emilio Pacheco presenta, entre otros temas, la corrupción del régimen de Miguel Alemán. Del mismo año es Manuscrito hallado en un portafolios, de Fernando Curiel, ficción política sobre el rumor en México de un golpe militar y donde se muestra la mala administración y la corrupción de algunos políticos. También se publica No habrá final feliz, de Paco Ignacio Taibo II, donde se evidencia el papel de los Halcones en la matanza del 10 de junio de 1971.
Gonzalo Martré incursionó en la novela política, sobre todo con la trilogía compuesta por El Chanfalla (1979), Entre tiras, porros y caifanes (1982) y Tormenta roja sobre México (1993), en la que se muestran los aspectos más negativos de los gobiernos priístas.
Con un contenido social, La vida no vale nada (1982), de Agustín Ramos, abarca temas políticos del México contemporáneo. En La difícil costumbre de estar lejos (1984), José María Pérez Gay aborda el fenómeno del poder y del fanatismo en un ambiente europeo. En 1985, Luis Spota publica Días de poder. Del mismo año es Morir en el golfo, de Héctor Aguilar Camín, vinculada también a la Literatura del petróleo. De 1987 es Pasaban en silencio nuestros díoses, de Héctor Manjarrez. Al año siguiente sale a luz Las cicatrices del viento, una novela política (1988), del periodista Francisco Martín Moreno.
Entre las últimas novelas de este tipo, cabe mencionar Charras (1990), de Hernán Lara Zavala, sobre un crimen político; La guerra de Galio (1992), de Aguilar Camín, sobre la guerra sucia y la situación política de México; Presidente interino (1993), del periodista Rafael Loret de Mola; Proyecto 68 (1993), de Jaime Cruz Galdeano, ligada a la Literatura del 68; La disculpa. Una novela política en tres actos (1993), de Francisco Martín Moreno, y El miedo a los animales (1995), de Enrique Serna, donde se plantea el problema de la hipocresía y la corrupción que invaden el mundo, también politizado, de la literatura, luego de tantas décadas de priísmo
Grupo literario surgido en Jalapa, Veracruz, a principios de los años 30 y auspiciado por Lorenzo Turrent Rozas, quien publicó la revista con el mismo nombre. Esto dio pie a que posteriormente se creara la revista Ruta* y se organizara la Editorial Integrales. Se trataba de un grupo en favor de la clase trabajadora y que abogaba por una Literatura de Contenido Social*. Entre sus miembros más reconocidos se hallaban José Mancisidor, Armando y Germán List Arzubide, y posteriormente Nellie Campobello. Sus consignas fueron: luchar contra el fascismo, contra la amenaza de guerra imperialista, desenmascarar los preparativos bélicos de los países imperialistas en contra de la Unión Soviética y luchar por la liberación de los pueblos coloniales y semicoloniales. Mancisidor perteneció al grupo pacifista Clarté (Claridad), que organizó y dirigió Henri Barbusse en París. Noviembre, que editó la revista Ruta, estaba afiliado a Clarté.
Por medio de la Editorial Integrales, los miembros de Noviembre publicaron obras como los Cuentos infantiles, de Gabriel Lucio, el ensayo Hacia una literatura proletaria, de Turrent Rozas, y La Asonada y La Ciudad Roja, ambas novelas de Mancisidor.
José Mancisidor cuenta cómo surgió el grupo. Una mañana, Flavio Tejeda le propuso integrarse a varios jóvenes escritores que editarían una revista. A los pocos días organizaron el grupo Simiente y publicaron la revista del mismo nombre, dirigida por Turrent Rozas y en la que colaboraron también Heriberto Jara, Álvaro Córdoba y Roberto Rivera, entre otros. De esta revista se publicaron sólo dos números. Poco después murió Tejeda y tanto Álvaro Córdoba como Turrent Rozas decidieron reorganizar el grupo. Lo llamaron Noviembre y su órgano literario, que llevaba el mismo nombre, tuvo mayor vida que el anterior: cinco números. Más tarde, hubo represión política y el grupo se dispersó. Esto culminó con una consigna militar: "Expulsión de los escritores que se dedican a hacer propaganda comunista". Algunos nombres estaban señalados con una cruz roja. A principios de enero de 1933, a Turrent Rozas y los demás miembros del grupo se les dio 24 horas para que salieran del estado. El número 6 de la revista Noviembre quedó en prensa.
