La crónica fue uno de los géneros que más se cultivó con el crecimiento de la industria del periodismo, la vida citadina y la modernidad. Las colaboraciones periódicas de Tablada dejaron testimonio sobre personas, lugares y acontecimientos en varias ciudades del mundo, como los que se desplegaron ante sus ojos en Nueva York y México a partir de 1920.
PRESENTACIÓN
El investigador que trabaja con textos cronísticos se enfrenta principalmente a dos problemas. El primero es el del volumen. Una de las características de la producción cronística de un autor moderno es su abundancia. Escribir crónica significa convivir con la velocidad que la tecnología moderna introdujo en la prensa durante el siglo pasado. El segundo problema es el de la dispersión, tanto en el sentido de la heterogeneidad de sus contenidos, como en el de su localización física: el cronista escribe sobre los más diversos temas, a lo largo de su vida, en varias publicaciones. La edición en este portal de la crónica que José Juan Tablada escribió desde Nueva York resuelve estos problemas de la mejor manera. Ofrece el material completo, sin recurrir a los criterios arbitrarios de selección a los que orilla una antología, y permite realizar con un buscador consultas específicas, herramienta que reduce notablemente el tiempo empleado en su consulta para la elaboración de notas gracias a su rapidez y precisión. Además, el uso del portal cumple la tarea de rescate de una manera económica y ecológica. Estas mismas ventajas de la edición electrónica fueron señaladas como una novedad sin precedentes cuando se publicó el CD-ROM La Babilonia de Hierro. Crónicas Neoyorquinas (1920-1936) (1997) fruto del esfuerzo de cooperación interinstitucional en el que participaron el Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas y el Centro Nacional Editor de Discos Compactos de la Universidad de Colima (CENEDIC), con el apoyo de CONACYT. Con el paso del tiempo, la tecnología que se utilizó en él —basada en MS-DOS, Windows 97 y procesadores de 32 bits— se volvió obsoleta, provocando que la valiosa información que contenía fuera prácticamente inaccesible. Por ello, uno de los objetivos del proyecto Cronología de la vida y obra de José Juan Tablada en el portal letra e imagen (PAPIIT UNAM IN304019, 2019-2020) fue rescatarla y ponerla de nuevo en circulación.
Entre los muchos proyectos que Tablada concibió en su prolífica carrera estuvo el de publicar sus crónicas neoyorquinas en un volumen que llevaría el nombre de La Babilonia de Hierro.1 Aunque no logró llevarlo a cabo, su interés en él muestra la importancia que otorgaba a estos textos en los que su prosa lúcida y punzante retrató a la sociedad norteamericana, ofreciendo un contrapunto constante con México e Hispanoamérica desde el balcón panorámico de esa urbe cosmopolita. El lector y el investigador podrán comprobar la riqueza de estas 725 crónicas que son, sin duda, materiales importantes para la historia literaria, política, social y cultural, no sólo de México sino de Estados Unidos e Hispanoamérica. En ellas, Tablada se da a la ardua tarea del cronista de mantener vivo el interés de un público muy amplio. Aborda los más diversos temas, acontecimientos y personajes, y refleja de una manera deslumbrante y crítica la vida de esta gran metrópoli que se convirtió en uno de los principales centros económicos y culturales después de la Primera Guerra Mundial. En ellas, desfilan mujeres de asombrosa belleza, cabarets con gánsteres y millonarios de Wall Street, deportistas y luchadores famosos, estrellas del cine y del teatro, criminales y víctimas en medio de esplendores y miserias contrastantes, multitudes amenazadas por la deshumanización de las máquinas, científicos, líderes espirituales, políticos, músicos, pintores y escritores que conforman un amplio panorama de la época.
Las primeras crónicas que Tablada publicó con tema neoyorquino aparecieron en Excélsior bajo los siguientes títulos: “México en Nueva York”, “Nueva York Múltiple”, “Las Horas Neoyorquinas” y “Nueva York de Día y de Noche”. Algunas, especialmente las primeras, no llevaban título de columna. A partir de 1924, Tablada comenzó a colaborar en El Universal ya bajo la columna “Nueva York de Día y de Noche”, situación que se mantuvo hasta 1934. En 1936, retomó por seis meses su columna “Horas Neoyorquinas” en Excélsior. Durante este largo periodo, también hubo colaboraciones esporádicas en Revista de Revistas y El Universal Ilustrado. En la presente selección se incluyeron todas las crónicas que se publicaron bajo la columna “Nueva York de Día y de Noche”, del periódico El Universal, así como las que aparecieron bajo las columnas de tema neoyorquino, antes mencionadas. También se incluyeron las crónicas que, aunque no aparecieron bajo una columna de este tipo, tratan temas relacionados. Los textos que integran esta sección del portal fueron escritos desde Nueva York. Se añadieron dos que quedan fuera del periodo de 1920 a 1936, señalado en el título de la colección, y que parecen aislados de ella. No lo están. El primero se titula "Tres artistas mexicanos en Nueva York"y apareció el 17 de enero de 1919 en El Universal Ilustrado, fecha en que muy probablemente ya se encontraba en Bogotá, en misión diplomática, como se puede ver en nuestra cronología. Está firmado en noviembre de 1918, al mes siguiente de su matrimonio con Nina Cabrera, por lo que de seguro estaba muy ocupado con su nuevo estado civil y con los preparativos del viaje. Es un artículo muy importante, tanto por la promoción de Marius de Zayas, José Torres Palomar y Alberto Hidalgo, como por las pistas que da acerca de su poesía visual.2 Así, la interrupción del tema neoyorquino se explica por su estancia en Suramérica. El último texto, titulado “Nueva York!!... Nueva York!!...”, fue publicado en Excélsior el 26 de noviembre de 1943. Es una exaltación de la metrópoli escrita al calor de su regreso temporal a ella, quizás en viaje de reconocimiento, teniendo ya en vista abandonar Cuernavaca.
La anterior selección fue discutida minuciosamente con la maestra Esperanza Lara Velázquez y la doctora Esther Hernández Palacios, quienes conocen a fondo la obra del escritor, durante 1995 y 1996, cuando se llevó a cabo el trabajo de captura y anotación de cada crónica para elaborar el referido CD-ROM. Se contó con el archivo de fotocopias e impresiones de microfilm que, a lo largo de muchos años, la maestra Lara Velázquez fue conformando, con sus visitas a diversas hemerotecas, y que parcialmente está reflejado en su Catálogo de los artículos de José Juan Tablada en publicaciones periódicas mexicanas (1891-1945) (1995), que sirvió de guía. También se contó con la captura de las crónicas que proporcionó la doctora Hernández Palacios, la cual más tarde también sirvió para que ella publicara la antología impresa La Babilonia de Hierro. Crónicas neoyorkinas de José Juan Tablada (2000), publicada por la Universidad Veracruzana. El equipo de trabajo que colaboró en la publicación del CD-ROM y los detalles de su organización pueden ser consultados en la sección de créditos correspondiente.
Para el rescate de los textos del CD-ROM, afortunadamente se tuvo como punto de partida una copia del juego de disquetes con los 725 archivos Word 2.0 que se entregaron originalmente al CENEDIC de la Universidad de Colima. La transformación de estos archivos a lenguaje html tuvo sus detalles, pero fue un trabajo que fluyó adecuadamente. Sin embargo, se detectó la necesidad de llevar a cabo una revisión profunda, en la que se cotejó nuevamente cada texto con las fotocopias del achivo de la maestra Lara Velázquez, y se determinaron nuevos criterios editoriales, como la adaptación del aparato de notas a los nuevos tiempos que vivimos de disponibilidad de información en la red. De nuevo, el equipo de trabajo que colaboró en esta nueva versión para el portal y los detalles de su organización pueden ser consultados en la sección de créditos correspondiente.
Por último, para las personas interesadas en el estudio del documento periodístico en su estado original, el Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas pone a su disposición las fotocopias e impresiones de microfilm de los materiales utilizados. La edición de La Babilonia de Hierro. Crónicas neoyorquinas de José Juan Tablada (1920-1936) en el portal se vuelve a inscribir dentro de la labor de rescate de la obra tabladiana que el Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas ha venido realizando. En 1970, la señora Eulalia Cabrera Duval encomendó a la UNAM la publicación de la obra de su finado esposo y, desde entonces, el Centro de Estudios Literarios es depositario de los archivos de este gran escritor mexicano. Ahora, el compromiso de conservar y difundir este legado retoma su presencia en los medios electrónicos.
NOTA EDITORIAL
A lo largo de las reuniones para editar las crónicas, que el equipo del portal José Juan Tablada: vida, letra e imagen llevó a cabo, se presentaron dos puntos de vista: por un lado, conservar una imagen de la lengua empleada en aquellos años y, en el lado opuesto, respetar las decisiones ortotipográficas del autor. El objetivo, al conservar la imagen, esto es, la forma en que apareció en la publicación periódica, era proporcionar una muestra de la evolución de la lengua, su estado vivo. Si bien es inobjetable, y válida, la intención de capturar una instantánea de la lengua, esta postura fue debatida cordial, pero intensamente durante las reuniones del equipo editor del portal. Las razones consistieron en argumentar que si bien se logra un registro de época, este se debe a las decisiones de los periódicos, antes que a las del autor. Y estas varían, hasta el día de hoy, de uno a otro. Incluso, entre un linotipista y otro. Más aún, hay circunstancias que cambian a causa de la inexistencia de la familia tipográfica: se puede tener cursiva para el texto, pero no para la cabeza. De esta manera, en una línea el léxico aparecerá entrecomillado y en, la otra, en cursivas. Muestra de lo anterior es la oscilación de la escritura del léxico extranjero, movimiento que se materializaba entre su aceptación o adaptación. Es el caso de anglicismos como gangster, por ejemplo, tan de moda en la temporada que Tablada vivió en Nueva York, a causa de la presencia constante de las pandillas contrabandistas de alcohol, en los tiempos en que este estaba prohibido en los Estados Unidos. Otro caso, ajeno ya a los anglicismos, fue la escritura de Budha, que ciertamente registra y captura una instantánea de un modo de escritura, en un tiempo determinado. Y ni qué decir de haikú que consigna diversas variantes de una crónica a otra: jai-kú, hai-kú, haikai.
En consecuencia, decidimos conservar algunos aspectos, inequívocos asuntos de autor, como la costumbre, manía o singularidad de los poetas de no escribir los signos de interrogación y de admiración que abren, costumbre realizada en los años veinte y treinta del siglo XX; además de Tablada, se cuentan, entre otros, Pablo Neruda y José Gorostiza. Lo mismo hicimos con una palabra muy de moda en aquellos años: reporter. La dejamos en cursiva como un secreto homenaje al oficio, entonces de moda. No obstante, guiados por la convicción de la pregunta “¿para quién editamos?”, nos enfocamos en adecuar la ortotipografía a los lectores no especializados, determinación que equivale a renunciar a la fotografía de la lengua (a los especialistas interesados en ella, los dirigimos a la consulta del Archivo José Juan Tablada en el Instituto de Investigaciones Filológicas donde se resguarda una copia de los textos impresos de ambas colecciones). Somos conscientes de que un portal en internet está dirigido a todo tipo de público. A más de uno de nuestros visitantes le costaría advertir la razón de la alternancia entre la escritura de diz que y dizque; zizaña y cizaña; en seguida y enseguida; marihuana y mariguana (que decidimos dejar con h por su origen náhua). Y ni qué decir la extrañeza que causaría entre los más atentos la presencia de Herákles en lugar de Hércules; Salónika en lugar de Salónica; más aún hollywudiano en lugar de hollywoodiano. Pensamos que la actualización de la ortografía ayudaría, también, a una lectura más fluida, particularmente para lectores no familiarizados con estas variantes.
Antes que la elaboración de un glosario de referencias léxicas de las crónicas de José Juan Tablada, el lector encontrará un corpus con términos actualizados de acuerdo con la nueva Ortografía de la Real Academia de la Lengua, publicada en 2004, de modo que leerá femineidad, suigéneris (así, en redondas) o arcoíris, por poner solo algunos ejemplos. Encontrará haikú, pero no haikai ni hai-kai. Asimismo, se encontrará con traducciones de palabras como búngalo en vez de bóngalo, charleston en vez de charlestón o chárleston, esnob en vez de snob; géiser en lugar de geyser, cláxon en lugar de kláxon, tenis por tennis. A pesar de este criterio general, mantuvimos unas excepciones mínimas. Trailers es una de ellas. Hay una crónica donde esta palabra se refiere a casas rodantes; y no hay una palabra en español para definirlas (tráiler remitiría a tractocamión). La otra fue clubs, por considerar que aún no está extendido el uso de clubes. En este caso decidimos dejarlas de cursivas, criterio aplicado a palabras aún no admitidas en el DLE de la RAE, como algunos latinismos, galicismos, japonismos, helenismos, germanismos, arabismos, etcétera.
Finalmente, empleamos el prefijo ex que se antepone a un sustantivo o adjetivo pegado a este y la relación causa-efecto la usamos con guión para evidenciar la correlación entre ambos términos. A pesar de que no fueron pocas las ocasiones en que apareció con alta inicial, bajamos la mayúscula de Cine; curiosamente, la radio nunca apareció en alta. Para otras dudas, consultamos el Diccionario del español de México, publicado en línea por El Colegio de México.
En el caso de los nombres de artistas, escritores incluidos, decidimos traducir el nombre y no el apellido. Con la excepción de los muy conocidos, William Shakespeare, por ejemplo. Cuando tuvimos duda de su escritura (¿Tchaikosky, Tchaikovski?) consultamos la Encyclopaedia Britannica o la Enciclopedia de México.
Cf. José María González de Mendoza, "La obra inédita de José Juan Tablada"
Cf. Rodolfo Mata, “José Juan Tablada: poeta pintor”, prólogo a Li-Po y otros poemas, edición facsimilar, Instituto de Investigaciones Filológicas UNAM, México, 2017, pp. V-LXXIII.
2021 (www)
Coordinadores
Gabriel Manuel Enríquez Hernández
Rodolfo Mata
Cuidado de la edición
Alejandro Olmedo
Adaptación, etiquetado y cotejo
Sara Andraca Osorno
Guillermo Bejarano Becerril
Jorge Mendoza Romero
Érika Ochoa Guerrero
Samantha Pérez Portillo
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Filológicas
Centro de Estudios Literarios
1997 (cd-rom)
Edición y notas
Columba Galván Gaytán (CEL, UNAM)
Ester Hernández Palacios (UV)
Esperanza Lara Velázquez (CEL, UNAM)
Rubén Lozano Herrera (UIA)
Pilar Mandujano Jacobo (CEL, UNAM)
Rodolfo Mata (CEL, UNAM)
Eduardo Serrato Córdova (CEL, UNAM)
Geney Beltrán Félix
Jesús Gómez Morán
Celina Orozco Correa
Dula Alicia Ortega Pineda
Dora Berenice Paredes Acosta
Marissa Torres Pech
Recopilación
Esperanza Lara Velázquez (CEL, UNAM)
Estudio preliminar
Ester Hernández Palacios (UV)
Captura, cotejo y preparación para edición electrónica
Raymundo Aguilera Cordova
Gabriela Aragón Alcérreca
Alcibíades Cruz Castillo
Martha Aurora Huerta Flores
Adriana Martínez Cruz
Herminia Pilar Morales Lara
Patricia Murillo Hernández
Amanda Liliana Sandoval López
Cuidado de la edición
Esther Martínez Luna (CEL, UNAM)
Eduardo Serrato Córdova (CEL, UNAM)
Coordinación
Rodolfo Mata Sandoval (CEL, UNAM)
Soporte en la manipulación de archivos electrónicos
Gerardo Vega Hernández (DGSCA, UNAM)
Apoyo técnico
Claudia Durán Olmos (DGSCA, UNAM)
Miguel Guadalupe Rodríguez Lozano (CEL, UNAM)
Responsable del proyecto
Jorge Ruedas de la Serna (CEL, UNAM)
Imágenes fotográficas y reproducciones de acuarelas
Archivo José Juan Tablada
Centro de Estudios Literarios
Instituto de Investigaciones Filológicas
Animación de entrada
Óscar Zúñiga (CENEDIC, Univ. de Colima)
Desarrollo de software
Pedro Peña Reyes (CENEDIC, Univ. de Colima)
Diseño gráfico
Juan J. Alcaraz Robles (CENEDIC, Univ. de Colima)
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Filológicas
Centro de Estudios Literarios
Centro Nacional Editor de Discos Compactos (CENEDIC)
Universidad de Colima
Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT)
Proyecto 0355P-H
José Juan Tablada: vida, letra e imagen
Proyecto PAPIIT IN403019
Centro de Estudios Literarios
Instituto de Investigaciones Filológicas
Universidad Nacional Autónoma de México
México 2021
Y nunca se sabe cuál será la sorpresa que nos aguarda:
si el diablo que nos guiña el ojo, el payaso que nos saca
la lengua o una rosa que es una bailarina.
