Comentario

En el segundo volumen de sus memorias, Las sombras largas, Tablada dedica varios pasajes a recordar a su amigo Rafael Ponce de León (1882-1910), quien fue discípulo de Félix Bernardelli y vivió en París entre 1903 y 1908:

Han pasado muchos años y todavía resiento hondo pésame al evocar la figura, juvenil y risueña, de aquel genial y simpatiquísimo muchacho tapatío, el dibujante caricaturista Rafael Ponce de León.

De un tomo de mi diario, entre cuyas hojas palidece una fotografía snap-shot del artista, copio las siguientes líneas trazadas bajo la impresión de acerba noticia, allá por el año de 1908:

A los veintiséis años acaba de morir en París, víctima de la tisis, el artista Rafael Ponce de León, que en una exposición de pinturas celebrada en Guadalajara en unión de Jorge Enciso exhibió con gran éxito óleos y caricaturas... La obra de Ponce fue un succes d'estime entre artistas y aficionados que unánimemente sonrieron al glorioso futuro que pudo tener un artista tan excepcionalmente dotado. No trascendió más allá el precoz y efímero brillo de ese talento que como tanto talento mexicano iba por la vida, que es un campo de batalla, acompañado por dos fantasmas inseparables y traidores: una negligencia delincuente y una incurable debilidad...

Hará unos cuatro años Ponce de León, dejando su tierra natal, Guadalajara, llegó a esta capital lleno de juventud y de vida... En un instante se conquistó la simpatía de todos los que se acercaban a él y notaban su carácter candoroso y alegre, con reacciones de ironía y de malicia que nunca llegaban a la malignidad...

En la clase de dibujo y pintura de Fabrés se hizo notorio en un día; al margen de las academias del natural, el retozón lápiz de Ponce deformó en un instante las fisonomías de camaradas y profesores. ¡Bravas caricaturas aquellas, llenas de verba y de truculencia, de síntesis y de expresión! ¡Y después de haber sido deformado hasta el más cruel ridículo, era tan fácil perdonar a aquel muchacho que sonreía con sus grandes ojos negros llenos de inocencia y de candor! Era tan fácil perdonarlo como amarlo, pues tenía dos fueros en que abroquelarse su talento robusto y su alma serena y transparente. Entre una y otra caricatura Ponce hablaba de un viaje a París. Murillo, Montenegro y él hacían jardines en el aire. Cogidos del brazo cantando Y bersaglieri, llegarían a Montmartre una bella mañana para conquistar triunfos y glorias. Serían tres héroes de Murger reencarnados y tonificados para la aventura bohemia y dorada por la sangre ardiente de la tierra tapatía...1

Tablada continúa su narración, tomada directamente de su Diario, cuestionando la influencia de París sobre los artistas mexicanos y las virtudes que éstos esperaban conquistar en esta ciudad. Entre las víctimas de este ímpetu de curiosidad, al que se mezclaban las "tentaciones de la urbe pecadora" causando el "naufragio del carácter", están Julio Ruelas y Rafael Ponce de León, cuyas cariátides según el poeta se encuentran en el umbral de los cementerios de Montmartre o Pére Lachaise para prevenir y proteger con el pavor de sus tragedias oscuras a los artistas mexicanos que se sientan seducidos por la vida bohemia. Sin embargo, en el momento en que Tablada escribió estos pasajes de su Diario, el artista tapatío aún no había muerto:

Una vez muerto y llorado mi amigo el artista Ponce de León, era mi deseo que su ejemplo sirviera de escarmiento a los jóvenes artistas y los hiciera abandonar aquel febril y ciego entusiasmo con que se arrojaban a la vida bohemia. Ésa fue mi sana intención y por lograr tal fin altruista no vacilé en presentar el asunto con el énfasis requerido, aun corriendo el peligro de herir los sentimientos de amigos y deudos de la víctima...

¡Pero lo que jamás supuse, fue que el mismo Ponce de León habría de leer aquel artículo...!

En efecto, no sé quién tuvo la perversidad o el detestable mal gusto, socapa de broma, de enviar a México la noticia de la muerte del artista que hacía algún tiempo se encontraba enfermo del mal que meses después, ya de regreso a México, había de llevarlo al sepulcro...