Pasó el tiempo y el Noviembre reanudó sus actividades, pero ahora en torno a la revista Ruta y con nuevos miembros (entre ellos, un poeta del Estridentismo*, Germán List Arzubide), aunque otros se alejaron. Con Ruta se pretendió combatir al capitalismo e incluir autores de otros países de América. A pesar del régimen represivo de Plutarco Elías Calles, el grupo permaneció unido. Cuando Lázaro Cárdenas rompió con Calles (junio de 1935), algunos miembros del grupo fueron a la ciudad de México para colaborar en distintos puestos públicos, pero siguieron reuniéndose en distintas partes. También empezaron a participar activamente en la sección de Literatura de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR)*, a la que terminarían integrándose. Mancisidor permaneció en Jalapa y posteriormente fue designado presidente de la LEAR. Fue entonces cuando se inició la cuarta época de Ruta, en 1938, ya en la ciudad de México
[Un magazine exclusivamente mexicano (1932)]
DIRECTOR: Armando Vargas de la Maza
GERENTE: Manuel Ramírez Olmedo
DOMICILIO: Juárez 88 Apartado postal 2436, México, D.F.
PERIODICIDAD: irregular
Con ilustraciones
Revista surgida en marzo de 1932 y cuyo subtítulo deja ver las intenciones de afirmación nacionalista producidas por la Revolución. Cuando la revista Nuestra Ciudad fue clausurada por razones administrativas, el pintor Armando Vargas de la Maza decidió publicar una nueva revista independiente. En los propósitos preliminares, Vargas de la Maza afirma que la revista se centrará sólo en el hecho mexicano, ya que se necesita un órgano que permita la expresión del pensamiento propio.
En la revista se le da gran importancia a las artes plásticas del México postrevolucionario, al pasado prehispánico y colonial, a las artes populares y a la sociedad y costumbres mexicanas. Hay también material literario de gran valor, con textos de algunos autores del Posmodernismo* y del grupo Contemporáneos*
NUEVA REVISTA DE FILOLOGÍA HISPÁNICA
NUEVA REVISTA DE FILOLOGÍA HISPÁNICA
DIRECTOR FUNDADOR: Amado Alonso
REDACTORES INICIALES: William Berrien, Américo Castro, Antonio Castro Leal, Fidelino de Figuereido, Hayward Keniston, Irving A. Leonard, María Rosa Lida, José Luis Martínez, Agustín Millares Carlo, José F. Montesinos, Marcos A. Moríñigo, S. G. Morley, Tomás Navarro, Federico d
REDACTOR BIBLIOGRÁFICO: Mary Plevich
SECRETARIO: Raymundo Lida
DOMICILIO: Sevilla 30, México, D.F.
PERIODICIDAD: trimestral
La Nueva Revista de Filología Hispánica (NRFH) es heredera de la Revista de Filología Hispánica (RFH) -fundada también por Amado Alonso en Buenos Aires, Argentina (1939)-, sucesora, a su vez, de la antigua Revista de Filología Española de Ramón Menéndez Pidal. La idea de continuar con la revista argentina surge cuando Amado Alonso y Raymundo Lida (discípulo y, más tarde, colega de Alonso en el Instituto de Filología de Buenos Aires) abandonan Argentina (Amado Alonso se traslada a la Universidad de Harvard) y El Colegio de México* les ofrece "la ocasión de continuar su obra" con la publicación, en México, de la "Nueva" revista.
En cuanto al contenido y propósitos de la publicación (que se han mantenido casi intactos desde sus inicios y durante sus más de 45 años ininterrumpidos de existencia), en el primer número (julio-septiembre de 1947) se anuncia que El Colegio de México publica en cuadernos trimestrales la Nueva Revista de Filología Hispánica, la cual contaría con artículos sobre temas de literatura española e hispanoamericana; sobre el castellano de América y de España, con especial referencia al Brasil; estudios de teoría y metodología filológicas; reseñas, críticas de libros y revistas, y una bibliografía amplia. Éste fue y ha sido, en términos generales, el contenido de la publicación.