Octavio Paz, “Estela de José Juan Tablada”
Donde Díaz Mirón es el puma y donde González Martínez
es el búho,Tablada es el ave del paraíso. Como tal induce
a error a los que lo juzgan personaje de la frivolidad y de la
moda. Porque la química de sus colores y el secreto de su
dibujo se esconderán sin remedio a los hojalateros que, con
sus pitos de agua se asoman a la línea de fuego de la poesía.
Ramón López Velarde, “José Juan Tablada”
José Juan Tablada es uno de los pilares de la literatura mexicana del siglo XX. Su espíritu inquieto, siempre en movimiento, lo llevó a incursionar en todos los géneros y a experimentar formas distintas que se adecuaran a su incansable búsqueda interior, al mismo tiempo que fuesen reflejo del cambiante mundo que le tocó vivir y con el que sostuvo una estrecha y dinámica relación. Aunque es más conocido como poeta, y es en este género en el que, sin duda, se encuentran sus principales aportaciones, escribió también dos novelas, algunos cuentos, una obra teatral, una monografía sobre arte plástico japonés, una historia del arte mexicano, dos volúmenes de memorias, además de su Diario y un tratado sobre micología; sin embargo, es en la crónica periodística en donde alcanzó igual nivel que en su poesía, en lo que se refiere a cantidad y calidad. Seguidor de las figuras señeras de José Martí y Manuel Gutiérrez Nájera, Tablada pertenece a esa primera generación de escritores hispanoamericanos que apuestan a vivir de su pluma, y es precisamente la crónica periodística la que les ofrece esa posibilidad. Si la crónica alcanzó con el modernismo una incuestionable categoría literaria, Tablada perfeccionará su factura y la llevará por el mismo camino que su poesía hasta los novísimos espacios de la vanguardia y la modernidad. No obstante lo anterior, el Tablada cronista es, hasta hoy en día, casi un desconocido en el panorama de las letras mexicanas. Acaso su enorme figura de poeta dejó en la penumbra las otras facetas capitales de su personalidad.
Si resulta imposible encasillar a Tablada como escritor de un único género, tampoco es posible clasificarlo como autor de una sola época, escuela o estilo. Se inicia como modernista y, dentro de este movimiento, despliega una actividad sobresaliente y crea una obra que destaca entre las de sus compañeros. Pese a que es poco recordado por sus trabajos de este periodo, ninguna antología o estudio del modernismo podría considerarse completo sin la inclusión de Tablada como uno de sus más representativos exponentes, pero calificarlo sólo de modernista sería pecar por omisión. Xavier Villaurrutia lo sitúa dentro de la generación de los modernistas, pero se cuida de afirmar:
A esta generación pertenece el modernísimo José Juan Tablada, que ha conseguido burlar las clasificaciones poéticas. Es, entre todos nuestros artistas, el más inquieto, el maestro de las literaturas exóticas, el eco de todas las manifestaciones revolucionarias europeas y, ahora, norteamericanas. Su misma inquietud, su constante renovación (renovarse es estar naciendo todos los días), ha hecho de su obra, más que una realidad, un provechoso consejo, una doctrina de inquietud para los nuevos poetas.1
Modernista a su manera, Tablada es considerado como un miembro memorable del movimiento en que se inicia dentro del arte mexicano. Desde esta primera etapa de su obra encontramos, en ciernes, todos los campos y las inquietudes que más tarde habrá de desarrollar. Su primer libro, El florilegio, publicado en 1899 y, en versión corregida y ampliada, en 1904, aunque contiene todas las características de esta corriente —incluso la de ser fruto de una intensa experiencia bohemia, muy al estilo de los creadores decadentistas—, presagia su estilo y su temática posteriores. En El florilegio se encuentran en germen el folklor mexicano, un agudo amor a lo exótico —principalmente por los temas japoneses—, una particular atención a lo plástico, un decidido amor por los animales y la naturaleza en general, y un eros desenfadado. Todo esto acompañado de una obsesión trascendentalista y un patriotismo a ultranza.
Esta amplitud y variedad de horizontes nos remite a un par de constantes en su obra: su espíritu curioso e investigador por excelencia y su intensidad, propia de quien, en cada paso, se juega el todo por el todo. En su implacable afán de búsqueda nunca encontró barreras ni se amedrentó frente a lo nuevo o lo desconocido; por el contrario, hurgó hasta el fondo de sus intereses y de él mismo, sintiendo más de una vez las consecuencias de esta actitud que lo llevaron a agudas crisis y a profundas modificaciones de su perspectiva vital.
Entre el grupo de la Revista Moderna fue considerado como uno de los más baudelerianos, decadentes y malsanos, ya que prefería los temas mórbidos, los humos del hashís y alguna que otra sustancia tóxica, las bestias míticas, el eros orgiástico y ese celo tan baudeleriano de épater le bourgeois. Vale la pena recordar aquí el episodio que dio origen precisamente a esta revista: en su edición del 8 de enero de 1893, el periódico El País publicó en sus páginas un poema del joven Tablada2 titulado “Misa negra”. El poema, de excelente factura y riquísima plasticidad, despertó la indignación entre la sociedad porfiriana por su excesivo sensualismo y su erotismo sacrílego. Las indignadas protestas llegaron a tal punto que el poeta se vio obligado a renunciar a su puesto de asiduo colaborador; pero el asunto no paró allí, sino que llegó hasta las más altas camarillas políticas. Doña Carmen Romero Rubio de Díaz, esposa del presidente, ordenó que se rechazaran los escritos de Tablada en todas las publicaciones y esta determinación llevó al poeta y sus amigos a pensar en la necesidad de crear un órgano propio donde publicar sus obras sin temor a la censura, un espacio donde expresarse sin cortapisas ni prejuicios: “la Pagoda en que seguiremos reverenciando al arte, nuestro ídolo común”.3 “Misa negra” no sólo es importante por la polémica y el escándalo que desató, sino porque contiene casi todos los elementos que conformaron la poesía de este período en la obra de su creador; de manera especial “Misa negra” ejemplifica la manera en que Tablada manejó las técnicas impresionistas para favorecer la expresión de sugestiones interiores y correspondencias secretas, tan caras al simbolismo. El escándalo que provocó no fue azaroso, fue la respuesta de la sociedad al espíritu decadentista del poeta, que huía de lo literariamente aceptable, rendía culto a lo cosmopolita y lo exótico, combinaba varias estimulaciones sensoriales y se atrevía incluso, a incluir una nota satánica procedente de la obra baudelairiana.4
Para sus contemporáneos, no será “Misa negra” sino “Ónix” el poema que represente el momento culminante de su producción modernista. En ambos, Tablada refleja, además de un excelente manejo de la lengua del verso, un dominio de la luz, el color, el espacio y la perspectiva, basados en una estructura con simetría geométrica. Éste no es un hecho azaroso, paralelamente a la literatura, Tablada siempre se preocupó por las artes plásticas, que fueron una de sus grandes y múltiples pasiones. Cultivó la pintura en sus ratos de ocio y le dedicó buena parte de su trabajo crítico y periodístico, esta actividad dejó honda huella en todas sus obras de arte verbal. Cuando publicó por primera vez “Ónix” en El Siglo XIX, el 23 de septiembre de 1893, sólo contaba con 22 años, se declaraba desesperanzado y nihilista seguidor de Baudelaire y de su spleen, y estaba lejos de imaginar el riquísimo mundo pictórico en el que habría de penetrar: su pasión por la pintura oriental, en especial por la estampa japonesa y por dos pintores nipones, Utamaro e Iroshigué, su interés y profundo conocimiento del arte prehispánico mexicano y, sobre todo, su labor, en Nueva York, como crítico y promotor de los pintores mexicanos modernos. Dedicado a Luis G. Urbina, “Ónix” consagró al joven poeta como miembro del círculo de los escritores modernistas que seguían la estética decandentista de Baudelaire.
Sería absurdo reducir al Tablada modernista a un baudelairianismo radical: su estilo también transparenta a los hispanoamericanos Darío, Lugones y Del Casal. Entre sus búsquedas, está la de la perfección formal; maneja con maestría los metros modernistas y busca en sus crónicas periodísticas ese equilibrio preciosista que la ha colocado como uno de los géneros literarios más gustados. Aunque en su errancia por ambientes distintos incursiona en el mundo medieval europeo —tan explotado por parnasianos y prerrafaelistas— en el Islam y la Grecia clásica, su interés y su pasión se materializan en un espacio preciso y propicio: Japón. Si “cada escritor es su propio modernismo” y cada obra rebosa individualidad, la de Tablada se singulariza por su interés y su cercanía con Oriente, en particular con la estética y la poética niponas. Ya Lugones, Darío, Del Casal e incluso Martí habían incursionado en este espacio; pero Tablada se introdujo en él de manera contundente y definitiva, y de sus constantes viajes —reales e intelectuales— no regresó con las manos vacías, sino que enriqueció el acervo literario de la lengua española con nuevas formas, nuevos temas y una forma distinta de ver y asumir el mundo.
En El florilegio plasma por vez primera su contacto con Oriente, cuyo origen podemos situar en los primeros años de su infancia5 y que el joven modernista se ha encargado de alimentar con lecturas, francesas en una etapa inicial —los hermanos Goncourt, Pierre Loti, Judith Gautier—, después inglesas —Chamberlain, Lafcadio Hearn…— y cuando esto ya no fue suficiente, con su propia y determinante vivencia.
Su primer acercamiento es temático y, por sus temas, le viene el suministro del lenguaje que lo remite casi de inmediato a la decantación de la estética nipona. En 1900 traduce —más bien parafrasea— 13 utas japonesas y las publica en la Revista Moderna. Son poemas concisos (las utas se componen, en japonés, de 31 sílabas) que vuelcan el espíritu del poeta mexicano hacia una sensibilidad y una expresión diferentes. La sensibilidad lo acercará al paisaje, le dará nuevos ojos para contemplar la naturaleza —esa naturaleza que ya desde siempre contemplaba y amaba—6 y le abrirá otro cauce para su sensualismo; la expresión lo acercará a la sencillez y a la síntesis. Sobre el japonismo en El florilegio nos dice Atsuko Tanabe en su excelente libro:
Aunque la visión de los bellos decasílabos con una rima alternada de su Japón sea puramente decorativa y europeizante, refleja bien su apasionado sentimiento por la naturaleza, el arte y la vida japoneses.7
Leopoldo Lugones prologó con un poema titulado “Al lector” el segundo libro de poemas de Tablada, Al sol y bajo la luna, que salió de prensas en 1918. Contiene poemas escritos y publicados por separado en un lapso muy amplio, de 1904 a la fecha de la edición, con un largo silencio intermedio, que corresponde a una etapa crítica en la vida del escritor. Ésta es una de las razones que hacen al libro desigual y heterodoxo, más heterogéneo aun que su Florilegio. Junto a composiciones todavía de corte romántico aparecen otras que inician uno de sus veneros más ricos, el vanguardista, en poemas como “Quinta Avenida”, “Lawn–Tennis” y “Flirt”, en los que rompe la grafía de la estrofa clásica, introduciendo el elemento visual que llevará al extremo en poemas posteriores.8
La innovación lo conduce asimismo a la conquista de nuevas formas métricas, léxicas y semánticas o a la modificación de las clásicas. Junto a versos que se apegan a la más tradicional de las retóricas, encontramos otros que las quebrantan, como los sonetos en octosílabos; pero, sin duda, la renovación alcanza más de lleno al aspecto semántico, particularmente al léxico y modifica por completo el tono poético, que de serio y grandilocuente, se torna profundamente irónico, frívolo y cosmopolita. Uno de los objetos de esta metamorfosis es la figura femenina, que se aparta de la imagen modernista de la belleza clásica y parnasiana, para volverse elaboradamente exótica, refinada, diabólica y opulenta. Cercana a la “flapper” de los años veinte, a la mujer fatal, en la que, “exasperados”, encontramos ecos baudelairianos y prerrafaelistas.
Empeñado en su búsqueda, había viajado al Japón en 1900 para conocer de cerca el mundo que tanto lo seduce. Para entonces, José Juan Tablada era un apasionado lector de los japonistas europeos, siendo él mismo un poeta «japonista». Insatisfecho en su deseo de profundización, no descansará hasta viajar al país que lo obsesiona. El lunes 14 de mayo de 1900 salió rumbo a San Francisco, de donde se embarcó hacia Oriente. Don Jesús Luján, mecenas de los modernistas, hacía posible este sueño.
Mucho se ha elucubrado sobre el viaje de Tablada al Japón;9 se han mencionado dos viajes o ninguno. Según esta última versión, nuestro poeta tendría sólo un contacto a distancia, desde los muelles o a lo mucho el «China Town» de San Francisco. Sin embargo, Atsuko Tanabe afirma que Tablada sí pisó tierras japonesas, visita que no le bastará para satisfacer su sed de conocimiento, sino que servirá sólo como incentivo para su inmersión profunda en esta cultura. Cuando desembarca en Yokohama, Tablada no habla japonés, y esta limitación no le permitirá integrarse ni sacar todo el jugo que él hubiera querido a su experiencia. Después de escasos seis o siete meses, no soporta la nostalgia y regresa a México. Vale la pena preguntarse si entre los múltiples recuerdos de que venían cargadas sus valijas, se contaba el hai–kai.10 Aunque corta, la estancia fue riquísima; tanto, que tardará años, tal vez toda su vida, para satisfacer las nuevas inquietudes, la nueva sed de conocimientos y vida japonista.
Su educación había sido «a la francesa» y no podía, ni quería, desprenderse de esos lazos. En 1911 viajó a Europa y permaneció una temporada en París, en donde, al contrario de lo que le sucediera en Japón —donde tuvo que instalarse en una colonia sólo para extranjeros—, se sentía como pez en el agua. Hablaba el francés tan bien como su lengua materna, o por lo menos se ufanó de ello más de una vez, y además dominaba el inglés. Hacia 1911 circulaban en Europa varios libros consistentes sobre Japón. Tablada aprovechó su estancia en París para ampliar y consolidar sus conocimientos y su interés por el país del sol naciente; entre otras cosas, reunió materiales para su libro Hiroshigué, visitó exposiciones de pintura japonesa, compró piezas de porcelana y cerámica, adquirió estampas y libros; sin lugar a dudas también inició o ahondó sus conocimientos sobre el hai–kai. En Japón había conocido las utas que parafrasea en la segunda edición de su Florilegio, pero más adelante se sentirá atraído por una forma más breve.