Pero el artículo, en el que desarrollaba la impresión íntima consignada en mi diario, resultó tan inoportuno y me colocó en tan desagradable situación respecto de mi amigo, que cuando regresó a México, no me apresuré a buscarlo, con el fin de que el tiempo borrara en él posibles resentimientos y en mí la consiguiente pena. Entre tanto él regresaba a su tierra natal, Guadalajara, donde al lado de los suyos, sucumbiera meses después...2

Cuenta el poeta que Rafael Ponce de León era de familia acomodada, y nunca desempeñó empleos ni tuvo que trabajar, pero llegaba de visita a la Subsecretaría de Educación donde Tablada trabajaba y se encontraba con otros artistas como Jorge Enciso y Roberto Montenegro, sus paisanos. A propósito de su relación con este último, Tablada relata una anécdota en la que subraya la habilidad de Ponce de León para la caricatura:

Las fraternales relaciones entre Ponce de León y Montenegro solían interrumpirse y asumir formas ofensivas, de lo que en honor de la verdad, tenía la culpa aquél...

Montenegro era, no sé si continuará siéndolo, extraordinariamente susceptible a la caricatura... Podía perdonar cualquier broma, menos las que gráficamente vulneraban las líneas esenciales de su físico. Imagínese pues cuál sería la secreta fruición, el recóndito deleite de Ponce de León, cuya travesura no tenía límites, al notar esa debilidad de su "cuatezón".

¿Tuvo que premeditar el crimen y afilar el lápiz asesino? ¿Pugnó en secreto para extraer cuanto accidente fisonómico o corporal fuera susceptible de ridículo? ¿Halló tras de diabólicos conjuros la fórmula mágica para madurar al repulsivo sátiro en Montenegro que entonces paseaba ufano la efebía de sus veinticinco abriles?... ¡Secretos de la magia negra de la proterva caricatura! ¡Arcanos del vudú que en el corazón del África de la humana maldad, practicaba antaño Ponce, hogaño Covarrubias, el chamaco caníbal, cebado con carne gringa!

El caso es que tras de incubar sus maleficios, Ponce de León, que sabía cuán cordialmente me asociaba yo a las bromas, me llamó aparte y me confió con aire de misteriosa malicia:

Tengo "un titipuchal" de caricaturas de Roberto!
¿A dónde? —le pregunté alborozado, adivinando la cantidad de placer malsano que aquello iba a procurarnos.
¡Aquí! —me respondió el caricaturista, tocándose la frente, diabólico almacén, y me explicó que no podía dibujarlas porque Montenegro frenético, las rompería...

Entonces el fatum intervino... Me llevé a Ponce de León a una gran sala vacía, con vidrieras al corredor de la subsecretaría y viendo a Ponce armado de lápiz y papel, encargué a alguien que llamara a Montenegro, que llegó a poco, risueño como unas pascuas, ágil, saltarín y esbelto como un antílope... Llegó al corredor, pero no le abrimos y quedamos, verdugos y víctima juntos, pero separados por la diáfana vidriera, Montenegro, curioso, atisbaba con ansia... Desde adentro Ponce lo veía como tomándole la medida y frunciendo las cejas lo prevenía con ademán conminatorio. Cogió el lápiz, hizo con él en el aire un ademán como de floreo de mangana y lo puso sobre el papel blanquísimo. Y aquella blancura como la de la raya de gis que hipnotiza a los gallos, clavó en su sitio a Montenegro. Lo clavó materialmente, no permitiéndole más que estirar el cuello, con inocencia que facilitaba el próximo degüello. Era el pajarillo ante el reptil y éste era el lápiz implacable y truculento que sinuoso se arrastraba sobre el papel, el lápiz de Ponce regocijado, impune, abroquelado por la infranqueable vidriera, dispuesto a sacarle tiras de pellejo a la víctima que la curiosidad, una perversa curiosidad, maniataba e inmovilizaba...

¡El episodio era de una fuerza cómica irresistible!

Por fin, ágilmente, surgió en el papel la primera caricatura, de perfecta síntesis: Montenegro, sacando un cuadril hanchant, en la postura clásica de la novia en las nupcias aldrobandinas... y los brazos cruzados sobre el pecho y una nariz de polichinela.

A esa caricatura siguió otra y otras... Eran tales la agilidad y la verba de aquel lápiz, que el travieso dibujante semejaba una prensa rotativa arrojando sin cesar dibujos, en vez de hojas impresas.3

Seguramente la siguiente caricatura de Tablada surgió en circunstancias parecidas. El poeta la conservó y la publicó en un folleto de propaganda de su obra, junto con otras más:

7. Caricatura de Rafael Ponce de León

A la muerte de Ponce de León, Jorge Enciso organizó en 1911 una exposición de sus obras en la Academia Nacional de Bellas Artes de México.

rms

José Juan Tablada. Las sombras largas, [Memorias], México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, (Lecturas Mexicanas, Tercera Serie, 52), 1993, pp. 92-93.

Ibidem, p. 95.

Ibidem, pp. 97-99.