Durante su larga vida, la NRFH ha tenido varios directores distinguidos, y tanto sus redactores como sus secretarios han cambiado en diversas ocasiones. De 1947 a 1952 fue dirigida por Amado Alonso, y en 1949 Mary Plevich, redactora bibliográfica, cede su lugar a Agustín Millares Carlo. A partir de 1953, Amado Alonso queda como director fundador y su lugar es ocupado por Alfonso Reyes. Ese año también trae consigo el cambio en el puesto de secretario: Antonio Alatorre sustituye a Raymundo Lida en el cargo. La muerte de Alfonso Reyes (1959) trae, de nuevo, modificaciones en la dirección de la revista: Amado Alonso, Alfonso Reyes y Raymundo Lida aparecen en la portada como directores fundadores y, a partir de entonces, Antonio Alatorre y Ángel Rosenblat se hacen cargo de la dirección. El año 1959 también trae consigo cambios en la periodicidad de la revista -de ser trimestral se vuelve semestral- y en 1962 el puesto de secretario queda bajo la responsabilidad de Juan M. Lope Blanch.
En 1970, Antonio Alatorre queda como único director y salen de la portada los nombres de sus directores fundadores. Asimismo, ese año Raúl Ávila y Teresa Aveleyra ocupan el puesto de secretarios. En 1973, Antonio Alatorre se mantiene en la dirección; la secretaria es Martha Elena Venier, y las encargadas de la sección bibliográfica son Teresa Aveleyra y Beatriz Garza Cuarón. En 1981 se crea un nuevo Consejo de redacción, integrado por Luis Astey, Ana María Barrenechea, Carlos Blanco Aguinaga, Margit Frenk, Beatriz Garza Cuarón, Stephen Gilman, James E. Irby, Fernando Lázaro Carreter, Juan M. Lope Blanch, Luce López Baralt, Francisco Márquez Villanueva, Francisco Rico, Tomás Segovia, Elizabeth Velázquez e Iris M. Zavala.
En 1982, Martha Elena Venier, antes secretaria de la revista, se encarga de la selección y preparación inicial de los materiales, y se crea un nuevo Comité editorial que, en el año de 1983, recibe el nombre de Equipo editorial técnico (desaparece de la revista al año siguiente).
De 1984 a 1987, Antonio Alatorre comparte la dirección con Beatriz Garza Cuarón y al Consejo de redacción se le suma el nombre de Mercedes Díaz Roig. A partir de 1988, Alatorre pasa a ser director honorario y Beatriz Garza Cuarón ocupa la dirección de la revista hasta 1992. Desde 1993, la revista presenta en la portada los nombres de sus fundadores y Antonio Alatorre sigue como director honorario; se crea un nuevo Comité editorial y un nuevo Consejo de redacción y Equipo técnico.
La revista, que en sus inicios daba crédito en portada a las universidades de Harvard y Cambridge (este crédito aparece desde 1949), sustituye en 1959 (y hasta 1962) estos nombres por el de la Universidad de Texas. Desde 1962 y hasta 1970 se le da crédito en portada al Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios (CELL) de El Colegio de México, a la Facultad de Humanidades de la UNAM, al Instituto "Andrés Bello" y a la Universidad de Venezuela, pero a partir de 1970 y hasta la fecha sólo se mantiene la referencia al CELL de El Colegio de México, casa matriz de la revista, ubicado en Camino al Ajusco 20, 10740, en la ciudad de México.
Desde sus inicios, la publicación ha constado de varias secciones fijas, como "Artículos", dedicada particularmente a la literatura hispanoamericana, con un tono académico y filológico; "Revista de Revistas", que se mantuvo durante más de 40 años y que hoy ha desaparecido; "Bibliografía", que tiene como finalidad informar sobre las diversas publicaciones y libros que se editan en lengua española y cuyo índice incluía –en sus inicios- referencias a obras sobre historia, hispanismo, religión, arte, viajes, epistolarios y literatura hispanoamericana, entre otros asuntos (esta sección dejó de publicarse durante varios años y actualmente se ha reincorporado, dividida en cuatro rubros exclusivamente: sección bibliográfica general, lingüística, literatura y folklore); "Notas" y "Reseñas". Estas secciones sólo se han omitido de la revista cuando se trató de los números de homenaje dedicados a Amado Alonso, Alfonso Reyes, Raymundo Lida y Antonio Alatorre, y en los números monográficos (que en los últimos diez años se han incrementado).
Durante los más de 45 años de vida de la publicación han colaborado una infinidad de especialistas, académicos y filólogos de todo el mundo, interesados en la literatura española e hispanoamericana. Hasta el momento, la NRFH consta de XLII tomos y se han publicado más de 100 números
NUEVO ATENEO DE LA JUVENTUD
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