No existen ni en su Diario ni en sus Memorias menciones a su encuentro con el hai–kai en su viaje de 1900, aunque resultaría osado afirmar que no lo conoció durante su estadía en Japón. Lo que sí podemos decir, sin temor a equivocarnos, es que para 1911 ya había leído a Basil Hall Chamberlain, a Paul Louis Couchoud y a Lafcadio Hearn. El primero es nada menos que el introductor del hai–kai en Europa, con su libro Japanese Poetry (Londres, 1911); Couchoud publicó, en 1905, un libro de hai–kais titulado Aux fils de l'eau y, un año después, un ensayo en torno al origen y procedimiento de los mismos, “Les Epigrammes Lyriques du Japon”, en su libro Sages et Poétes d'Asie. Paralelamente, Hearn le ayudará a completar su visión del Japón, sobre todo porque Tablada confió en él como su mediador intercultural. Aunque también nacido en Occidente, Hearn se adaptó de manera tan completa a su nueva patria que no sólo cambió sus nombres, sino su religión y costumbres, se casó con una japonesa, la hija de un samurai, procreó y murió en Japón. Desde 1885 es citado por franceses e ingleses como fuente fidedigna para conocer el país del sol.11
1913 será un año japonista. El 27 de octubre, Tablada fue nombrado profesor de Artes Orientales en la Academia de Bellas Artes; un día antes había comenzado a escribir una historia de Japón que, como muchos otros de sus proyectos, nunca pasó de serlo:
Recibí hoy mi nombramiento para profesor de Artes Orientales en la Academia de Bellas Artes, mientras se abren los cursos pienso dar una o dos conferencias sobre el arte chino y japonés […] Ayer comencé a escribir mi Historia del Japón.12
Al año siguiente fue condecorado por el emperador japonés por su trabajo sobre Hiroshigué. Los años comprendidos entre 1900 y 1919 son años de cultivo, de lecturas, de meditación e introspección. Resulta clave dentro de ellos el de 1911. Para amenizar el estudio y la reflexión, pero sin desviarse de su objetivo, se dedicó también a coleccionar y comerciar arte y libros nipones. Nos dice en sus Memorias:
Entre mis aventuras de coleccionador rememoro la curiosa fuerza centrípeta que hacía que tarde o temprano y por los más heterogéneos conductos, llegaran a mi poder los libros chinos o japoneses que existían a la sazón en México. Recuerdo por ejemplo, el Fugaku Hiakei o Cien vistas del Fujiyama por Hokusai, compuesto de tres volúmenes. El que primero obtuve lo compré sobre el mostrador de un estanquillo donde un rapaz se disponía a iluminar a la acuarela dos dibujos magistrales; el segundo volumen fue comprado a alguien por Jorge Enciso, que al ver que yo poseía el compañero, no tuvo inconveniente en cedérmelo. Por fin el libro que completaba la serie lo adquirí años después, gracias a que Carlitos Serrano, el escritor, me dio el tuyau avisándome que alguna persona poseía varios libros japoneses y que quería deshacerse de ellos. El anhelado volumen del Fugaku Haikei vino entre ellos.13
Casi dos décadas tardaría Tablada para escribir al «estilo japonés». Durante todos estos años, el poeta dirigiría su mirada, su corazón y su mente hacia el Japón, en pos de esa otra sensibilidad. Durante este mismo lapso había buscado, en forma paralela, cambiar su forma de expresión, revolucionar su poesía, modificar de fondo, hasta destruirla, la retórica modernista; en fin, escribir una poesía nueva, una poesía moderna.
El hai–kai será el hallazgo en que comulgan ambas búsquedas: en sus tres versos encontrará Tablada la justa manera de sentir, de acuerdo con sus modernas pero trascendentales necesidades. En éste, como en tantos otros puntos, el mexicano no está solo, sino que, como dirían sus admiradores estridentistas, coincide “en la hora en punto” con otros muchos: vive su siglo. Coincide sobre todo con la poética de Ezra Pound y el resto de los imaginistas, quienes también habían recurrido al hai–kai para revitalizar la poesía, y buscaban con lo sintético romper la rigidez de la poesía tradicional de occidente. En 1914, Pound planteaba la relectura y la meditación para captar todo el contenido que aparecía de manera implícita y resumida en la imagen.
Es la época en que el orientalismo se presenta como una puerta neo–espiritualista, cuando Dios ha muerto y el desierto crece, Occidente luego de haber destruido sus altares, trataría de encontrar el misterio perdido en otros dioses.14
Por si necesitara más razones para escribir estos poemas sintéticos, Tablada también encuentra en ellos una forma para dar la respuesta exacta a muchas de sus inquietudes o preocupaciones vitales: su espiritualismo–teosófico y su amor por la naturaleza, en especial por el reino animal. Entendía, como los imaginistas, que los hai–kais contienen una experiencia espiritual, por eso dedica su primer libro de hai–kais, Un día, a las “sombras amadas” de Shiyo y Basho. Sabía, también, que en esos poemas existe una tensión artística y mística antes que conceptual; ambos conocimientos se entremezclaban y lo reafirmaban en sus reflexiones teosóficas.
Por otro lado, Tablada también descubre que existen en el arte dos grandes vertientes en relación con la naturaleza: la del artista que, consciente de la distancia entre hombre y naturaleza, o en términos más contemporáneos, consciente del no encuentro de una naturaleza para el hombre, intenta un abrazo mimético con lo natural, y la perspectiva que se reviste como adversaria, la del artista que, igualmente sabedor de la escisión entre hombre y naturaleza, busca ahondarla y erigir, como su territorio natural, su propia creación. La primera es la vertiente que le muestra Oriente, concentrada y magnificada en la estética sagrada del hai–kai.
Mientras en los libros anteriores había logrado barrocos preciosismos formales, ahora se desnuda de abigarramientos para alcanzar la más pura sencillez. Si antes no se detenía al despilfarrar versos e imágenes, ahora es cauto y riguroso, utiliza del lenguaje sólo lo indispensable para lograr una belleza sintética y limpia. Un día se publicó en Caracas en 1919 y fue, en todo, innovador: no sólo es nueva la tipografía y el ordenamiento estrófico de los versos, sino que lo es el propio libro como objeto; todas las páginas pares llevan impreso un “sello del autor” y cada hai–kai va acompañado de un dibujo. El poeta quiere, de esta manera, manifestar lo más ampliamente posible su nueva forma de percibir y expresarse, en donde lo plástico y gráfico ocupan un lugar prominente, y todavía va más lejos, pues invita al lector a participar con una “lectura activa”, iluminando los dibujos. Lo esencial, con todo, se encuentra en la propia naturaleza del hai–kai, “breve verso”, según sus propias palabras, que resume humor, objetividad y justeza en la expresión.
Por ser un libro “limpio y claro”,15 Un día fue un libro difícil para la crítica. Sin embargo, y tal vez por sus semejanzas con la copla popular, los poetas hispanoamericanos lo recibieron con los brazos abiertos y no tardaron en experimentar con la nueva forma.
Abierto a las ideas, siempre en movimiento, además de los poemas al estilo de los hai–kais japoneses, Tablada cultivó los ideográficos. Los dos primeros aparecieron en 1915 y los demás fueron escritos entre ese año y el de 1919. El volumen que los reúne, Li–Po y otros poemas, se publicó en 1920 y es de corte vanguardista de principio a fin. Lleva en la contraportada una «psicografía» de Marius de Zayas y un epígrafe de Mallarmé sobre la imitación de los chinos. Breve, de apenas 24 páginas, transforma la expresión poética en lengua española, desde la tipografía hasta la semántica.
Asia y la estética asiática son también los modelos de Li–Po…, pero esta vez no es el Japón sino China el punto decisivo. El poema que da título al libro narra la historia del poeta Li–Po; a partir de ella, nos acercamos al carácter plástico e ideográfico de esa poesía. El sistema de escritura ideográfico siempre le interesó, sobre todo preocupado como estaba por el problema estético más allá de las fronteras del lenguaje verbal y privilegiando, dentro de esta preocupación, al arte visual. Consideraba que la poesía china lograba la fusión entre la poesía y la pintura. ¿Por qué no intentar lo mismo en castellano? Aunque hubiera para ello que romper cánones y llevar las formas poéticas hasta extremos desconocidos, siempre en el espíritu de la investigación y el experimento.
Aunque mucho se ha especulado sobre la coincidencia cronológica entre la poesía ideográfica de José Juan Tablada y los caligramas de Apollinaire, y más de una vez se ha dado por sentado que los primeros son resultado directo de los segundos, recientemente, Klaus Meyer–Minnemann ha retomado el asunto en su valioso ensayo sobre la escritura ideográfica de Tablada,16 para cerrar de una vez por todas el problema de las influencias o confluencias entre el poeta francés y el mexicano y entre éste último y la poesía china, en particular las versiones que de ella fueron asequibles a Tablada durante su primer exilio neoyorquino (1915–1918). Meyer–Minnemann hace un análisis muy completo de los ideogramas de nuestro poeta, a partir de las declaraciones que el propio Tablada hiciera a su amigo Ramón López Velarde en una carta que se publicó en El Universal Ilustrado el 13 de noviembre de 1919. En ésta, el poeta afirma que la idea de componer ideogramas nace en él muchos años atrás, con la lectura de una antología griega que daba cuenta de poemas escritos en forma de “ala” y de “altar” y del conocimiento de que, en China, se practica un ritual en el templo de Confucio, en el que, a la vez que se canta un himno, se escriben sus caracteres sobre el pavimento, con el movimiento de la danza.
Tablada añade en la misma carta que sus poemas ideográficos poseen la fuerza de una expresión simultáneamente gráfica y lírica, aunque algunos de ellos no son nada más gráficos, sino arquitectónicos. Después de la lectura de Meyer–Minnemann y teniendo a la vista no sólo la obra poética sino sobre todo las crónicas neoyorquinas de Tablada, y todas las ideas estéticas que de ellas podemos desprender, podríamos decir que no son nada más gráficos, sino pictóricos, plásticos, dentro del más moderno concepto de ese arte.
En su trabajo sobre la poesía vanguardista de Tablada, Alfredo Roggiano nos recuerda que Tablada estaba en Nueva York por las mismas fechas en que Duchamps exponía sus círculos móviles y se difundían poemas-carteles de Maiakovski.17 También nos conmina a no olvidar que, en esos mismos momentos, Ezra Pound difundía el ideograma chino sobre adaptaciones de poemas de Li–Po hechas por Ernest Fenollosa. Por otra parte, Adriana García de Aldrige, al recuperar la misma carta a López Velarde a la que aludí más arriba, se centra en la mención que hace Tablada de su acercamiento a la poesía china. A partir de estas declaraciones, García de Aldrige18 prueba con lujo de detalles y después de una acuciosa investigación, que los poemas ideográficos del mexicano, en particular su “Li–Po”, “poseen numerosas imágenes transferidas de la obra misma del poeta chino”.19
Tablada compone estos poemas con todos los elementos poéticos y visuales y fiel a su principio de mantener en movimiento su literatura.20 Lo primero que salta a la vista cuando leemos los ideogramas de José Juan Tablada es el hecho de que existe, además del lingüístico, otro plano significante, el visual. Li–Po y otros poemas es un libro precursor, su trabajo de renovación implica toda una transformación del quehacer artístico, para la que se sitúa en una perspectiva autocrítica y blande la ironía como arma poética de suma importancia. ¿De qué otra manera podrían leerse los extremos vanguardistas de poemas como “Ruidos y perfumes” o la escritura de espejo de “Día nublado”? Una vez más Tablada implica al lector en su proceso de transformación. Éste tendrá que romper el automatismo de la lectura y participar, todavía de una manera más activa que en el caso de Un día. Hay poemas que deben leerse moviendo continuamente el libro, pues la escritura es a veces vertical y, otras, horizontal, curva o en diagonal. Pero el libro no sólo cuestiona el papel del poeta y el del lector, sino que pone en tela de juicio el propio acto creativo.
Pese a la importancia que los ideogramas tuvieron en el desarrollo de la poesía en Hispanoamérica y al rol que le tocó desde entonces jugar a su creador como punta de lanza de las vanguardias, particularmente de la mexicana y la venezolana, en su desarrollo personal significa sólo un momento, y breve, por cierto. En el libro que Tablada publica inmediatamente después, Un jarro de flores, retorna a la forma que seguramente le resultó más entrañable,21 el hai–kai, de naturaleza menos experimental. En el momento de la publicación de Un jarro de flores (1922), la forma sintética japonesa ya ha circulado por todo el continente, pero el poeta considera que la crítica no ha logrado captar su naturaleza, por eso introduce su nuevo libro con una larga disquisición en la que aclara qué es el hai–kai y por qué lo considera un medio justo de expresión, al mismo tiempo que arremete, contra la crítica, con erudición y en un tono satírico y vanguardista, muy al estilo de los manifiestos que por esos días circulaban en varias capitales europeas y americanas.
Siempre cuidadoso de lo gráfico, exigente y obsesivo enamorado de la belleza, amante, como otros muchos escritores del libro en su calidad de objeto, imprime de El jarro de flores 280 ejemplares, diez en papel japonés Vitela Imperial, veinte en papel de hilo Catalunya, numerados del 11 al 30, con carátulas iluminadas a mano, con firma y huella digital del autor.
La opinión generalizada afirma que la trascendencia de Tablada como escritor proviene de que introdujo e hizo florecer el hai–kai en la literatura en lengua española. Yo añadiría que con ello otorgó además a la literatura mexicana una nueva dimensión. El hai–kai, al que se somete en una especie de ritual religioso y del que sale transformado, representa no sólo el dominio y el conocimiento profundo de la forma japonesa, sino, sobre todo, la creación de una experiencia nueva en la literatura mexicana, con la que no intentaba “torcer el cuello al cisne”, sino más bien torcérselo a la sensibilidad occidental contemporánea y, aceptar al cisne como un habitante más del jardín terrenal, actitud que va más allá de la poesía permeando todas las ramas de su actividad literaria.
Cosmopolita por vida y espíritu, después de sus estancias en París, en Japón, en Caracas y en Bogotá y de muchos años de exilio neoyorquino, nostálgico, vuelve sus ojos a la patria, a la que, por otro lado, y a pesar de la distancia, siempre tenía presente. No hay que olvidar que una de sus ocupaciones fundamentales, la que le da de comer de una manera más segura y constante, es su colaboración semanal como cronista en los más importantes periódicos mexicanos. En 1928 publica La feria con el subtítulo de Poemas mexicanos. Este libro representa el retorno temático a México, a los orígenes, un regreso cargado de voces vanguardistas y orientales. El poeta se detiene en la feria para describir escenas, costumbres, recuerdos de su infancia provinciana, en busca de la esencia de lo nacional, sin abandonar la conciencia de la modernidad. Dedicado a la memoria de Ramón López Velarde, el libro aborda lo mexicano pero no deja atrás el japonismo. Poemas extensos contienen, como estrofas, algunos de los mejor logrados hai–kais de Tablada: poemas sintéticos de esencia japonesa y registro mexicano. Además se incluye una sección titulada precisamente “Jai–kais de la feria”;22 entre ellos podemos encontrar algunos en los que se apega, más que en los de los libros anteriores, a la tradición japonesa; paradójicamente, están más cerca de los nipones que los poemas sintéticos de Un día o las disociaciones líricas de Un jarro de flores. De regreso de la vanguardia, de sus obsesiones de ruptura formal y habiendo “abdicado su tardío donjuanismo” a favor del “gallo magnánimo” –según él mismo afirma en el texto vanguardista que sirve de prólogo al libro–, Tablada regresa al principio que lo había conducido al poema sintético japonés: la solidaridad teosófica con todo lo creado, en particular con el reino animal. No se trata ya de luchar contra retóricas vetustas y anacrónicas ni de alcanzar la poesía pura, sino simplemente de plasmar una experiencia contemplativa, un chispazo de iluminación, origen y fin del más clásico hai–kai japonés.
La feria contiene dos de las preocupaciones vitales del artista: los animales y el arte plástico. El libro nos presenta todo un bestiario, dentro del que destaca el «personaje» del gallo, símbolo de la feria mexicana; y si en los libros anteriores lo plástico se resolvía en línea, espacio, trazo, claroscuro, movimiento y simetría, ahora estalla en color. En este volumen, el autor recupera además uno de los elementos más importantes de su poesía modernista: el erotismo, pero éste ya no tiene nada de baudelaireano ni prerrafaelista, sino que se acerca al exotismo frívolo y cargado de humor, a veces burdo y otras juguetón o hasta grotesco de las pinturas japonesas del ukiyo–e. Tablada vuelve a sentir esa atracción mórbida hacia las mujeres de la vida galante que lo había acercado a los antros de vicio y prostitución en su etapa modernista, con la salvedad de que si las mujeres que aparecen en sus versos de juventud son elegantes y sofisticadas cortesanas, urbanas y cosmopolitas, aquí se trata de “inocentes” putitas pueblerinas.
El poeta avanza por la feria mexicana vestido de domingo, dibujando personajes de su infancia con lujo de detalles, colorido, sabores y profusión de detalles muy mexicanos. Entre la algarabía y el color, camina desde el México de su infancia —Otumba, Puebla, la Hacienda de Chicomostoc— hasta el país de sus ancestros prehispánicos y entonces revive a los ídolos de las viejas religiones y reflexiona sobre el arte del México antiguo.
En este camino, vuelve sus ojos al campo, para detenerse en costumbres y ritos de sus antepasados mexicas y de sus compatriotas contemporáneos y es allí donde el tono cambia. Dejamos el jolgorio y la alegría de la fiesta para enfrentarnos a la muerte y el miedo, tal y como sucede en la fiesta mexicana más típica. Este contrapunto entre algarabía y tono fúnebre ya aparecía desde el prólogo con que se inicia el libro, de un nihilismo aplastante que contrasta con el título y con muchos de los versos que contiene, pero que no hace más que reflejar la realidad del país, muy al estilo de las crónicas que el autor escribía por las mismas fechas. Los poemas de La feria no han sido considerados significativos por la crítica y la historia literarias, pero resulta indispensable retomarlos si se quiere alcanzar una visión completa de la obra de José Juan Tablada.
En el libro existe una fuerte tendencia a volver a las formas del verso clásico y a mantener la sencillez del verso japonés, pero asimismo se encuentra el elemento vanguardista, en algunos textos de manera absoluta y en otros parcial; pero lo verdaderamente importante es la relación entre La feria y la poética lopezvelardeana. Sin abandonar sus intereses ni su estilo personal, Tablada se hace eco de su amigo jerezano. Este proceso de simbiosis de ambos poetas se inicia desde el momento en que Tablada vuelve sus ojos mundanos a la provincia y a la patria, pero se funda en el objetivo del libro: rendir homenaje al poeta de “La suave patria”. El volumen finaliza con un “Retablo a López Velarde”, compuesto de seis partes y dedicado a su memoria y elogio. Pero López Velarde no sólo está presente en este poema: tropezamos con él a cada paso mientras leemos La feria y muchos de sus versos nos remiten a su especial manera de adjetivar y rimar. Presenta, además, la misma temática: el parecido es tan grande que casi se podría hablar más de paráfrasis que de una influencia “formal”. Sin embargo, la imitación resulta más alegre y colorida que el original. Por ejemplo, en casos como las referencias a “La suave patria”, ese pseudo López Velarde deja traslucir la poética tabladiana. Este aspecto sólo puede considerarse dentro de la postura siempre en movimiento de Tablada, de su incansable búsqueda que lo lleva a experimentar todo y sin descanso; así, no para mientes en ensayar algo que resultaría un grave error en casi cualquier otro autor moderno. Al parafrasear —o imitar a López Velarde—, cuando él es el más original de los poetas mexicanos, y siempre ha intentado distinguirse, Tablada vuelve, una vez más, a cuestionar los fundamentos de su poesía, su papel como escritor y el valor mismo de su creación. De esta manera, un aspecto que a primera vista podría parecer superficial o hasta negativo, se inscribe en una de las constantes más ricas —aunque problemáticas— del creador José Juan Tablada. Con esos poemas, más que crear, o además de crear, desinventa, imita, se exorciza en otra voz; y al hacerlo, por un lado se entronca con antiguas tradiciones literarias en las que la autoría y la originalidad tenían otro valor, pero también así arriesga, experimenta y, fatalmente, se expresa.
Después de La feria proyectó el que debía ser su libro más querido, lo hubiese llamado Intersecciones y pensaba reunir en él sus composiciones de madurez. Desafortunadamente, el propósito nunca llegó a ser una realidad y algunos de sus poemas quedaron dispersos en periódicos y revistas o se perdieron, manuscritos, en algún cuaderno. Los que se conservan y que Héctor Valdés incluyó en el volumen de la poesía completa de Tablada bajo el título precisamente de Intersecciones,23 representan un nuevo salto en la ruta incansable de su autor; en ellos el poeta incursiona en el mundo de la teosofía y el espiritualismo, que fueron preocupación constante y central en los últimos años de su vida, como muy bien se puede advertir con la lectura de sus crónicas neoyorquinas. La mayor parte de ellos sería precisamente contemporánea de estas prosas, pero podemos asegurar que durante estos años, el escritor privilegió el género cronístico sobre el poético tanto en lo que se refiere a calidad como a cantidad. Quería, con los poemas de este libro, alcanzar algo distinto, llegar a una dimensión diversa, por ello abandona totalmente sus pretensiones de renovación formal en pos de una sencillez absoluta que logre expresar el perfeccionamiento del espíritu. Están escritos en verso libre, con rima asonante y en un tono que podría casi considerarse postmoderno, aunque en ocasiones se acerca a la escritura automática de los surrealistas. Destaca entre ellos un poema escrito en francés y que el compositor Varèse utilizó como tema de su cantata Offrandes: “La croix du sud”.
Ayer fue economista, hoy es teólogo, mañana será
hebraizante o tahonero. Es necesario que sepa cómo se hace el buen pan y
cuáles son las leyes de la evolución; no hay ciencia que no esté obligado a
conocer ni arte cuyos secretos deban ser ignorados por su entendimiento; la
misma pluma con que anoche dibujó la crónica del baile o del teatro le
servirá para trazar un artículo sobre ferrocarriles o sobre bancos. Y todo
esto sin que la premura del tiempo le permita abrir un libro o consultar o un
diccionario.
Manuel Gutiérrez Nájera, “Cartas a Junius”
La Libertad, 20 de abril de 1883
La prosa de José Juan Tablada no siguió caminos diversos, sino que creció al par que su poesía, desarrollándose desde el más perfecto ejemplo del modernismo, hasta la modernidad, pasando por la vanguardia. Sólo que si, en su poesía, es posible marcar perfectamente las etapas, en la prosa –sobre todo en la periodística–, esto no es igual, no sólo porque no forman volúmenes unitarios —aunque se agrupan en diferentes columnas que corresponden a distintas intenciones, épocas y periódicos— sino porque muestran claramente, y mientras más pasa el tiempo esto es más evidente, la riqueza de estilos que maneja su autor.
Como ya dije, a Tablada le tocó el momento en el que los escritores hispanoamericanos empezaron a vivir de su pluma como periodistas, oficio que desarrollaban de manera paralela al de poetas y narradores, y con el que se ganaban el diario sustento que les permitía, en sus ratos libres, dedicarse a la literatura que ellos consideraban más creativa. Como periodistas, el género que cultivaron estos escritores modernistas fue la crónica, que aunque tenía sus antecedentes españoles en las crónicas históricas de la Edad Media y en América en las crónicas de los conquistadores en el siglo XVI y en las indígenas, y mestizas de comienzos del siglo XVII,24 había alcanzado a fines del siglo XIX, con la socialización y el auge de los periódicos, una categoría diferente. La crónica nació estrechamente ligada a la historia y, pese a su desenvolvimiento y a sus transformaciones que cada vez la fueron acercando más a la literatura, nunca se separó por completo de ella. Si los románticos dieron algunos pasos en la reconstrucción y transformación del género, fueron los modernistas los que se apropiaron de él para darle un nuevo vuelo, una estructura diferente y un indiscutible valor literario. Para Luis Alberto Sánchez,25 la crónica moderna es un invento francohispanoamericano y, en nuestro ámbito, son Manuel Gutiérrez Nájera y José Martí quienes trazan sus “rumbos generales”. Para Otto Olivera,26 la renovación modernista comenzó en la prosa —casi siempre cronística— y no en el verso de estos fundadores de la literatura modernista y se manifestó en forma de
las fastuosidades verbales; los ambientes exóticos y opulentos; las frases breves, musicales y sugerentes, salpicadas de neologismos léxicos y sintácticos. Todo como manifestación de una concepción neopagana del placer, el amor, la belleza, a la que no faltan el desgarramiento de la incomprensión humana o la inquietud de las preocupaciones metafísicas.27
Para Ana Elena Díaz Alejo,28 la obra mayor de Gutiérrez Nájera no corresponde a su poesía, sino a su prosa periodística –casi toda ella cronística, añadiría yo– publicada en la prensa periódica. Según el juicio de Antonio Castro Leal,29 puede decirse que las crónicas de Gutiérrez Nájera “remozaron y propusieron nuevos ideales a la prosa española , dentro y fuera de México, a fines del siglo XIX”.
Las crónicas modernistas narran la historia cotidiana, la vida de todos los días de las capitales hispanoamericanas: el ambiente artístico y cultural de la ciudad de México, en el caso de Gutiérrez Nájera; la de Lima en las de Ventura García Calderón; la de Nueva York o La Habana en las de José Martí; al par que se abren al abanico de lo universal y lo cosmopolita, “reacción jubilante de un ser ingenuo ante una realidad elaborada, de un alma joven ante una cultura decantada”.30
Y si algunos prefirieron plasmar la realidad de su entorno más inmediato, que, al vestirse con fastuosidades verbales, adquirió el roce de la seda y el matiz de la porcelana de Sêvres; otros, aprovecharon la apertura del género, que no les presentaba limitaciones temáticas ni estilísticas, para hablar de lo ajeno, lo exótico, lo distinto, de esa estirpe serán las crónicas de Gómez Carrillo, Julián del Casal, Rubén Darío y el propio Tablada. Sólo que si las crónicas de Del Casal están escritas desde una bien construida torre de marfil, las de Tablada cambiarán de perspectiva y lugar. La Revolución mexicana arrojó al escritor de su casa coyoacanense que era una torre con jardines babilónicos y lo arrojó a otra Babilonia, en donde las torres ya no serán de marfil, sino de hierro. En Nueva York, Tablada no se defenderá del mundo, sino que establecerá una estrecha alianza con él, porque si la primera etapa de su modernismo, la decadentista, lo había alejado de la realidad, la madurez lo acerca cada vez más a ella, a medida que adquiere más experiencias, se acerca más al sentido profundo del movimiento en el que se inició literariamente y que, según Dianne Cornwell, debe ser considerado como un
fenómeno predominantemente espiritual, que surge como expresión de las inquietudes metafísicas y existenciales modernas, algunos le atribuyen una vigencia epocal y universal ya como “segundo renacimiento” (Juan Ramón Jiménez), ya como primera manifestación del pensamiento existencial contemporáneo (Iván A. Schulman).31
Cornwell enfatiza la concepción de Schulman, que curiosamente coincide con la que ofrecieron los primeros críticos del modernismo, quienes consideraban al movimiento como una renovación formal y una apertura espiritual a la vez, más como una sensibilidad que como un nuevo estilo y veían al escritor como
un ser singularmente capacitado para descubrir la esencia última de las cosas y, por tanto, obligado en lo moral a “iluminar” al hombre común a través de su obra.32
Esta tarea podrá ser cabalmente cumplida a través de la crónica. Por eso es que a partir del modernismo, el género llegó a ser tan “general como el viaje a vapor” y
siguió la evolución de los tiempos, se pegó al hueso y al músculo, se hizo vital, vistió vivos colores, formó un género especial tan perfilado como la novela, el cuento, el ensayo y la poesía. En ella el neoamericano vino a decir su pasmo ante el mundo occidental, su alegría de abandonar el provincialismo, la terca tentativa de universalidad característica de este período.33
Y por eso también se revistió de las características que cumple hasta la fecha: llevar implícita una ideología, presentar un propósito crítico y dar posibles resoluciones, así sean éstas la mera expresión de un deseo.34
O, como diría Luis Alberto Sánchez, “la crónica se hace más bien de ideas y conductas, más que de cuadros y emociones”.35
A pesar de ello y, como si no estuvieran concientes de la importancia de sus crónicas, los escritores modernistas, entre ellos Tablada, privilegian sus escritos poéticos o narrativos (novela o cuento) frente a los periodísticos, por parecerles éstos demasiado volátiles y perecederos y aquéllos más propicios a la inmortalidad a que aspiran. Así, el Duque Job afirma que el cronista:
no pinta cuadros de historia, ni paisajes, ni siquiera cuadritos de género: trabaja en seda, en porcelana, en telas que se rompen al día siguiente de un baile, en pastas que hace añicos la camarera al sacudir el tocador.36
Y Tablada, al referirse a su “doble actividad”, la de poeta y la de cronista, privilegia la primera, porque la segunda tiene una finalidad moralmente más pequeña: dar de comer a su hacedor:
Más tarde habría de explicar yo esa doble y necesaria actividad, diciendo: “para vivir, porque es fuerza subsistir, amaso el pan nuestro de cada día con mi prosa en las tahonas del diarismo; y para mi regalo y el de espíritus afines , destilo el vino de mi poesía en los alambiques del ensueño”.37
Esta actitud no deja de ser contradictoria porque, al igual que su antecesor José Martí, Tablada no quería que sus crónicas murieran en la brevedad de la lectura, sino que consideraba a cada una de ellas como una piedra más de una obra monumental y trascendente.38
Por eso es que publicó como libro sus crónicas japonesas bajo el título de En el país del sol y reunió en otro volumen —Los días y las noches de París— las parisinas. También debido a ello, siempre fiel a los principios del nuevo, amplio e «iluminador» espíritu modernista, siempre las concibió no sólo como una pieza estética y literaria que pretendía entretener al lector del periódico, sino como una pieza que debía mover a la reflexión profunda. Porque, quizá sean las crónicas de José Juan Tablada39 las que más y mejor resumen las de sus dos antecesores Gutiérrez Nájera y Martí, uniendo en un sólo cauce las dos grandes tendencias que estos precursores marcaron: la descriptiva y abigarrada y la reflexiva y crítica. Y también las que —dentro del vasto panorama de la crónica hispanoamericana— avanzan, maduran y se desarrollan del modernismo a la modernidad. Así, Tablada va de la fascinación e imitación de los modelos franceses, a una progresiva independencia en la que enriquece sus crónicas con otros temas, otras cosmogonías y otros estilos. En su madurez sincrética continuará las preocupaciones de Martí, utilizará los preciosismos de la prosa de Nájera, pero enriquecerá su estilo con elementos de la vanguardia y se dejará influenciar del más moderno periodismo norteamericano; además admitirá, junto a sus preocupaciones estéticas y sociales, otras que lo acercan al espiritualismo, la tecnología y el avance de la criminalidad.
Modernistas en la más profunda y amplia concepción del término, las crónicas de Tablada (inclusive aquéllas escritas en fecha posterior a 1916, año en que se da por concluido, de una vez por todas, el movimiento propiamente dicho), conllevan siempre una renovación formal y una apertura espiritual. Transformación formal que implica la constante invención léxica y la inusitada combinación sintáctica, apertura espiritual en la que caben Cristo, el Zen, Ouspensky, Lenin, el New Deal o las pirámides de Egipto.
Si para Luis G. Urbina la crónica era “sólo un pretexto para batir cualquier acontecimiento insignificante y hacer un poco de espuma retórica, sahumada con algunos granitos de gracia y elegancia”,40 para Tablada, por el contrario, era el instrumento idóneo para comunicar a los lectores su cúmulo de experiencias nuevas, sus viajes, sus intereses, lecturas, reflexiones, aunque no por esto dejen de ser también ejercicios literarios. El mismo Castro Leal llama la atención sobre el hecho de que, siendo verdaderas improvisaciones, impromtus que había que escribir en la misma redacción del periódico, sin posibilidad de corrección, la mayoría de las crónicas de la época alcanzan un valor literario permanente. Añade algo más importante, y que resulta paradójico o hasta contradictorio con sus afirmaciones y citas anteriores, en torno a la “ligereza” o “vacuidad” del género; me refiero al hecho de que algunos ejemplos de las crónicas de finales del siglo pasado y principios de éste, tienen mucho que ver con el ensayo, cosa que también anota Luis Alberto Sánchez, y que, en el caso de las crónicas de Tablada, resulta cierto en muchas ocasiones. Ensayo, pero ensayo ameno, de fácil y entretenida lectura, lo que en lugar de volver más fácil su factura la volvía doblemente complicada:
La crónica imponía como condiciones fundamentales que se dejara leer fácilmente y que atrajera e interesara al lector. Para dejarse leer fácilmente debería estar escrita en una prosa fluida, ágil, sin tropiezo ni dificultades para el lector; para atraer e interesar debía tratar temas de actualidad, ofreciendo sin bombo ni ruido, nuevos puntos de vista, reflexiones originales que se sugerían directamente al lector, casi con el propósito de que creyera que completaba el pensamiento del escritor, agregándole su imaginación incitada, la dosis de poesía, o de humorismo o de filosofía que era necesaria.41
Si esto de “engañar” al lector puede ser cierto en el caso al que se refiere directamente Castro Leal, no lo es en el de Tablada, quien, según hemos visto, tenía una concepción mucho más moderna del lector y ya lo había inmiscuido más de una vez en el proceso creativo. Si la crónica tiene mucho que ver con el ensayo, también tiene relación con el testimonio. Los cronistas son testigos y actores, al mismo tiempo que narradores o ensayistas. En varias ocasiones describen y comentan hechos de los que han sido testigos o en los que han participado, otorgando a los textos periodísticos, por una parte, una fuerte dosis de veracidad y, por otra, marcados rasgos de su personalidad.42
Así, las crónicas que Tablada publicó en diversos periódicos mexicanos, venezolanos, colombianos, puertorriqueños y cubanos, son una muestra de su vida y de su largo desarrollo literario; y constituyen, asimismo, una fuente riquísima para el conocimiento del escritor, de su época43 y de la historia del género, que aún no ha sido explorada ni por la crítica literaria ni por la historia de la literatura y de la cultura en México y en Hispanoamérica.
Además de los mencionados volúmenes En el país del sol y París de día y de noche, Tablada mantuvo, en distintas épocas y en diversas publicaciones periódicas, varias columnas de crónicas, entre las que podemos citar: «Rostros y máscaras», «Entrevistas falsas», «Croquis violentos», «Crónicas dominicales», «Crónica semanal», «Crónicas del Boulevard» y «De domingo a domingo»;44 en todas ellas podemos encontrar leves diferencias de estilo y, por supuesto, diversas temáticas, siempre marcadas por el sello inconfundible de la manera tabladiana: un dominio cada vez más absoluto del lenguaje, riqueza de adjetivos, recurrencia a elementos mitológicos de diversas culturas, referencias a Oriente, neologismos y usos inéditos de la sintaxis, un marcado interés por la naturaleza y, en particular, por el reino animal; un refinamiento sibarítico en la gastronomía, una avidez de conocimiento y un interés ilimitado en todos los campos del saber, un agudo humorismo y una cada vez mayor necesidad de transcendentalismo y espiritualidad. A partir de su instalación definitiva en Nueva York, en 1920, inició el que sería el conjunto más grande y más importante de sus crónicas. En ese entonces, como se puede constatar con las que ahora introducimos al público lector, era todo un maestro en este arte.
Sí, Nueva York, eres en verdad la urbe innumerable y múltiple!
Para conocerte a fondo no bastan los años y los lustros son apenas
suficientes… Así espero, siempre intrigado, el nuevo secreto que me
revelarás.
Nueva York de día y de noche,
12 de febrero de 1925
La babilonia de Hierro debía haber sido el título de una selección de crónicas sobre Nueva York, hecha por el mismo Tablada. Más de una vez el escritor habló de su pronta aparición. Bien nos dice su amigo y discípulo José María González de Mendoza –que dedicara al estudio y al rescate de su obra gran parte de su labor como crítico e historiador de la literatura mexicana– que la imaginación desbordante de Tablada le hacía anticipar obras que nunca pasaron de ser un proyecto. »;45
En la cuarta de forros de su libro de poemas La feria, publicado en Nueva York, »;46
se anuncia la pronta aparición del libro, aunque ya desde agosto de 1923 Tablada apunta en su diario: “Carranza vino en la noche y se llevó el original de La Babilonia de Hierro para comenzar su impresión”. »;47
¿Qué pudo haber ocurrido durante estos tres años que no permitió que el volumen viera la luz? ¿Una vez más, problemas económicos? Nada he podido deducir sobre la historia –imposible– de este libro, tal vez haya corrido un destino paralelo al de Los mejores poemas de José Juan Tablada, selección también del autor –en este caso con la ayuda del Abate Mendoza–, sólo que sin llegar al final feliz de esta última. »;48
El Abate Mendoza nos informa que este “espejo de la vida neoyorquina” no pasó de ser un proyecto debido a “dificultades editoriales”, »;49 y nos da más datos sobre la antología en otro de sus ensayos:
Con malísima suerte corrió La Babilonia de Hierro, durante años anunciada como de publicación inminente. Inclusive grabó las ilustraciones Miguel Covarrubias, y en la primavera de 1925, Tablada puso en su papel de cartas una viñeta que era una reducción de la portada. Según el prospecto distribuido en 1924, el libro había de ser “el reflejo más vivaz y palpitante” de Nueva York, “con sus mujeres deslumbrantes de belleza y de lujo; sus teatros conmovidos por el genio universal; sus exposiciones de arte cosmopolita y modernísimo; sus pecadores cabarets de millonarios y beldades célebres; sus palestras donde luchan gigantes; sus comedias y sus tragedias provocadas por el oro que fascina a las multitudes; sus dramas pasionales”; compendio, en suma, de la urbe titánica, y selección de las muchas y bellas crónicas que José Juan Tablada escribió bajo el título a todas común: Nueva York de día y de noche. En carta del 18 de octubre de 1923 el poeta le anunciaba a su entrañable amigo don Genaro Estrada –con quien le unía parentesco lejano por línea materna– que el libro estaba “en prensa”; pero nunca vio la luz. »;50
A pesar de su profundo conocimiento sobre la obra de Tablada, el Abate comete un error, pues para agosto de 1923, fecha en que, según consigna en su Diario, el cronista entregó el original a “Carranza” (¿su editor?), ninguna de las crónicas que ha publicado desde y sobre Nueva York se titula Nueva York de día y de noche. La primera crónica neoyorquina apareció en El Universal Ilustrado, el 17 de enero de 1919, con el título de “Tres artistas mexicanos en Nueva York. Marius de Zayas. Pal–Omar. Juan Olaguíbel”. En 1920, aparecieron seis crónicas con distintos títulos en el Excélsior y hasta el 18 de octubre se publica la primera crónica que pertenece a una columna: «México en Nueva York», aunque el periódico siguió publicando otras crónicas que no estaban amparadas por la columna, pero que abordaban temas semejantes, con estilo parecido. El 21 de septiembre de 1921, la columna cambió su nombre por el de «Nueva York múltiple» y, el 18 de mayo de 1923, por «Las horas neoyorkinas», título que conservó hasta la fecha en que Tablada cuenta haber entregado el libro. Además de las crónicas del Excélsior, Tablada publicó, en la misma época, algunas más en Revista de Revistas, precisamente bajo el rótulo genérico de «Revista de Revistas en Nueva York»»;51 y otras más en El Universal Ilustrado. El 26 de enero de 1924, se publicó en Excélsior una nota que anunciaba la aparición de una nueva columna: «Nueva York de día y de noche», pero –desconocemos el motivo– ésta salió en sus páginas una sola vez, el 27 de enero de 1924. A partir del 24 de febrero del mismo año y hasta el 31 de octubre de 1934, «Nueva York de día y de noche» aparece en El Universal, generalmente en la página 3, la editorial, de la primera sección, colocada al centro de la plana; en 1925, por ejemplo, rodeada por las colaboraciones de Luis G. Urbina, Artemio de Valle Arizpe y Carlos González Peña. En ocasiones aparecía en el suplemento dominical. Durante ese año y el anterior, publicó un promedio de tres crónicas mensuales, escritas unos días antes de su publicación; así, por ejemplo, la del 3 de enero de 1925 está fechada en diciembre de 1924, junto a su firma al pie de la columna. Algunos años, Tablada contó con más de una columna en el mismo periódico: en 1926, El Universal publicaba «Nueva York de día y de noche», sus Memorias y algunas crónicas sueltas de tema neoyorquino o diverso.52 Además, publicó esporádicamente en El Universal Ilustrado. La columna se publica de manera bastante regular, salvo algunas interrupciones, como la que va del 14 de julio al 13 de octubre de 1927, en que Tablada fue intervenido quirúrgicamente del riñón izquierdo.
El año de 1930 fue altamente productivo, Tablada publicó 59 crónicas de tema neoyorquino, algunas –más cortas– no se amparan en el título genérico, pero continúan sus características. La periodicidad deja de ser regular: podemos encontrarlas cualquier día y, es más, extrañamente en dos ocasiones –29 de agosto y 24 de diciembre– no sólo cambia de día, sino de periódico: publica estas dos crónicas en Excélsior. Y a Excélsior volverá después de un silencio que va del 31 de octubre de 1934 al 3 de febrero de 1936. De regreso a Nueva York, tras una larga temporada en México, las crónicas reaparecen bajo el título de «Horas neoyorkinas». No sólo ha cambiado el periódico y el título de la columna, también la extensión y la periodicidad –son tantas que algunas se publican día con día. Muy poco duraría esta última etapa, que se cierra con la crónica del 24 de junio. Como epílogo, aparecerá en el Excélsior del 19 de diciembre de 1936 y en El Universal del 10 de enero del 37, una carta –supuesta– que Tablada recibe desde Nueva York. Y como corolario final, el 26 de noviembre de 1943, Excélsior publica su última crónica neoyorquina. Muchas de estas crónicas fueron además enviadas por su autor a periódicos venezolanos, colombianos y cubanos.
Esta ciudad es como Scheherezada, cada noche
relata un cuento maravilloso! Tan vano es nuestro juicio que para darme
cuenta de lo que hoy afirmo he tenido que vivir luengos años en la
ciudad innumerable, cometiendo el error de creer que esta urbe es una
sola, desoyendo la voz de la intuición que recién llegado me hizo llamar
a mis crónicas Nueva York Múltiple.
Sucesivamente y presuntuosamente intenté definirla al
denominarla: Babilonia de Hierro, Ciudadela de Platón, Cartago
Eléctrica…53
Durante los diecisiete años que Tablada escribió crónicas sobre la vida de la metrópoli, sobre el Nueva York diurno y el nocturno, abordó una enorme variedad de temas, además de hablar de los mismos desde distintas perspectivas. Desde las actividades culturales (pintura y escultura, música, cine, teatro y ópera, danza, arquitectura) hasta los restaurantes y la cocina; desde el racismo hasta la moda; desde las relaciones humanas, el amor y el matrimonio, hasta las relaciones entre los Estados Unidos y América Latina; desde la crítica al american way of life, hasta la teosofía y el espiritualismo. Scheherezada cuenta sus propias historias, que bien pueden ser políticas o criminológicas; pero también narra las historias de los demás: las guerras, el desarrollo del socialismo, el avance de la ciencia, el psicoanálisis…
Todo cabe en una crónica y Tablada lo sabe acomodar. El 20 de julio de 1930 dice:
No se me reproche a mí, sino a esta vida múltiple que condiciona mis actividades de cronista, si después de hablar de Krishnamurti, tengo que hablar del moreno púgil cubano Kid Chocolate.54
Porque Tablada aborda muchos temas en una misma crónica, así pasa del chisme farandulero a la historia de Nueva York, de la anécdota a la nota roja, de la reflexión sobre el exilio a la crítica antifeminista. Bien decía Octavio Paz55 que su obra es una pequeña caja de sorpresas: al leer sus crónicas neoyorquinas pasamos de una a otra, cuando creemos haber atrapado su opinión sobre la mujer calificándolo de absurdamente antifeminista, tropezamos con una reflexión complicada en que relaciona el feminismo con la mitología clásica y debemos reconsiderar nuestro juicio. También en lo que respecta al box, Tablada tiene una actitud contradictoria, por una parte, lo critica desde una postura racionalista como un deporte bárbaro, sangriento; pero le dedica tanta atención y lo reseña con tal gusto…
Uno de los temas que presentan mayor número de contradicciones es el que se refiere al socialismo, ya aborde la revolución rusa, se refiera a los bolcheviques, a Marx, a Lenin, o analice el ascenso de la insurrección social en los Estados Unidos. Camina de una defensa del orden como tal a una simpatía liberal por el cambio; de la esperanza en Roosevelt a la duda y el pesimismo sobre el posible desarrollo social. Siempre con una obsesión trascendentalista, con una imagen mesiánica. El 24 de agosto de 1924 afirma:
El próximo estado es la federación continental y el definitivo la confederación humana. Más allá del plano terrestre, la gran integración continúa y todas las religiones os lo dicen.
Bolchevismo y comunismo son intentos ciegos y frustráneos para alcanzar el estado superior y si han fracasado ha sido por la misma violencia de sus métodos, pues la violencia no es factor evolutivo y la naturaleza no da saltos.
Pero de esa inquietud democrática, de ese torbellino caótico, surgirá la futura condición del mundo, la que tendrá por característica cooperación y no competencia, distribución y no centralización.56
Conocedor profundo de su género, el cronista, aun después de críticas acérrimas al ser humano, al capitalismo, a la “sed de oro” de los Estados Unidos, siempre concluye preconizando una nueva era, el advenimiento del super–hombre, del andrógino divino, la llegada de una era feliz en que crímenes y castigos serán superados. Los adelantos científicos son el pórtico de esta nueva etapa de la humanidad. Porque la crónica siempre conlleva la
ideología expresa de un escritor que mir[a]la realidad y ve en ella posibilidades para avanzar hacia un proyecto [mejor].57
Después de vociferar contra “los bandidos zapatistas” y arremeter contra los criminales bolcheviques, en marzo de 1931, en plena depresión, simpatiza con los manifestantes neoyorquinos que enarbolan la bandera rojinegra. Para diciembre de ese mismo año –con la depresión calándole los huesos– no quedan rastros de su “anti-bolchevismo”, llega incluso a perdonarles su ateísmo, que pasa a segundo plano, frente a los logros de la Unión Soviética a nivel económico y de bienestar de la población. En Moscú no hay ningún hombre en la calle, intentando vender unas manzanas, como una manera de no pedir limosna, mientras él y su familia se congelan.
La depresión, la invasión de Japón a Manchuria, la amenaza de una segunda Guerra Mundial, hacen que vea con buenos ojos a los «soviets», lea y cite a Marx y se forme en las filas de los proletarios del mundo, con su «overol» de periodista (bajo el que –como afirma– sigue siendo poeta). El 17 de julio de 1932, sostiene: “De hecho y aunque con caracteres paradójicos, el pueblo de la tierra donde Cristo sería bienvenido y no acusado como enemigo social, es la Rusia Soviética”.58
En 1933, preconiza una sola patria: la de los trabajadores, aunque también considera a Roosevelt revolucionario y a Mussolini un gran gobernante. ¿Incoherencia? ¿Falta de solidez? ¿O simplemente, por una parte evolución y apertura de pensamiento, y por otra, demasiada cercanía con los hechos?
Pero regresemos a los cuentos de Scheherezada que cada noche abre otra caja de sorpresas, (¿u otro álbum de estampas?) tanto mejor si son orientales –porque nos permitirá recrear con Tablada uno de sus más entrañables temas–: China y Japón, su literatura y su arte. China, pero también el China Town de Canal Street y el «Chop-Suey» de la esquina, desde donde el cronista puede admirar un atardecer en Manhattan o escribir la reseña de un libro de versos. Poesía, vida cotidiana, defensa de los animales, crítica a la “prohibición”…, reflexión ecológica. Entre la glosa y la crítica, Tablada ve, adelantándose a su época, en el avance tecnológico el pórtico del nuevo mundo pero también un desafío a la naturaleza, ¿creará el hombre un mundo mejor o acabará con el que tiene? –se pregunta en crónica publicada el 10 de octubre de 1926.59
Desde Nueva York puede recorrer la tierra: Japón, Egipto, Inglaterra, Filipinas, Manchuria…; también puede encerrarse en las calles neoyorkinas, reflexionar sobre su vida, su México entrañable, sus amigos, sus crónicas.
Para poder dar fe de sus horas neoyorkinas, recibe cada mañana más de diez periódicos (entre los que se cuenta uno sobre deportes, otro que anuncia espectáculos y cuenta los últimos chismes de los más famosos artistas y otro especializado en nota roja) y varias revistas: de arte plástico, de literatura, científicas, de psicología… Asiste a cuanto espectáculo está a su alcance: conciertos, óperas, representaciones teatrales, cabarets, bares clandestinos, cines…
Si no encuentra una noticia llamativa, describe un ambiente, narra su charla con el taxista o con el dueño del restaurante donde come, dramatiza una anécdota del hotel de verano o recuerda escenas de su lejana juventud. Aventura comentarios, armoniza, contrasta:
El estado habitual del cronista es “l’embarras du choix”, su conciencia baraja un caos de placas impresionadas varias veces, donde los asuntos se yuxtaponen y se confunden.60
Para no perderse en el camino y para mostrarnos a sus lectores que, pese a la diversidad, sus crónicas conforman un todo, nos proporciona rostros, personajes recurrentes, que aparecen una y otra vez a lo largo de sus páginas y los años, para dialogar con el cronista: su amigo sudamericano Domingo Fuentes, tan «yankizado» que se autonombra Sunday Fountains, su alter ego norteamericano Tomi Regal, a quien utiliza para criticar a los Estados Unidos y a los norteamericanos, Mildred –así, sin apellido (“no olviden ustedes que Mildred se llama «la mujer»”)–, la feminista; todos ellos interlocutores ficticios. También reaparecen personajes reales, tan cercanos como su esposa Nina o su amigo Edgar Varèse, o tan prototípicamente deseados, como la corista Texas Guinan, o bien, Brisbane, el periodista; Dempsey, el púgil; Bragdon, Krishnamurti, Poe, Maeterlinck, Ouspensky, Emerson, Kipling o sus queridos Goncourt. Coherente en la diversidad, el cronista lucha por ser fiel a sí mismo:
Con toda convicción ha escrito este cronista […] su leal sentir, muy vehemente quizás ante las turbias lámparas del sentido común, pero claro, hasta la evidencia, a la relampagueante luz de la intuición.61
Cuando se piensa y se autocontempla como cronista, bien puede ser el periodista ufano y satisfecho de explicar su trabajo:
No puedo escribir “varias crónicas seguidas” sobre el mismo tema, porque el público es heterogéneo y mi deber es tratar de interesar no a una parte del público sino a todo el público, así sea sucesivamente. Por eso soy versátil y seguiré siéndolo y yendo de la palestra de los púgiles al «boudoir» de las estrellas carnales de Hollywood, abriendo los “rascacielos mentales” donde moran los próceres, verdaderos superhombres, que han logrado la suprema síntesis del corazón y el intelecto, para bajar mañana a las criptas, a las catacumbas del “subway” donde se arrastran los desventurados habitantes de “Metrópolis”.62
O verse, él mismo, como uno más de esos habitantes desventurados; así, en 1931, con más de 60 años, el cronista no se siente un heroico escritor exiliado sino un obrero de la pluma, que escribe porque ése es el oficio que ha elegido para ganarse el pan:
Ése que usted cree tan gran poeta […] tiene más de sesenta años, está enfermo, lejos de la patria y arraigado por las circunstancias en tierra extraña y tan pobre está que busca esta semana lo que él y los suyos habrán de comer la venidera.
[…]
Las crónicas que escribo reflejan la vida esplendorosa de esta ciudad riquísima y quizá los lectores me miran dentro de esa zona, sin darse cuenta de que escribo desde una remota penumbra.63
Pero ese viejo autodesterrado de octubre del 31, está muy lejos del todavía joven exiliado de 1922, que escribe:
Dice Nietzche!… “y más de uno se fue al desierto y sufrió la sed entre las bestias salvajes por no sentarse en torno de la cisterna en compañía de sucios camelleros”. Esto explica la íntima razón de mi voluntario destierro.64
Tablada llegó por primera vez a Nueva York, como exiliado, a la caída de Huerta, con cuyo gobierno había colaborado. En 1918, regresó a México sólo por un corto periodo, pues Venustiano Carranza lo nombra Secretario del Servicio Diplomático en Colombia y Venezuela. En 1920, renuncia a la diplomacia por motivos de salud y se establece en la Babilonia de Hierro, en donde vivirá hasta 1935, en que regresa a México. Después de una estancia de un año, retorna a Nueva York en 1936 por una corta temporada. De 1936 a 1944, vive en México, pero cansado y enfermo del corazón opta nuevamente por el exilio: en 1944 vuelve a su amada Metrópolis, para morir, víctima de un infarto, el 2 de agosto de 1945.
En Nueva York, Tablada desarrolló la persona que ya había sido y era en México: intelectual polifacético, poeta, coleccionista y traficante de piezas arqueológicas, arte moderno y arte oriental; jardinero, gourmet, teósofo, crítico y promotor de artistas plásticos, librero, periodista.
Desde su primer exilio, el escritor debió establecer fuertes lazos con la ciudad del Hudson porque, a su regreso, llega decidido a instalarse. En 1920, lo encontramos en pleno corazón de Manhattan, en el 464 de Central Park West, y en 1921 ha decidido abrir una librería (José Juan Tablada & Co. Librería de los Latinos. Exporters – Books – Importers. 118 East 28th St.) y construir una casa:
Fuimos en auto a White Plains y Mount Vernon para ver los terrenos para mi proyectada casa. Salimos de Nueva York a las 5:30 PM y regresamos a casa a las 9:30 PM.65
[…]
Poco a poco la arena del desierto cede terreno a las envolventes gasas de la Náyade del Hudson: “[…] estos trepidantes y fragosos días neoyorkinos adversos en general al recogimiento espiritual”.66
El poeta se entusiasma con la ciudad que lo recibe con el mismo fervor. En 1922, se publica, en Art Review y bajo el título de Poems of the Tropic, una selección de sus poemas; ese mismo año aparecen elogiosos comentarios sobre su poesía y sus libros orientalistas, en el Unity de Chicago y en el Evening Post de Nueva York; y The Christian Science Monitor publica una entrevista con el escritor. El 21 de enero de 1923, el New York Times dedica una página completa de su suplemento cultural al poeta mexicano. La página incluye un retrato del autor, la traducción de algunos poemas y una elogiosa crítica de su obra, firmada por Thomas Walsh.
Después de esta calurosa acogida, Tablada comienza a publicar, en revistas neoyorquinas, sobre arte oriental y mexicano. En 1923 y 1924 publica en International Studio, Current Opinion, The New Republic, The Younger Set, The Arts, Shadowland y Survey Graphics; en 1927 y 1929, en Parnassus y Theatre Arts Monthly.
Durante los años posteriores parece haber una autorrestricción: Tablada se relaciona sobre todo con artistas mexicanos, y deja de publicar artículos en inglés para concentrarse en sus crónicas, y en su trabajo como promotor de arte y artistas mexicanos en Nueva York.
Según se puede constatar en el archivo de Relaciones Exteriores, recibió un subsidio del Gobierno mexicano por dedicarse a esta última actividad. El mismo Tablada consigna en su Diario:
Pasé la mañana de ayer con Vasconcelos y Julio Torri. Invitado al banquete que le ofrecieron en el Athletic Club, no asistí por mi reciente enfermedad. Noté a Vasconcelos muy cordial, aunque evasivo en mis asuntos. Lo único concreto que me dijo ante el cúmulo de pruebas de mi actividad por México fue que se me aumentaría el subsidio de que disfruto.67
En 1922, se le otorgó una ayuda para gastos de propaganda; en 23 se le pagó el flete de cinco bultos que contenían objetos de arte; el 1º de marzo de 1924 fue nombrado Cónsul Comisionado de publicidad en el Consulado de Nueva York. Fue más tarde Cónsul Particular de Cuarta, Comisionado especial para propaganda cultural y, en 1933, se le nombró Escribiente de Primera de Consulado.
en Nueva York, la urbe total, incrústase
Manhattan, la isla que en el plano semeja una ballena prófuga del mar
y encallada entre dos ríos y por todo Manhattan corre a su vez el oblicuo
Broadway que es la columna dorsal del cetáceo, ese espinazo cuyas
vértebras de fuego pudieran ser (Virgo exclusive) todos los signos del
zodiaco.68
Como Jonás, Tablada está atrapado, sólo que ha descubierto los goces y las ventajas de su prisión. En crónica del 18 de septiembre de 1921, narra cómo, estando en el «grill room» de un hotel de veraneo un amigo norteamericano le preguntó: “Usted vino a Nueva York huyendo de los bandidos mexicanos, ¿verdad?”, a lo que él respondió:
“No, le repliqué rotundamente. Estoy en Nueva York, porque conviene a mi salud vivir al nivel del mar; porque soy periodista y Nueva York es un activo centro de información y de distribución”.69
París ha dejado de ser el «ombligo del mundo» para ceder su puesto a Nueva York y Tablada –visionario como otras veces– lo sabe antes que muchos otros.70
Dice Carlos Monsiváis que “En los veintes el sueño creciente de una Nueva Estabilidad persigue un mito: lo moderno”.71 Y Tablada sabe que al permanecer en Nueva York puede vivir lo moderno y puede hacerlo llegar a México:
Es innegable que Nueva York después de la Gran Guerra, es prácticamente la metrópoli mundial, el máximo centro cívico de la Tierra, no sólo plutocráticamente sino por otros motivos que vinculan más o menos con esta urbe los intereses internacionales. En otras zonas de la actividad humana esta ciudad asume papel preponderante, sobre todo en la del pensamiento, donde se connotan personajes de la significación de Claudio Bragdon, digno sucesor de Emerson por la pureza espiritual de su evangelio y gracias a quien, al ser traducido del ruso al inglés, fue conocido el Tertium Organum, llave modernísima de los arcanos del universo.72
En lo que se refiere a todos los temas, lo último, lo más nuevo, lo todavía inédito está en Nueva York, símbolo del siglo XX, cuyo espejo es la gran metrópoli. En Nueva York está el rascacielos más alto, la comedia musical más fastuosa, el burlesque más atrevido, los mejores jazzistas, la mejor música de cámara, los estrenos cinematográficos y operísticos, las más importantes exposiciones, los hombres más ricos, el mayor número de culturas y razas reunidas, las noticias más frescas, las crónicas más modernas que le permitirán, además, enriquecer el estilo de las propias…
Tablada sabe que como periodista debe permanecer en Nueva York, porque siempre pensó que el periodismo tenía una finalidad didáctica. En el capítulo IX del segundo volumen de sus memorias, Las sombras largas, escribe, refiriéndose a su labor como cronista en Nueva York, comparándola con su primera etapa como periodista en el México porfiriano:
Era aquello una transacción con la vida; así trataba de incorporarme a las actividades sociales, pues entonces, ser periodista no me entusiasmaba… Hoy es diverso porque al desarrollarse en la conciencia el sentimiento altruista del deber hacia los demás, encontramos con que en un país donde el libro es contingente y los editores avaros y estultos, es el periodismo la única oportunidad ofrecida al escritor para ser útil a los demás.73
El escritor quiere convidar a México a vivir la modernidad, a estar al día en los descubrimientos, reflexiones, pensamientos, noticias, etc. Vive el presente con conciencia y quiere hacer partícipes de esta vivencia a sus compatriotas. Esta visión de su tarea como escritor coincide con su cosmovisión: como periodista debe colaborar en la conformación del Nuevo Mundo.
Para él, la mejor manera de reconstruir al México post–revolucionario no es amurallarlo, sino abrirlo, no excavar en las ruinas nacionales para resucitar a los antiguos ídolos, sino salir en busca de nuevas deidades. Inquietado Narciso, Tablada no buscará en el fondo del espejo, sino que dirigirá su mirada al entorno, a la otredad que, al diferenciarnos, nos conforma.
Si –como dice Monsiváis– las crónicas mexicanas del XIX permitieron un acuerdo social sobre la «esencia mexicana» al retratar al país; la crónica cosmopolita de Tablada, escrita desde Nueva York y no desde París, que sería el otro lugar en el siglo pasado, ayuda al país a reafirmar su esencia, su idiosincrasia, al compararse con el mundo, que se filtra en la crónica neoyorquina a través del crisol de la Babilonia de Hierro. Para afirmarnos como mexicanos, necesitamos mirar al exterior y no completar nuestra imagen con el espejo o el retrato, sino con la apertura al conocimiento de lo distinto.
Esta concepción que subyace en las crónicas, es también la que Tablada posee de su propia conformación: es su manera de ser mexicano. Su situación de transterrado, paradójicamente, no lo aleja, sino lo acerca a México, al problema de su identidad personal y a la del país y su desarrollo. Ya el Abate Mendoza comentaba, en relación con su obra poética:
En Europa la terrible sacudida de la primera Guerra Mundial trajo la victoria del “Espíritu Nuevo” en el arte: todo dejó de ser como era antes. Entre nosotros, Tablada fue el primero en percibir la importancia y las posibilidades de las nuevas corrientes artísticas, su mérito es haberlas sentido «a la mexicana», no imitando, sino asimilando cuanto en ellas era esencial y usando esos medios y recursos para expresar lo que nos es propio y característico. Con ellos hizo poesía mexicana.74
Igual que había hecho hai–kais mexicanos, aclimatando la forma oriental a la pródiga tierra de su patria.
Claudio Bragdon se dignó hablar de mí, de mi ya
larga tarea para establecer un vínculo espiritual con esta patria,
revelando el arte y los artistas mexicanos, y agregó generoso:
–Él mismo no tiene plena conciencia de la magnitud y
trascendencia de su obra…
Krishnamurti aprobó mirándome con simpatía, pero cuando por
único comentario al elogio de mi ilustre amigo dije:
–Creo que esa obra es mi «Kharma», los ojos del bramán
brillaron, su corvina cabellera se sacudió en signos de aprobación y sus
manos finas y nerviosas estrecharon efusivamente las mías.75
Sería absurdo reducir su labor de difusión del arte mexicano en Nueva York a la mera justificación de un subsidio. Fiel a sus postulados trascendentalistas, se reconoce ministro de una causa, por eso antes de escribir para México sobre Nueva York, escribe sobre México para los neoyorquinos. Para el Abate, la labor de propaganda que Tablada realizó durante veinte años en Nueva York fue brillantísima, dio “a conocer la producción de nuestros nuevos pintores y otros artistas, así como las artes populares mexicanas y la parte no monumental de nuestras riquezas arqueológicas. Hizo ver cómo México resurgía”.76
Este trabajo de difusión e investigación se consolidó con la publicación de su Historia del Arte en México, en 1927, que contribuyó a fortalecer y sistematizar la historia del arte plástico mexicano.
Y propuso a Norteamérica –visionario otra vez– una nueva forma de mirarse:
Estuve a visitar a John Sloan, pintor americano que me simpatizó por haber dicho en un periódico que el arte indio de los Estados del sur era el único arte norte–americano. Luego, cuando le dije que yo trabajaba por que los artistas de México y de Estados Unidos se conocieran mejor él me dijo: “Los únicos que resultaremos ganando seremos nosotros”.77
Al enfrentar a los contrarios, Tablada obtiene una mejor imagen de cada uno. Recientemente, el norteamericano Richard M. Morse ha propuesto dar vuelta al espejo para que Latinoamérica deje de mirarse en la imagen de los Estados Unidos como en una ilusión de lo soñado y perfecto y, en una vuelta mercurial, se encuentre con que, a pesar de ser “pobre”, “subdesarrollada” y “distinta”, es ella la que puede aportar a la sociedad anglosajona del norte una proyección nada agradable, pero viva e inocente:
En un momento en que Norteamérica puede estar experimentando una crisis de autoconfianza, parece oportuno anteponerle la experiencia histórica de Iberoamérica, ya no como estudio de caso de desarrollo frustrado, sino como la vivencia de una opción cultural.78
Casi sesenta años antes que Richard M. Morse, Tablada inició este proceso.79 A esta empresa dedicó muchos años y esfuerzos:
Ese entusiasmo me hizo “hace tres lustros” revelar el excepcional genio pictórico de José Clemente Orozco, que hoy triunfa aquí, escribir el primer artículo sobre Ramón López Velarde, cuando era totalmente desconocido, descubrir en Shadowland la fuerza caricatural de Covarrubias y convencerlo de que debería venir aquí a triunfar, como ha triunfado, y escribir en The Arts el primer artículo publicado en inglés sobre Diego Rivera, y, en una palabra, consagrar doce años de mi vida a la revelación de nuestro arte y nuestra cultura.80
Fiel a sí mismo, proyectó más de lo que pudo realizar:
[pensaba] publicar un periódico titulado México en New York, cuyo primer número contendría estudios y comentarios acerca del general Calles, entonces Presidente Electo. Obtuvo algunos juicios y acopió varios textos. Llegó hasta pedir presupuesto. Y a mediados de noviembre le remitió al subsecretario de Relaciones Exteriores un artículo “que fue a lo que se redujo mi proyecto por falta de medios materiales”.81
Planeó, además, un «magazine» que se titularía Mexican Arts y un folleto ilustrado que llevaría por nombre Los artistas mexicanos en Nueva York. Este mismo afán le hace cultivar la amistad de varios norteamericanos amantes o admiradores de México: Scherril Sheli, artista y periodista; Frederick Star, profesor universitario; Carleton Beals, brillante sociólogo; Lester Jennings, poeta; Walter Pack, crítico, y Alma Reed, periodista y dueña de una famosa galería de arte en la que expusieron muchos artistas mexicanos.
Si para su poesía, Nueva York significó el derrumbamiento de un universo literario, y el nacimiento de otro nuevo, también su estilo de cronista experimenta una transformación. Es innegable que en los primeros años, en las crónicas de Nueva York se reconoce la prosa modernista de la que tan buenos ejemplos ya había dado su autor, tanto en sus crónicas sobre el país del sol como en las parisinas, por sólo citar unos ejemplos. La presencia de Gautier, Poe, Baudelaire, los hermanos Goncourt –cuya lectura recomendara Martí en 1882 a quienes, en Hispanoamérica, deseen mejorar su prosa–, la descripción de ambientes exóticos y opulentos, las frases musicales y sugerentes, salpicadas de neologismos o arcaismos léxicos y sintácticos, las constantes referencias eruditas y de la mitología clásica.82
Además de éstos, hay muchos otros rasgos modernistas, pero me limito a citar los anteriores porque resulta sorprendente el hecho de que, lejos de abandonarlos, Tablada los transforma para que sigan ocupando un lugar y cumpliendo una función en la prosa moderna que rápidamente se fraguará en las páginas de la crónica neoyorquina, que bien podrían servir como ejemplo del desarrollo de la prosa en español, del modernismo a la vanguardia, y de ésta a la modernidad. Resultan sobresalientes las que poseen un estilo vanguardista en cuya estructura encontramos elementos desconcertantes, rupturas lógicas, calambures, juegos de palabras, absurdo...
La crónica puede revestir la forma de narración, de ensayo o de obra dramática o mezclar más de un género. En ocasiones, pasa del ensayo filosófico o de severa y concienzuda crítica social, al artículo humorístico y juguetón, que no pasa de contar una anécdota o glosar una moda.83
El humor es elemento vital en La Babilonia de Hierro, como en las demás obras en prosa del autor, ya sea que se desborde en carcajada o prefiera la sátira mordaz, el humor negro, la ironía, el sarcasmo, la parodia o la caricatura. Tablada encuentra el lado humorístico de las cosas, incluso cuando pertenecen a otra condición:
El hecho es que contagiado por la vulgaridad del ambiente y obedeciendo por deber profesional a la máxima rabelesiana “mieux est rire que de larmes écrire” (mejor escribir de risa que de lágrimas) que se ha hecho un dogma periodístico, he hecho una comedia de un drama.84
Algunas de sus crónicas de tono jocoso escritas en Nueva York quedaron recogidas en su último libro: Del humorismo a la carcajada, publicado en 1944. Tablada nos da una explicación para su acendrado sentido del humor: lo cómico debe existir cuando fracasan el orgullo y la vanidad. Pero no todo se resuelve en risa, también hay descripciones de aguda plasticidad, narraciones crudas y hasta patéticas, reflexiones profundas, frivolidad, versatilidad, en suma: vanidad de hombre culto y orgullo de erudito.
¿El tema le da pie al estilo? ¿o es el estilo el que atrae el tema, llegando incluso a modificarlo? En crónica publicada el 20 de abril de 1924, leemos:
Lo difícil es disertar sobre tales asuntos de manera que puedan ser comprendidos por la mayoría para quien el periodista escribe. Para publicar el año 1921 el primer artículo periodístico publicado en español sobre la Ley de Relatividad de Einstein, me fue preciso leer seis libros y otros tantos estudios en revistas científicas… Que el lector, pues, tome en cuenta el esfuerzo.85
Tablada –como buen periodista– siempre tuvo presentes a sus lectores. A solicitud de ellos –por mediación del periódico– escribió más sobre determinado tema, abundó en detalles, aclaró situaciones, respondió solicitudes epistolares, modificando inclusive sus gustos o haciendo a un lado sus intereses. El tono exaltado de sus crónicas de los años veinte, así como la periodicidad y la variedad de publicaciones que editaron sus crónicas hablan por sí solas de la excelente acogida que tenían dentro del público lector. Si a decir de Héctor Valdés,86 la manera particular de ser mexicano de Tablada (su necesidad de viajar, su exilio, su nacionalismo desde Nueva York y a través de López Velarde) lo convirtió en patrimonio de un reducido grupo de lectores, el lugar preferente que ocupan sus crónicas en los periódicos parece decirnos que sus prosas periodísticas tuvieron una mayor receptividad.
Cuando, en 1936, aparecen las crónicas en el Excélsior y no bajo el título de «Nueva York de día y de noche» que las había identificado durante diez años, sino bajo el de «Horas neoyorkinas», Tablada escribe:
el cambio de nombre de esta sección celebrada y afamada por un generoso público lector, durante dos lustros, bajo el nombre primitivo de Nueva York de día y de noche […] Este título se telescopia hoy en este “Horario” pero la sección seguirá siendo idéntica en esencia y las horas diurnas y nocturnas intentarán brillar tan áureas y argentadas como lo permitan el esquivo sol y la macilenta luna de Manhattan, signos astrales de rascacielos y subways y de los “Esplendores y Miserias” que se prodigan en las Horas Neoyorkinas.87
Las crónicas que publicó en el 36, a su regreso de una estancia bastante larga en México demuestran –por su calidad– que el escritor tenía mucho ánimo y que confiaba en sus lectores. Pero esto no siempre fue así, apenas unos años antes, en 1933, se queja del olvido en el que lo ha abandonado su público:
Ahora bien, no considerando a la poesía a la manera diazmironiana como “tres heroísmos en conjunción: el heroísmo del pensamiento, el heroísmo del sentimiento y el heroísmo de la expresión”, sino como modesta actividad del proletariado intelectual ¿qué quiere usted que sienta junto a la marcha triunfal del águila azul, el poeta longevo que tras de una jornada lírica de media centuria recibe de la lejana patria como jornal mínimo, una ráfaga de olvido? 88 ¿Olvido para el poeta o también olvido para el cronista? Parece que nunca lo sabremos, porque si de los lectores de su poesía tenemos testimonios críticos, no ocurre lo mismo con los lectores de sus crónicas “que la admiraron conforme se iba edificando sin preocuparse por dejarnos un testimonio concienzudo del hecho”.89
Pero si para sus contemporáneos resultaba más cercano el periodista que el poeta, para los lectores de hoy –a casi 50 años de su muerte– sólo existe el poeta, el cronista está en el olvido.90
Estas crónicas neoyorquinas, que se publican bajo el título proyectado por Tablada, recuperan para nuestra historia literaria y cultural, la figura del Tablada cronista. La presencia de un escritor que marcará para siempre el carácter cosmopolita, polirracista, múltiple –la visión de los vencidos y de los vencedores– de lo que hoy llamamos América. La aceptación de José Juan Tablada como visionario y ejecutor premonitorio de que la cultura es una gestación colectiva, sin fronteras, mas llena de idiomas distintos; sin egoísmos comarcales, pletórica de desiertos y náyades. La cultura es una comunidad de desterrados en busca del cielo, pero con una poderosa pertenencia humana: la curiosidad de Eva ante el árbol del Bien y del Mal y la aceptación gustosa –eminentemente erótica– de Adán por el conocimiento que hace a los hombres siervos de Dios y, paradójicamente, nostálgicos de la inocencia. El cronista inaugura la edad histórica de la América hispana prefigurando las creaciones artísticas de un Borges, de un Paz, de un Revueltas, de un Wilfrido Lam… Y es, con su entrañable López Velarde (el constructor metafísico), la moneda, aún en vuelo, que Occidente se juega en el continente americano. Oro y pobreza, águila y sol. La Babilonia de Hierro o Tablada y su torre que se erige hacia el cielo.
Si, como afirma el Abate Mendoza: “Aunque no es leído, Tablada no está olvidado. Raro habrá de ser el mexicano culto que no recuerde algunos versos de “Ónix” o los que evocan a las mujeres en la Quinta Avenida neoyorkina”.91
Con la publicación de esta Babilonia de Hierro, los lectores de Tablada no sólo podrán contextualizar los versos de las mujeres que pasan por la Quinta Avenida, sino que encontrarán valiosísimos datos sobre el autor, la literatura, la historia cultural de México y de Nueva York; aparte de disfrutar con la lectura de una prosa magistral.
Como bien apuntaba el Abate, la mayor parte de la producción periodística de Tablada, se encontraba dispersa en las colecciones de diarios y revistas y no ha sido nada fácil exhumarla. Cuando Tablada seleccionó parte de su obra para una publicación antológica, fue un crítico riguroso. Aquí no se ha respetado este espíritu sino otro, también muy tabladiano: el de la generosidad, de la hospitalidad que se respira y agradece en todo hogar de desterrado. Pido para Tablada, porque él ya me lo dio a mí, el gesto noble del convite.
Xavier Villaurrutia, “La poesía de los jóvenes de México”, en Obras, México, FCE, (Letras Mexicanas), 1953, primera reimpresíon 1974, p. 822.
“Misa negra” fue publicado por primera vez cuando Tablada contaba apenas 22 años y estaba en el umbral de lo que sería su vida literaria.
José Juan Tablada, “Decadentismo”, en El País, México, 15 de enero de 1893, p. 1.
Cfr. Joan Federman, “La visión decadente del mundo en los cuentos y crónicas de Julián del Casal” en Estudios críticos sobre la prosa modernista hispanoamericana, New York, J. O. Jiménez editor, 1975, pp. 122-134.
“Tengo tres años. La diligencia donde con mi madre y un tío voy a Mazatlán hace un alto enmedio del camino de Acapulco, el viejo camino real para los mercaderes de las Naos de China”. La feria de la vida, México, Botas, 1943, p. 20.
En Mazatlán encontrará además a una tía anciana, viuda de un capitán de estas naos, en cuya casa conocerá a Oriente en sus objetos: baúles, sedas, grabados, porcelanas. Colores y sensaciones que dejarán huella imborrable en su memoria.
Si atendemos a su propio testimonio veremos que desde niño estableció una relación íntima con la naturaleza, en particular con los pájaros y con los insectos voladores. En La feria de la vida nos narra cómo aprendió, siendo muy niño, a observar y amar a los pájaros, gracias a su tío Pancho, quien “En pintura se especializaba en ornitología, sólo pintaba pájaros, con la única preocupación de reproducirlos fielmente, y porque me tenía afecto y apreciaba mi actitud contemplativa, me iniciaba en sus pintorescos conocimientos de naturalista, de pintor y de amante de la belleza plástica […] Atribuyo en gran parte al tío Pancho el interés hacia los animales que más tarde habría de desarrollarse en mí, manifestándose al principio asaz negativamente, convirtiéndome en entomólogo y haciéndome matar, para estudiarlos, cuantos insectos podía atrapar; pero que al fin, tras de análisis tal, operó su síntesis en puro y grande amor hacia los ‘hermanos inocentes del hombre’”. La feria de la vida, op. cit., pp. 72-73.
Atsuko Tanabe, El japonismo de José Juan Tablada, México, UNAM, 1981, p. 36.
“Tablada fue el primero en percatarse de que, en sí, la estrofa tenía una forma visible y que esa forma constituía, de hecho, una categoría poética no deleznable”. Cfr. Salvador Elizondo: “Imagen y resonancia de José Juan Tablada”, en La Cultura en México, México (15 de diciembre de 1971), núm. 514, p. x.
Para todo lo relativo al japonismo de Tablada y, en particular, a este polémico viaje, véase el libro de Atsuko Tanabe citado en la nota 6.
“Tablada llamó siempre a sus poemas hai–kai y no, como es ahora costumbre haikú. En el fondo, según se verá, no le faltaba razón. Sus breves composiciones, aunque dispuestas generalmente en secuencias temáticas, pueden considerarse como poemas sueltos y en ese sentido son haikú; al mismo tiempo, por su construcción ingeniosa, su ironía y su amor por la imagen brillante, son haikai”. Octavio Paz: “La tradición del haikú”, prólogo a Matsúo Basho: Sendas de Oku, México, UNAM, 1957.
Para mayor información sobre este tema, remito al lector a mi trabajo “Tablada, un infractor del hai-kai”, publicado en Literatura Mexicana, México, UNAM, Centro de Estudios Literarios, vol. I (1991), Núm. 2, pp. 393-420. Tambiém puede verse en mi libro Tablada o el crisol de las sorpresas, Xalapa, UV, 1994, pp. 66-116. (Col Cuadernos).
José Juan Tablada, Obras IV. Diario (1900–1944), edición de Guillermo Sheridan, México, UNAM, (Nueva Biblioteca Mexicana, 117), 1992, p. 124.
José Juan Tablada, Las sombras largas, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, (Lecturas Mexicanas, Tercera serie, 52), 1993, p. 180.
José Luis Ontiveros, Aproximaciones a Yamato. Los escritores mexicanos y Japón, México, Premià Editorial, (La Red de Jonás), 1989, p. 2.
Cfr. Stefan Baciu, Antología de la poesía surrealista latinoamericana, México, Joaquín Mortiz, 1974, p. 32.
Klaus Meyer–Minnemann, “Formas de escritura ideográfica en Li–Po y otros poemas de José Juan Tablada”, en Nueva Revista de Filología Hispánica, México, vol. XXVI, 1988, núm 1, pp. 433-453.
Alfredo A. Roggiano, “José Juan Tablada: Espacialismo y vanguardia”, en Hispanic Journal, Indiana, vol. I, 1980, pp. 47-55.
Adriana García de Aldrige, “Las fuentes chinas de José Juan Tablada”, en Bulletin of Hispanic Studies, Liverpool, 1983, Núm. 60, pp. 109-119.
Ibid., p. 109.
Al encontrar en el Departamento de Colecciones Especiales de la Biblioteca México los libros a los que se refiere García de Aldrige, anotados, subrayados y con anotaciones de puño y letra de Tablada, creo haber cerrado de una vez por todas la discusión sobre la influencia asiática en los ideogramas del mexicano. Cfr. Ester Hernández Palacios: “Antes de Tablada Li–Po”, en Biblioteca de México, México, diciembre 1991–enero 1992, núms 6 y 7, pp. 34-37.
Tablada no sólo introdujo la forma japonesa al verso castellano, sino que la adaptó para que funcionara dentro de la poética propia de éste. No siempre se ciñó a la tradición clásica nipona, sino que la modeló y moldeó hasta apropiarse completamente de ella para que funcionara dentro del canon de la poesía en español. Trabajó sus versos, los llevó hasta sus límites mayor y menor, los adecuó a la métrica castellana, los acercó a sus obsesiones, intereses y pasiones y hasta los mexicanizó. Según el testimonio de su esposa Nina Cabrera de Tablada, el poeta improvisó en la última etapa de su vida un sinnúmero de hai–kais que decidió permanecieran inéditos. Se había convertido en un verdadero creador de esta forma de acuerdo a sus orígenes rituales, en un haijín, para decirlo con el término adecuado.
Como para marcar su «mexicanización», Tablada ha decidido cambiar la ortografía. Vale la pena traer aquí a colación el hecho de que nunca llamó a sus poemas hai–kais, sino poemas sintéticos o disociaciones líricas.
José Juan Tablada, Obras I. Poesía, edición y prólogo de Héctor Valdés, México, UNAM, (Nueva Biblioteca Mexicana, 25), 1971. En 1924, había publicado una plaquette con ese título, pero no era sino una muestra de lo que sería el libro posterior.
Cfr. Martín Liehnard, “La crónica mestiza en México y el Perú hasta 1620. Apuntes para su estudio histórico-literario”, en Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Lima, 1983, Núm. 17, pp. 105-115. Véase del mismo autor: “Mesoamérica, la llamada crónica indígena”, en Literatura Mexicana, México, UNAM, I, 1990, pp. 9-21; de Stelio Cro, “Los cronistas primitivos de Indias y la cuestión de antiguos y modernos”, en Actas del IX Congreso Internacional de Hispanistas, t. 1, Frankfurt, 1986, pp. 415-424; y de Walter Mignolo, “Cartas, crónicas y relaciones del descubrimiento y la conquista”, en Historia de la literatura hispanoamericana. Época Colonial, t. I, Luis Iñigo Madrigal (coordinador), Madrid, Cátedra, 1982, pp. 57-116.
Luis Alberto Sánchez, “El ensayo y la crónica. Dos géneros hispanoamericanos”, en Américas, Wasington, Unión Panamericana, IX, 1957, Núm. 7, pp. 27-31.
Otto Olivera; “Introducción” a Otto Olivera y Alberto M. Vázquez, La prosa modernista en hispanoamérica, Nueva Orleans–México, Ediciones El Colibrí, 1971, pp. 11-18.
Ibid., p. 16
Ana Elena Díaz Alejo, “Prólogo” a Manuel Gutiérrez Nájera (1859–1895). Mañana de otro modo, México, UNAM, 1995, pp.7-16.
Antonio Castro Leal, “Prólogo” a Cuentos vividos y crónicas soñadas de Luis G. Urbina, México, Porrúa, (Escritores Mexicanos, 35), 1971, p. IX.
Luis Alberto Sánchez,op. cit., p.29.
Dianne W. Cornwell, “El modernismo hispanoamericano visto por los modernistas”, en Estudios críticos sobre la prosa modernista hispanoamericana, op. cit., p. 306.
Ibid., p.309.
Luis Alberto Sánchez, op. cit., p. 30.
Para lo relativo a las características de la crónica, Cfr. Linda Egan, “El descronicamiento de la realidad. (El macho mundo mimético de Ignacio Trejo Fuentes)”, en Vivir del cuento. (La ficción en México), Tlaxcala, Universidad Autónoma de Tlaxcala, (Destino Arbitrario, 12), 1995, pp. 143-170; y Carlos Monsiváis, “De la Santa Doctrina al Espíritu Público (sobre las funciones de la crónica en México)”, en Nueva Revista de Filología Hispanica, México, El Colegio de México, 1987, núm 35, pp. 720-753.
Luis Alberto Sánchez, op. cit., p. 31.
Manuel Gutiérrez Nájera: “Las crónicas de Marcial”, en Obras de crítica literaria, t, 1, México, UNAM, (Nueva Biblioteca Mexicana, 4), 1958, p. 263.
José Juan Tablada, Las sombras largas, op. cit., p. 58.
Cfr. Oksana María Sirkó, “La crónica modernista en sus inicios: José Martí y Manuel Gutiérrez Nájera”, en Estudios críticos sobre la prosa modernista hispanaoamericana, J. O. Jiménez editor, Nueva York, 1975, pp 57-73.
Y esto a pesar del olvido al que la ha recluido hasta ahora la crítica. Ni Monsiváis ni Luis Alberto Sánchez ni Castro Leal citan a Tablada cuando se refieren a la crónica hispanoamericana. De todos los trabajos que consulté, sólo el de Oskana María Sirkó menciona a Tablada como uno de los más relevantes cultivadores del género.
Cit. por Antonio Castro Leal, op. cit., p. VIII.
Ibid., p. IX.
Para este punto, Cfr. “Las crónicas de Victoria Ocampo: versatilidad y fidelidad de un género”, en Revista Iberoamericana, Pittsburgh, Pennsylvannia University, 1985, Núm. 51, pp. 679-686; y Oskana María Sirkó, op. cit.
No debemos olvidar que cualquier crónica contiene elementos de historia, ya que establece estrechos lazos con la realidad. Escrita en un aquí y un ahora, comenta los acontecimientos cotidianos, sean estos significativos en mayor o menor medida para el devenir histórico, al mismo tiempo que, como afirma Monsiváis, busca el significado trascendente de la realidad inmediata que describe. Cfr. Carlos Monsiváis: A ustedes les consta. Antología de la crónica en México, “Nota preliminar”, México, Era, 1987, p. 13.
Para una información más precisa de estas diversas columnas, cfr.: Esperanza Lara Velázquez, Catálogo de los artículos de José Juan Tablada en Publicaciones Periódicas Mexicanas (1891–1941), México, UNAM, (Bibliohemerografía Mexicana, 1), 1995. .
Cfr. José María González de Mendoza, Ensayos selectos, México, FCE, (Tezontle), 1970, pp. 138-146.
José Juan Tablada, La feria. (Poemas mexicanos), ilustraciones de M. Covarrubias, M. Santoyo y George (Pop) Hart, New York, F. Mayans, 1928.
José Juan Tablada, Obras IV. Diario (1900–1944), edición de Guillermo Sheridan, México, UNAM, (Nueva Biblioteca Mexicana, ---), 1992, p. 245. Jueves 30 de agosto de 1923.
Esta antología, preparada desde 1925, vio la luz pública hasta 1943 tras una azarosa vida.
José María González de Mendoza: “Trayectoria de José Juan Tablada”, en op. cit., p. 118.
José María González de Mendoza, “La obra inédita de José Juan Tablada”, en op. cit., p. 138.
En una de ellas aparece a pie de página: “Por contrato celebrado con José Juan Tablada, Revista de Revistas publicará sus próximos artículos al mismo tiempo que aparezcan en las revistas y diarios neoyorquinos”.
Las crónicas sueltas cuyo tema no tiene que ver con las de Nueva York no se han incluido en el corpus de esta antología.
José Juan Tablada, “[Cuentos de Scheherezada]”, en «Nueva York de día y de noche», El Universal, 7 de febrero, 1926, p. 3.
José Juan Tablada, “[La celda en el rascacielos]”, en «Nueva York de día y de noche», El Universal, 20 de julio, 1930, p. 3.
José Juan Tablada, “[Voz del pasado y clamor del futuro]”, en «Nueva York de día y de noche», El Universal, 24 de agosto, 1924, p. 6.
Linda Egan, op. cit., p. 166.
José Juan Tablada, “[De Goethe a Bergson]”, en «Nueva York de día y de noche», El Universal, 17 de julio de 1932, pp. 3 y 7.
José Juan Tablada, “[Ciclones y terremotos]”, en «Nueva York de día y de noche», El Universal, 10 de octubre de 1926, p. 3.
José Juan Tablada, “[El poderoso sindicato del crimen]” en «Nueva York de día y de noche», El Universal, 27 de septiembre de 1925. p. 3.
José Juan Tablada, “[Las diez preguntas]”, en «Nueva York de día y de noche», El Universal, 20 de marzo, 1932, pp. 3 y 7.
José Juan Tablada, “[Lo que trae el año nuevo]”, en «Nueva York de día y de noche», El Universal, 1º de enero de 1933, pp. 3 y 6.
José Juan Tablada, “[¡Un hombre al mar!]”, en «Nueva York de día y de noche», El Universal, 4 de octubre, 1931, pp. 3 y 6.
José Juan Tablada, miércoles 1º de marzo de 1922, en Diario, op. cit., p. 174.
José Juan Tablada, miércoles 18 de mayo de 1921, en Diario, op. cit., p. 156.
José Juan Tablada, Carta de José de Jesús Nuñez y Domínguez (1921).
José Juan Tablada, martes 1º de agosto de 1922, en Diario, op. cit., p. 196.
José Juan Tablada, “[Esplendores y miserias]”, en «Horas neoyorkinas», Excélsior, 2 de enero de 1936, p. 5.
José Juan Tablada, “[Los bandidos de frac]”, en Excélsior, 18 de septiembre de 1921, p. 1.
¡Ah Nueva York, ciudad de los contrastes, de las tesis y de las antítesis, sólo puedes ser gris e inexpresiva para aquéllos cuya mirada se detenga en la superficie semejante de tus casas monótonas…! Pero para quienes vean más allá, qué serie de revelaciones inesperadas y de imprevistas sorpresas! Todas las fuerzas centrífugas del mundo están concentrándose en ti. «Nueva York de día y de noche», El Universal, 24 de febrero de 1924, p. 3.
Monsiváis prosigue afrirmando que el más hábil gestor de ese mito en el periodismo es Salvador Novo. Olvida completamente a Tablada, quien, cuando Novo se inicia, ya era el cronista de lo moderno en lo moderno. Carlos Monsiváis: A ustedes les consta…, op. cit., p. 40.
José Juan Tablada, “[Cuentos de Sheherezada]”, en «Nueva York de día y de noche», El Universal, 19 de septiembre de 1926, p. 3.
José Juan Tablada, Las sombras largas, México, CNCA, col. Lecturas Mexicanas, 3ª serie, núm. 52,1993, p. 59.
José María González de Mendoza, "Trayectoria de José Juan Tablada", en op. cit. p. 120.
José Juan Tablada, [Khrishnamurti en Nueva York], en «Nueva York de día y de noche», El Universal, 8 de julio de 1928, p.3.
José María González de Mendoza, "Tablada en la perspectiva de hoy", en op. cit., p. 183.
José Juan Tablada, jueves 22 de marzo de 1923, en Diario, op. cit. p. 214.
Richard M. Morse, El espejo de Próspero, un estudio de la dialéctica del nuevo mundo, México, Siglo XXI, 1982, p. 7.
Como también preconizó un tratado de libre comercio entre México y Estados Unidos.
José Juan Tablada, [Pronósticos o profecías) en «Nueva York de día y de noche», El Universal, 10 de agosto de 1930, p. 3.
José María González de Mendoza, "Proyectos literarios de José Juan Tablada", en op. cit. pp. 148 y 149.
En su crónica [Ziegfeld el magnífico], publicada en «Nueva York de día y de noche», El Universal el 14 de agosto de 1932, pp. 3 y 7, Tablada da una explicación del reiterado uso que hace de la mitología: "El cronista usa la mitología, no por alardes del humanismo clásico, sino porque siendo la mitología una serie de síntesis admirables, usarla es arbitrio de economía ideológica".
Resulta sorprendente el hecho de que Carlos Monsiváis no incluya a Tablada en su antología de la crónica mexicana. Como ya hemos comentado considera que Novo es el iniciador de la crónica moderna, y también a él le atribuye la novedad de fundir en un sólo género a la crónica, el artículo y el ensayo. Cfr. Carlos Monsiváis, op. cit. p. 40
José Juan Tablada, [Tendedero de pijamas], en «Nueva York de día y de noche», El Universal, 29 de noviembre de 1925, p. 3.
José Juan Tablada, [Las concepciones de la cuarta dimensión y del hiper espacio], en «Nueva York de día y de noche», El Universal, 20 de abril, 1924, p. 3.
Héctor Valdés, Presentación a Los Mejores Poemas de José Juan Tablada, (prólogo de José María González de Mendoza), México, UNAM, (Biblioteca del estudiante universitario 90), 1971, p. v.
José Juan Tablada, [Esplendores y miserias], en «Horas Neoyorkinas », Excélsior, 2 de enero de 1936, p. 5.
Tablada pensó en otros títulos, además de los que aparecieron en los periódicos a la cabeza de sus crónicas, uno de ellos fue "Esplendores y miserias":
"Esplendores y miserias"... tal sería el título de esta sección si alguna vez se lo cambiara. Esplendores y miserias de las cortesanas, como en la Comedia humana de Balzac, pues esta urbe, aun soñando en coronas, al llamarse Ciudad Imperio, es por su lujo insolente, por su carácter mercenario y por su siniestra fascinación una cortesana cuya vida de injustos contrastes y sin términos medios es o violentamente esplendorosa o miserable en extremo.
José Juan Tablada, [Aventurilla fantástica], en «Nueva York de día y de noche», El Universal, 1º de octubre de 1933, pp. 3 y 7.
Jaime Gerardo Velázquez, “Bajo la más cándida forma”, reseña a José Juan Tablada, Hongos mexicanos comestibles, en Revista de la Universidad de México, nueva época, no. 36, abril de 1984, p. 48.
Muestra fehaciente de este hecho me parece una vez más la no inclusión de Tablada en A ustedes les consta. Monsiváis se cura en salud en cuenta a las omisiones de su antología:
A la presente antología la limita muy esencialmente, derivar, en la mayoría de los casos, su material de libros, por lo que los incluidos suelen ser más escritores que periodistas [...] Una antología irreprochable de la crónica en México necesitaría de la resurrección de un sinnúmero de textos espléndidos nunca recogidos en libros[...] Carlos Monsiváis, op. cit. p. 13.
Disculpa válida en el caso de las crónicas neoyorkinas pero ¿por qué no incluyó ninguna del libro Los días y las noches de París o de Del humorismo a la carcajada? Lo merecían tanto la fama del autor como la escritura de las crónicas. ¿Omisión involuntaria o negación decidida?
O que no recuerden los hai-kais que aparecen en los libros de texto gratuito, añadimos. José María González de Mendoza, "Tablada en la perspectiva de hoy", en op. cit. p. 184.